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La noche había sido apaciguante, alocada y muy predecible para intuir lo que le sucedería a TaeHyung. Exacto, su voz angelical, lo apocado de sus expresiones, su ambigüedad a la hora de expulsar sus sentimientos... el perfecto nerd, contigo, la perfecta perra, quien lo haría caer.
La enorme fiesta había iniciado por la noche, finalizó a la madrugada, y en el ínterin las apuestas te habían conducido a revolcarte esa precisa noche con el mayor cerebro del instituto. La mejor parte, era que no se trataba de un nerdazo cualquiera, sino uno demasiado sexy y dotado. Por supuesto que lo era. Rumores corrían comentando que él se habría acostado con unas cuántas jóvenes, y que la realidad debajo de sus camisas y lentes, existía el Dios del sexo.
Esa noche fue difícil para ti. TaeHyung era muy tímido e insistía con ir lento en cuanto a la relación. Eso comenzó a estresarte y le insistías Malibú, uno detrás del otro. Finalmente llegaron a la habitación entre besos, hasta que cayó bien dormido.
Los invitados se iban y con ellos, tu gran noche desperdiciada. No ibas a dejarlo allí a TaeHyung.
─ Dime que lo follaste─ rezaba HyuNa, al otro lado de la línea.
Observaste su tersa y bronceada piel, perfecta y muy bien delineada. Sus labios carmesí estuvieron cerrados y sus ojos asemejaban a dos sonrisas de luna selladas. Era muy hermoso; respiraba regular, y el flequillo le estallaba sobre los párpados.
─ ¿Acaso subí algo en Instagram al respecto?─ suspiraste con ira.
TaeHyung comenzó a roncar. No, ni siquiera fue eso; ronroneaba como un pequeño gato.
─ Ya fue. Llévatelo. ¿Quieres que te pida un taxi?─ contestó su voz aguda.
─ Ya me adelanté; mañana nos vemos─ colgaste.
La tediosa tarea sería despertarlo y conseguir que ambos bajaran con éxito, hacia la calle y su preciosa visión nocturna. Moviste su cabeza con intención de despertarlo, en vano. Sacudiste su cuerpo, pellizcaste su piel. Nada.
─ ¡Despierta!─ gritaste sobre su oído.
Abrió sus ojos con dificultad, apenas pudo moverse. Emanaba un ácido hedor del alcohol y probablemente ni él sabría qué hacía allí. Trataste de enderezarlo y entrelazaste un brazo de él sobre tus hombros, para que se sostuviera. Ambos descendieron las escaleras con cautela sobre cada escalón, despediste a SoMin, la dueña de la casa, y esperaste en la calle.
La noche sonreía sobre ambos y la luna abría paso enorme sobre sus cabezas. Un auto oscuro con franjas amarillas estacionó justo en frente de ambos, y bajó la ventanilla del asiento conductor. Y lo viste.
Su tez era pálida y sus ojos oscuros gateaban a los tuyos, mimosos y penetrantes. Sus labios se inclinaron, moviéndose en palabras que no percibiste con nitidez. Él era muy sexy.
