|•Relato 3: Egoísta🥀|

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Sofía se encontraba confundida y avergonzada, ya que muy dentro de ella sentía que había echo algo malo pero no podía negar que ese beso le había gustado

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Sofía se encontraba confundida y avergonzada, ya que muy dentro de ella sentía que había echo algo malo pero no podía negar que ese beso le había gustado. Esto último no evitó que luego de que ella y Jano se separaran, la rubia había salido corriendo con las mejillas rojas y calientes.

El dilema del beso hacía que la joven se quedara mirando un punto fijo de la pizarra de aquel aula sin siquiera prestarle atención a su clase de catequismo, hasta que su amiga le dio un pequeño golpe en el brazo.

–Haly Sofía Bezley le estoy hablando, señorita– dice con autoridad la mayor mientras golpea la mesa de la nombrada con su gran regla.

–Dis-disculpe hermana Isabel ¿me puede repetir la pregunta?

La monja al borde de gruñir, se enderezó y la miró con superioridad diciendo:

–Le pregunté sobre el pecado original–

–El-el pecado original fue la desobediencia de Adan y Eva al ingerir el fruto prohibido y...– la joven empezó a recitar de memoria, pero la catequista la interrumpió.

–No me refería a eso, quiero saber su opinión al respecto– corrige ella cruzándose de brazos.

–No la entiendo– frunce el ceño la ojiverde.

–Si alguien le prohíbe hacer o tocar algo ¿usted lo desobedecería?

–No, no, claro que no, yo...– fue interrumpida por segunda vez.

–Lo pregunto porque al parecer algunos libros de la biblioteca de libros incautados y no disponibles para leer, desaparecieron y la Madre Superiora está muy preocupada...

Isabel se apoyó en la mesa de Maria y Sofía, mirando a esta última con sospecha y continuó hablando con tono severo.

–No quisiera enterarme que alguno de ustedes tenga que ver con estas desapariciones...al igual que relacionarse de manera no apropiada con alguien–

Sofía, quién estaba mordiendo su labio con nerviosismo, recibió la mirada de todos sus compañeros, en especial de Jano que apretaba los puños bajo la mesa, deseando pararse y golpear a la mujer de fe.

–Hermana...yo, n-no se de qué habla– se intentó defender la joven con el corazón latiendole a mil.

–¡No darás falso testimonio ni mentirás!– grita, golpeando nuevamente la mesa y continua:  –Dicta el octavo mandamiento– sonríe en dirección a los demás y vuelve a su escritorio.

Sofía bajó la mirada, al borde del llanto, y jugó con sus manos tratando de calmarse.

¿Acaso la hermana había presenciado cuando Jano la llevó hasta el confesionario, y por eso la había acusado de manera indirecta?

Ante este pensamiento Sofía tuvo temor. El castigo sería severo, de eso estaba segura, así que no podría permitir que también castigaran a su amigo, por lo que limpio discretamente sus ojos y mantuvo una mirada seria volviendo a prestar atención a la clase.

Llévame al pecadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora