Por la mañana, otra vez.

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¿Nunca se detuvieron a pensar con qué facilidad uno automatiza su vida? Cómo sin darnos cuenta ejecutamos tareas, porque si. Sin el menor atisbo de razonamiento en el medio. Desde el más ínfimo movimiento hasta las acciones más osadas. Y la gran mayoría de estas ocurren por la mañana. Al levantarnos. Mejor dicho, apenas abrimos los ojos.

Hay que ver con que destreza, entre esa cortina somnolienta, llegamos a tientas al baño, descargamos el excedente y abrimos las canilla para lavarnos la cara y las manos. Ah, te olvidaste. Apretas el botón del desagote, al fin.

La toalla, húmeda de días, intenta secarte la cara, esa que apenas se reconoce en el espejo.
Ese duelo de miradas, por un segundo extrañas, hasta que poco a poco caes en la cuenta de que, efectivamente, ese, sos vos. No podes hacer nada para cambiarlo. Te resignas, otra vez.

Salis del baño, pero volvés porque te olvidaste de apagar la luz. No queres problemas, es temprano. Pero ya van dos.

Ahora empieza el debate, ¿Primero pones a preparar el café o te vestis? Te vas para la cocina, llenas de agua el depósito de la cafetera, porque anoche te olvidaste de hacerlo, ya van tres. Sacas el filtro, tiras el café viejo de la mañana anterior, lo enjuagas, apenas lo secas con el repasador que cuelga de la manija del horno. Lo llenas de café, café que salió del frasco de arriba de la repisa, esa donde cuelgan las tazas enganchadas con tornillos que clavaste en el borde. Esas tazas que siempre, pero siempre, estas a punto de tirar cada vez que sacas el frasco del café. Ya pasó un par de veces, por eso te preocupa. Pero no decís nada porque el de la idea de colgar las tazas ahí fuiste vos.

Al fin pones el filtro en su lugar, giras la rueda de la cafetera y se empieza a calentar el agua.

Los perros no salen de la habitación, hace frío. Eso te da risa y ternura. Entras otra vez.

Con la pierna moves un poco al perro que duerme sobre la alfombra de tu lado de la cama, a ver si te da un poco de espacio para poder sentarte y ponerte el pantalón. El mismo que usas todos los días para ir al trabajo, ese que descansa siempre en el respaldo de esa silla, con el cinturón colgando a modo de contra peso. Elegís una entre las cuatro o cinco remeras que usas para trabajar, la estiras sobre tus rodillas. Te sacas la que usaste para dormir y la dejas sobre los pies de la cama. La perra ni se entera y se vuelve a acurrucar.
Ella duerme. La miras dormir ¿La despertas ahora o antes de salir?

Te pones desodorante, te calzas la remera, la metes dentro del pantalón y ajustas el cinturón. Cada vez te cuesta menos ajustarlo. Lo pensas todos los días.

Salis de la habitación, y ahora sí te siguen ambos perros, creen que les vas a dar de comer, como todas las mañanas. Pero hoy vas atrasado al trabajo. Como todas las mañanas.

Tenes que despertarte antes, ella tiene razón. Pero nunca podés. ¿O no querés?

La luz verde te indica que la cafetera esta lista, giras la rueda y empieza a filtrar el café. Mientras, corres a buscar la mochila porque te olvidaste de preparar la comida que te vas a llevar. Van cuatro.

Una vez de vuelta en la cocina, apagas la cafetera que casi te rebasa la taza, como siempre. Abrís la heladera y buscas las sobras de la cena. Lo que sea. Algo encontras. Directo a la mochila. Cerras.

Los perros te miran, siguen esperando la comida, que saben no les vas a dar. Entoces mientras terminas de tomar el café, en sorbos largos, te abrigas. Ya tenes que salir.

Entras a la habitación, el perro te sigue, la perra ya estaba hacia un rato, metida debajo de las sabanas. Te acercas, se está despertando, le avisas que te vas, le das un beso. En ese estado de semiconciencia te dice que te ama, y que le avises al llegar. Te vas.

Vas saliendo y los perros otra vez detrás, ahora se alborotan para salir por la puerta, y no salen, como siempre.

Bajas la escalera hacia la puerta de calle, metes la llave, pones play a "Tus Me Gusta"de Spotify y salis.

Cerras la puerta detrás tuyo, miras la calle. Respiras profundo. Exhalas.

Y ya estas contando los segundos que te faltan para al fin poder volver.

Divagues de un charlatán.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora