1 ; devil town

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   Mierda... ¡Mierda! Las palabras del director me llegaron al alma. Al parecer iban a cerrar la escuela por falta de fondos, lo que significaba que me alejaría de los pocos amigos que tenía. No era tan malo, los podría ver a escondidas, pero ahora que dejaría de estudiar en la Marble Mountain High School quedaban dos opciones: estudiar en casa o cambiarme de escuela. Lo más probable es que fuera la primera opción, ya que era mi último año y mis padres estaban hartos de invertir en escuelas privadas.
   El director terminó de hablar. Nos dio la opción de transferirnos a una escuela pública que estaba en construcción, propuesta la cual mis padres no aceptarían ni muertos. El prestigio de la familia Murphy lo era todo para ellos y mandar a escuelas públicas a su única hija no se vería bien (¿aún cuando podría ser visto como un gesto de humildad?). Como el discurso fue media hora antes del fin de la jornada, se nos dieron esos momentos para recreación. En fin, salí del auditorio y me dirigí junto a Chloe y Rudy hacia el jardín botánico de la escuela. Solíamos ir allí para cantar y tocar el ukelele que robamos de la sala de música hace unos años. Lo cuidábamos como si fuera nuestro objeto más preciado.

   —¡Hey!—nos llamó la atención Chloe—Ahora que este purgatorio va a cerrar, ¿quién se queda con el ukelele?

   —¡Yo yo!—exclamó Rudy, el maldito se me adelantó.

   —¡No es justo! ¡Yo también lo quiero!—reclamé a mis amigos, en parte de broma, no me importaba quedarme con el instrumento.

   Decidimos hacer un sorteo. Como no teníamos papel cortamos tres ramas de diferentes tamaños para que el que saque la rama más larga se quede el ukelele. Rudy fue el encargado de sostenerlas.

   —¡Bien! Ya conocen las reglas—dijo desafiante—Uno...

   —Dos...

   —¡Tres!—exclamamos al mismo tiempo.

   Medimos las ramas, yo tenía la más larga así que el ukelele me correspondía.

   —¡No es justo! ¡Sólo estaba calentando!—se quejó el mayor de los tres.

   —¿Calentando? ¿Eso existe?—preguntó con sarcasmo la rubia—En fin, Paige Murphy, el ukelele es tuyo.

   Nunca había ganado un sorteo en mi corta vida.

   —Es un honor... quiero agradecerle al monstruo debajo de mi cama—dramaticé.

   Rieron. Me gustaba hacer reír a mis amigos.

   —Ya que eres la ganadora del premio mayor—empezó Rudy con falso recelo—¿por qué no tocas algo?

   Era parte del coro de la escuela, además de la compositora de algunas canciones que cantábamos. Mi talento para las rimas era conocido por todos, así que no era de extrañarse que siempre llegue a la escuela con alguna canción a medio componer.

   "Siempre siento que estoy
   perdido en un limbo en el cual
   no puedo amar ni te puedo besar

   ¿Ya te cansaste de mi?
   No creo poder estar mucho más
   tiempo contigo ni con nadie más".

   Ni bien terminé los primeros versos sonó la campana de regreso a casa. Oculté el instrumento en mi mochila y fuimos entre risas a la salida donde nos separamos. Camine de regreso a casa con las manos en los bolsillos del saco de mi uniforme, donde escondía un gas pimienta por las dudas. Ya me habían asaltado una vez, por lo que Rudy me lo regaló para cuidarme de cualquier asesino en serie. En el camino fui tarareando la melodía que estaba componiendo en esos momentos, melodía que había cantado en el invernadero y que no había terminado.
Al llegar a casa saqué mis llaves y al entrar, estaba vacía, como siempre. Desde pequeña mis padres me dejaban sola en casa, por lo que mi crianza y, por consecuente, mi amor hacia ellos había sido nulo. Internet me crió con foros, YouTube y juegos online. Era algo triste, la verdad era que la razón por la que no iba al psicólogo era porque no me daban el dinero para pagar uno, así que con las herramientas que tenía a la mano me diagnostiqué borderline. Algo apresurado y peligroso, sin tratar por supuesto, pero necesitaba darle una explicación a mis problemas del manejo de la ira y los cambios repentinos de humor, sumado a mis pensamientos suicidas.
La falta de figuras de autoridad paternal y el nulo cariño que me daban me dejaban a la deriva. Mi verdadero hogar estaba en la escuela y me lo iban a arrebatar. Estudiaría en casa y no me dejarían salir; Las pocas razones por las que seguía viva se esfumarían como agua caliente. Decidí dejar de quejarme y comenzar a limpiar el living antes de que llegaran mis padres, de lo contrario me regañarían. A esas alturas aún no entendía por qué, con tanto dinero que tenían, no contrataban a una empleada doméstica; hoy en día me lo sigo preguntando.
Mientras limpiaba, escuchaba desde mi viejo MP3 las canciones de Elias Young, más conocido como Candy Socks, mi artista favorito. El era mi inspiración para componer, y mi sueño era ir a verlo a alguna presentación. No concierto, sino presentación, a él le gustaba llamarles así. Más allá de eso no tenía algún otro sueño, ni uno solo. La seguidilla de desgracias en mi vida me llevaban a quedarme dormida entre lágrimas, sin consuelo alguno.
Al terminar de limpiar me di cuenta que ya era tarde y mis padres aún no llegaban. Como siempre, deduje que seguían en el trabajo y no volverían hasta las nueve de la noche. Preparé la cena, arroz con pollo, una de las únicas cosas que sabía hacer, subí a mi habitación y me encerré.

.|Devil Town|. Ticci TobyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora