.Foto horrenda.

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El superintendente trago duro ante la confesión del comisario —. Yo también lo haría…

Muchos pueden afirmar que el superintendente Conway, a estado más serio, cabron y triste que nunca, se había vuelto un hijo de puta, pero era normal, era comprensible.

El comisario estaba realmente afectado, había perdido a su pareja, a su desastre preferido, había perdido su alma. Poco a poco se había convertido en Conway, serio, frío, implacable, ya no hacía esos juegos y frases de Otakus que tanto llegaba a alegrar la malla.

Horacio y Gustabo eran como sus hijos, hasta que Gustabo comenzó a exponerse más, dándose cuenta que ya no lo veía como un lazo “familiar”, lo veía de manera diferente, le veía con… ¿Deseo? Tardó meses en darse cuenta de que al menos sentía atracción, algunas veces estos tenían encuentros, dejando de verle como un hijo. Horacio era su hijo y Gustabo era alguien importante para este.

Horacio y Gustabo llegaron haciendo mucho ruido y como llegaron se marcharon, haciendo demasiado ruido para el gusto del intendente y comisario.
Les gustaba la tranquilidad, ¿En qué momento habían caído ante dos chichos así? Nadie lo sabía, era un misterio, pero era un misterio tan perfecto que decidieron no saber más y dejarse llevar.

—Superintendente acaba de entrar un hombre con capucha, no se le ve el rostro, está actuando extraño —dijeron por radio, Conway y Volkov se levantaron de los asientos y caminaron con tranquilidad hasta la puerta —. ¡Oh! ¡Acaba de coger la imagen de Gustabo! ¿Hacemos algo?

El intendente al escuchar eso su sangre hirvió, seguido de sacar la pistola y bajaba casi corriendo hasta llegar donde todos los agentes se encontraban, Conway no se lo pensó y le apuntó hacia el desconocido que había pensado que hacer eso sería buena idea —. ¿¡Qué coño haces con la imagen!? —grito lleno de furia.

El de la capucha se dio la vuelta, sin dejar que se viera su rostro, estaba con la cabeza gacha, parecía que quería guardar el anonimato unos minutos mas —. Esta foto es horrible, le dije a Horacio que la borrará, pero aquí está, colgada frente todos —dijo, haciendo que todos se quedarán de piedra, el superintendente jadeo sin dejar de apuntar, el encapuchado dio dos pasos y lanzó el cuadro a la papelera —. Además, no me gusta que me vean como un muerto, estoy muerto por dentro, pero de momento sigo respirando.

—¿Gustabo? —pregunto Volkov con voz ahogada, este levantó la cabeza dejando ver una sonrisa.

—El mismo, comisario bombón.
Los ojos de Volkov se aguaron al oír el mote que su pareja le puso. 

Conway dejó caer la pistola y observó al hombre que tenía a unos metros, la malla seguida de piedra, ¿Cómo no estarlo? ¡Estaban viendo a un muerto hablar. El encapuchado camino hasta Conway y se agachó con la atenta mirada de todos, cogió la pistola y se la tendió —. ¿Esta demasiado mayor  para sostener una pistola? ¿Tomaste las…?

Gustabo fue interrumpido por unos brazos que le atrajeron a él abrazándole con fuerza, haciendo que de nuevo la pistola se precipitara al impoluto suelo de la comisaria, todos miraron sorprendidos, pero nadie dijo nada.

—¡Todos a lo suyo! —grito el comisario, Volkov siempre supo lo mal que el superintendente lo paso al perder al dúo, pero supo que le dolió perder a Gustabo más de lo que le gustaría admitir.

Para Conway todo encajaba, él tenía razón, no estaba loco, ni paranoico, él tenía razón.

—¡Debe de estar vivo, su cuerpo no estaba Volkov!

—Se habrán llevado el cuerpo con ellos…

Pero todos le habían quitado el pensamiento de que aquel chico inquieto y espontáneo estaba vivo, pero ahí estaba, estaba entre sus brazos.

Gustabo minutos después se separó de este, al fin se le vio el rostro, la capucha por el abrazo se había caído dejando ver los ojos azules de Gustabo, pero ya no desprendían brillo, estaba vacíos, en sus labios había una sonrisa, intentaba que el de brillo de emoción en sus ojos fuera reflejado en su sonrisa, una sonrisa llena de vacile.

Sabía que no era su Gustabo, que el suyo murió al ver como mataban a su hermano.

—Le extrañe, anciano —dijo con una sonrisa.

—¿Entonces por qué no viniste antes? —susurro.

Renacimiento. INTENABO. CANCELADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora