La Misteriosa Navidad

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Cada navidad suelo hacerme la misma pregunta: ¿Qué habrá sido de mi tía Antonia y de mi primo Ángel?, sin embargo la respuesta hasta el día de hoy nadie la sabe. Esto es porque el último recuerdo que tengo de ambos fue de una navidad que pasamos juntos.

Yo habré tenido alrededor de 11 años de edad cuando mamá me llevó a casa de tía Antonia a pasar la navidad. Me impresionó mucho lo grande que era su casa, había una gran cantidad de cuartos, tanto en su planta baja como en el segundo piso. Aquel día muchos parientes nos encontramos en su casa para festejar esa fecha, mientras los adultos preparaban la cena los niños (que solo éramos Ángel, quien tenía unos 13 años en ese entonces, y yo) nos encontrábamos en el patio trasero de la casa viendo las estrellas. Yo a mi tía Antonia no la conocía personalmente, tan solo había oído un par de veces comentarios de gente adulta diciendo que era “rara” en todo el sentido de la palabra. Pero hasta ese entonces jamás la había visto, no le conocía en lo absoluto y para ser sinceros… tampoco tenía ganas.

-Ella puede hablar con los gatos…- me dijo de pronto Ángel mientras yo observaba una estrella en el cielo que brillaba mucho más que las otras.

-¿Ella?… ¿quien?- pregunté al no comprender a cabalidad a quien se refería.

-Mi madre… tu tía Antonia.- me respondió observándome directo a los ojos.- ¿pensabas en ella, no es así?

Yo meneé la cabeza y a cambio obtuve una sonrisa por parte de él.

-Es que todos suelen hablar de ella… dicen que es rara.- me explicó con un particular brillo en sus ojos.- yo debo cuidarla día y noche. Está a punto de morir, ¿sabías eso?

Volví a menear la cabeza. Aquella noticia de que estaba a punto de morir realmente me impactó, sentí una mezcla entre susto y respeto.

-Así es, le queda poco tiempo de vida… ella me está enseñando a comunicarme con los animales…

En ese instante tragué saliva y a mi mente no llegaba nada que pudiera decir para cambiar de tema. Finalmente cuando logré encontrar la frase precisa, él habló primero.

-¿La quieres ver?- me preguntó.- Está en su cuarto en el segundo piso…

-No deberíamos molestarla…- respondí tan solo por decir algo.

-Vamos, ella de seguro te quiere conocer.- insistió.- Acompáñame.

Accedí a ir con él. Entramos a la casa y recorrimos un trayecto que se me hizo eterno hasta el segundo piso, pasamos por entremedio de los adornos navideños y de los adultos que iban y venían con una copa en la mano, al llegar arriba un oscuro pasillo se presentó ante nosotros.

-La última habitación es la de ella…- me dijo mientras nos adentrábamos en el pasillo. Ángel iba unos pasos más adelante que yo.

-¿Es simpática?- le pregunté invadido por el temor y la curiosidad.

-Tanto como yo.- me contestó a la vez que me cerró un ojo en señal de confianza… supongo.

Finalmente llegamos al final del pasillo y frente a nosotros una enorme puerta de acero, aún recuerdo el detalle de que tenía un picaporte externo lo que me inspiró gran temor. Ángel que era un poco mas alto que yo, se asomó por una rejilla corrediza que existía para mirar al interior. Luego de observar por unos segundos me preguntó si me encontraba listo.

-Creo que sí… – respondí no muy convencido.

Ángel quitó el picaporte y bajó una perilla para quitar los seguros de la puerta, luego procedió a abrirla en medio de un gran esfuerzo.

-Tú primero, vamos entra…- me dijo mientras sostenía la puerta.

De no haber sido por mi buena voluntad de corazón infantil, no hubiese accedido jamás a hacer todo esto que estoy contando. Entré lentamente al cuarto y me di cuenta de que todo estaba muy oscuro, no había luz por ninguna parte. Al preguntarle a Ángel por algún interruptor este me respondió que se encontraba un poco mas adelante, que continuara avanzando. Y así lo hice, caminé muy lentamente hasta que comencé a escuchar un extraño jadeo, como si alguien respirara con mucha dificultad a causa de una herida o algo así, fue ahí cuando me di cuenta que ya estaba más o menos por la mitad del cuarto.

-¿Tía Antonia?…- pregunté a punto de orinarme en los pantalones.- soy tu sobrino Andrés.

De pronto y en medio de la absoluta oscuridad pude ver un leve movimiento a mi izquierda, mas específicamente en un rincón. Al no recibir respuesta alguna a la pregunta que hice me di cuenta de que ya no quería estar en ese lugar. Volví a preguntarle a Ángel por algún interruptor, pero tampoco obtuve respuesta. Miré hacia atrás y la puerta se encontraba totalmente cerrada, mi primo se había marchado. Luego en medio de la más profunda oscuridad comencé a escuchar unas tenebrosas carcajadas, venían del rincón aquel donde algo se había movido. Las carcajadas comenzaron muy despacio y luego su nivel de volumen se elevó hasta convertirse en unos gritos estrepitosos. Yo retrocedí invadido por el terror mas grande que he sentido en mi vida hasta apoyar mi espalda contra la puerta por donde entré. Empecé a gritar el nombre de mi primo y a llamar a mi mamá, pero las diabólicas carcajadas de lo que yo hasta el día de hoy creo que era mi tía Antonia no me dejaban oír ni mi propia voz. Súbitamente la puerta se abrió y yo salí de inmediato, era mi mamá quien había llegado a ver que pasaba. La abracé llorando de miedo y pude ver que en el pasillo se encontraba Ángel apoyado en una pared y de brazos cruzados. Supuse que lo habían regañado por haberme encerrado en ese cuarto. Recuerdo que cuando pasé junto a él para bajar al primer piso con mamá oí que me llamó “gallina”.

Esa noche siguió todo más o menos normal, recuerdo haber abierto mis regalos y haber cenado sin muchos ánimos. No volví a ver a Ángel, supongo que se quedó en el piso de arriba cuidando de su mamá, de hecho hasta el día de hoy nadie sabe nada de él… ni de la misteriosa tía Antonia.

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