EL REGALO PROMETIDO

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Estoy listo para confesar todo, sin importar lo que piensen de mí. Ya han pasado algunos años desde el incidente, y no voy a callarme más. 

Llegó un día a mi casa, mientras ocupaba mi valioso tiempo en este encierro pegado a la pantalla de mi computador, chateando con amigos. Nuestro mundo vivía una pandemia que nos obligaba a todos y cada uno de nosotros a quedarnos recluidos en la seguridad de nuestros hogares, mientras los gobiernos trataban de proporcionarnos una solución para los estudiantes como yo.

En fin, estaba haciendo eso, cuando oigo unos golpes desesperados en mi puerta. Bajo las escaleras, mientras pienso en la pobre persona que está siendo empapada por la llovizna. Llego a la puerta y la abro.

Era un hombre alto y grueso como un armario. Tenía ojos penetrantes y pequeños, una mirada que tal vez nunca voy a olvidar. Para no alargarme en los detalles, vestía uniforme de policía y empapado por la lluvia. Entre sus manos llevaba una caja sobre la cuál había una carta.

— ¿Joven Diego Carrillo? — pregunta el señor  con voz ronca y varonil — Soy enviado desde la penitenciaría San Juan, usted es pariente de Héctor Carrillo, ¿verdad? 

Era extraño, hace meses no escuchaba noticias de ese hombre que se hacía llamar mi padre. No quise volver a interesarme en asuntos de mi verdadera familia hace mucho tiempo, pero como el hombre no venía con intenciones de hacerme daño ( pese a su gran tamaño), lo dejé entrar solo por mera curiosidad.

Le ofrecí una taza de café, que el negó rotundamente.

— No gracias. Vine sólo a entregarle este paquete y a leerle esta carta. Digo, si quiere puede leerla usted.

— No, tranquilo. La leeré más tarde, que pena por hacerlo venir con este temporal y en estos tiempos tan peligrosos — respondí, con tono serio. Si quería disculparse por abandonarme a los cuatro años y dejarme solo en un hogar de acogida quería que lo hiciera frente a frente. El hombre no hace mayor gesto, simplemente responde que lo entiende y que no se preocupe, aparte de recordarme de lavarme las manos seguido. Se despide y se retira, dejándome solo a mi merced, con un paquete y una carta de un hombre que me dejó hace 10 años.

Miro la caja, se ve normal, y lo mismo la carta metida en un sobre manila. Tomo la carta y despego la cinta con cuidado, y procedo a leer el contenido del paquete.

Querido hijo. Tal vez no merezco tu respeto y tu aprecio y créeme que lo entiendo. No fui el padre del año, y por eso quiero que sepas toda la verdad.

Antes de conocer a tu madre, viví una vida criminal como bien ya lo sabes. Debido a esto, pasé mucho tiempo en otras prisiones hasta que, en uno de esos establecimientos, conocí a tu madre. Trabajaba como guardia de lugar, y ella fue la razón por la que deseé ser una mejor persona. Mediante una serie de discusiones, arreglamos con el juez que viviría en libertad condicional, yéndome a vivir con tu madre, y poco después, casarnos. 

Pero la necesidad por el dinero era mucho más fuerte. Y empeoró un día cuando, llegaba frustrado porque me habían despedido del trabajo, tu madre  me confesó que iba a tener un hijo. No me quedó más remedio que decirle la verdad, que nuestras condiciones no iban a ser las más aptas para criarte y que no me quedaría más opción que volver a mis andanzas. Tu madre, tan humilde y optimista como era, me pidió no hacerlo, que tarde o temprano todo iba a arreglarse, sin importar que yo tuviera trabajo o no. Qué corazón tenía mi Esther.

Lastimosamente, no me quedaron opciones. Pasaron los meses y me empecé a volver más violento, y un día no lo aguanté más. Salí a la calle una noche, busqué un callejón y allí asalté a una pareja con un cuchillo de cocina. Como opusieron resistencia, tuve que matarlos. Justo en ese instante sonó mi teléfono: era tu madre, diciendo que viniera al hospital lo más pronto posible, que ya era hora. Sólo pude decirle que la amaba, pues llegaron los policías y me arrestaron.

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⏰ Última actualización: Oct 31, 2020 ⏰

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