|•Prologo🥀|

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Dicen que la lluvia es el fenómeno de la naturaleza que más tristeza y nostalgia provoca en las personas

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Dicen que la lluvia es el fenómeno de la naturaleza que más tristeza y nostalgia provoca en las personas.

Pero para la pequeña Sofía esta era la oportunidad perfecta para acurrucarse en su cama y leer un buen libro, al menos esa fue su intención hasta que su amiga la interrumpió.

–Sofi, apaga esa lámpara y duerme antes de que una de las hermanas vengan y te regañen– susurra la morena con miedo.

–Están durmiendo y ya termino– le resta importancia sin despegar la vista de su libro.

–La madre superiora dice que hay que leer la Biblia, ese libro no lo es– frunce el ceño bajando de su cama y se acerca a la rubia.

–No, es un libro romántico– sonríe ella con emoción.

María abrió la boca para objetar el mal que estaba haciendo, ya que a esas horas de la madrugada en cualquier momento alguna de las monjas se despertaría y las atraparía con las manos en la masa, pero justo el estruendo de un relámpago las asustó.

La pequeña morena de 7 años corrió nuevamente a su cama y se tapó con sus sábanas hasta la cabeza; mientras que Sofía dejo a un lado su libro y con su osito de peluche bajo el brazo se asomó por la ventana de aquél primer piso, atraída por unas luces rojas y azules que iluminaron la oscuridad de la noche.

Tocando el cristal de la ventana miró con curiosidad como de una patrulla estacionada en la entrada del orfanato salía un oficial de policía y abría la puerta trasera del vehículo para dejar salir también a un pequeño niño que no alcanzó a ver con claridad.

La curiosidad había sido siempre una cualidad notoria en la pequeña rubia de ojos verdes, algo que en sus años en el orfanato le había causado problemas, pero esta vez se contuvo y decidió volver a la cama y dormir.

La que no pudo dormir fue la madre superiora, Magdalena, que al escuchar los golpes en la puerta del establecimiento dejó de orar y se presignó mientras salía de su habitación aún vestida con su túnica.

–Virgen Santísima ¿Quién es a esta hora?– susurra encendiendo la luz del recibidor y abrió la puerta.

–Buenas noches señora, soy el oficial Deker– se presenta el uniformado preocupando a la mayor –Él es Jano– coloca la mano en el hombro del pequeño pelinegro cabizbajo.

–Buenas noches, pasen, pasen, antes de que se sigan mojando– dice ella dejándolos entrar.

La mujer cierra con firmeza la gran puerta del lugar y mira con angustia al niño, que aún no levanta la vista y sigue mirando sus zapatos mojados y sucios con lodo.

–¿Qué lo trae por aquí, señor?–

–Jano ¿Puedes ir a sentarte en aquél sillón?– señala el oficial en dirección a unos pequeños sillones caqui ubicados alrededor de una pequeña mesita de vidrio.

El niño sin levantar la mirada obedeció en silencio.

–Vengo a dejar al niño, tiene 10 años y...acaba de quedar huérfano, perdió a sus padres en un incendio. Las causas se siguen investigando, pero al parecer fue causado por un accidente doméstico y aunque la lluvia ayudó a los bomberos apagar el fuego, él fue el único sobreviviente– susurra sacándose su gorra y colocándola en su pecho.

La madre Magdalena se lleva la mano a la boca y se gira en dirección al menor.

–Que Dios los tenga en su santa gloria...– se persigna nuevamente y mira al uniformado –¿No tiene dónde quedarse?–

–Al parecer sí, un tío lejano por lo que averiguamos, pero al llamarlo se negó a criar al pequeño, por lo que decidimos dejarlo aquí. Servicios infantiles vendrá mañana temprano a encargarse del papeleo y tal vez también necesite asistencia psicológica– explica con lástima.

–Entiendo...– asiente la superior –Aquí estará en buenas manos, se lo aseguro–

–Bien...ya me voy, que tenga buena noche– se coloca su gorra y se acerca al pequeño, agachándose a su altura –Estarás seguro aquí, Jano– le intenta tocar el cabello, pero él se levanta no permitiendoselo.

El niño camina, sin levantar la cabeza en ningún momento, hasta la escalera y se sienta en el primer escalón con sus manos en las mejillas.

La madre superiora despidió con educación al oficial, sin percatarse de la intrusa que se asomaba por el barandal de la escalera para escuchar con más claridad. El que sí se dio cuenta de su presencia fue Jano, quién al escuchar un pequeño estornudo de parte de la niña se giró y subió los pocos escalones de la escalera.

–Hola– saludó la ojiverde sonrojada por haber sido atrapada –Soy... Sofía.

La intriga le había ganado y no podía dormir por el fuerte sonido se las gotas de agua estrellarse contra el ventanal de la habitación, por lo que había decidido espiar pero ahora se arrepentía de su mala idea.

Al escuchar esa dulce voz avergonzada, Jano levantó la cabeza por primera vez en la noche y la miró. Sus ojos azules brillaron al ver ante él a la hermosa niña vestida con su camisón blanco y con un peluche de oso en la mano.

De repente todo a su alrededor se esfumó y olvidó por unos segundos la razón por la que había llegado al internado.

–Que linda– susurró acercándose más a ella.

La diferencia de altura fue notable, ya que con sus 10 años el pelinegro superaba a la niña de 7 por unos cuantos centímetros, que para Sofía fueron muchos ya que levantó la cabeza y lo miró fijamente con timidez.

–¿Qué dijiste?– susurró la niña inclinando su cabeza hacia un lado.

–Soy Jano– le tendió su mano sonriendo.

Ella también sonrío y juntó las manos con el niño.

Si Sofi hubiera sabido lo que el tacto de ella había provocado en el cuerpo y el alma de Jano, habría pensado dos veces antes de enamorar a aquel huérfano.

Pero, sin saberlo, ya se había condenado.











Escrito por:

JimeAlvarezR

Llévame al pecadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora