Mis manos tiemblan, el humo ahoga mis ojos impregnados de lágrimas, y mi boca escupe las culpas en cada exhalación.
Te miro, siempre igual, etérea, audaz, con esa gracia indescriptible.
Invades mis pensamientos, y contaminas mi sangre cada vez que tus labios rozan mis mejillas en el más extraño de los saludos.
Y yo solo te miro… perdiéndome en tus ojos.
Otra vez el humo llenando mis pulmones, las manos tiemblan y el corazón calla.
Ahora me enfrenta tu espalda. Te vas, y yo sigo observándote…
Humo, una vez más. Como intentando reemplazar aquella sensación con el beso del tabaco.
Giras, agacho la mirada, sonríes y continúas tu recorrido.
Arrojo el cigarrillo al suelo y lo apago con un leve movimiento de pies, se consume…
Siento como la noche me invita a brindar con sudor junto a la soledad que me acompaña.
Te perdí entre las sombras.
Mis ojos ya cansados destilaron ese dolor que presionaba cada una de mis palabras, esas que nunca pronuncié.
Palabras de ausencia, confundidas en el viento que nunca sopló, ahogando las raíces del destino.
En la mesa los restos de mi bebida, las cenizas del tiempo vuelan hasta encontrarse con la realidad.
Ese estallido sordo rompe con la calma de la noche, nadie lo nota.
Mis manos ya no tiemblan, el humo se dispersa, mi frente golpea con firmeza donde alguna vez compartimos ese momento feliz.
Mis ojos se cierran, la luz se apaga.
El reloj se detiene en mí.
Nadie lo nota.
Y aun sonríes… como siempre.