Matrimonio.
Siempre pensé que llegar al altar sería la cúspide de mi vida. Crecí pensando que el amor podía superarlo todo, la esperanza, paciencia y bondad que dabas serían retribuidos. Pero, era una chica ingenua y tonta. La realidad me dio con la puerta en la cara, muy literalmente.
Déjenme presentarme. Tengo 20 años, nacida en una familia muy bien posicionada económicamente y soy la mayor. Mi padre lleva sus negocios como una religión, le llevo mucho de su juventud hacerse un nombre y cuando decidió que era hora del "heredero" solo obtuvo 4 hijas mujeres. Como la mayor, crecí bajo la presión, reglas y mucha vida social.
Lamentablemente, a los 12 años me di cuenta de que todo es apariencia, estatus y dinero. Desde entonces, mantengo un margen, no me inmiscuí en el mundo de las redes sociales, aprendí la importancia del perfil bajo, dejé de confiar y dediqué mi tiempo a mí. Por mucho tiempo me resistí a las modas, al trato especial, porque destacar era un peligro.
Y justo cuando estaba sintiéndome más realizada... padre vino a destruir mi mundo.
Verán, padre enfermó un mes, mes en el que mandó el vicepresidente, no pudo con los gajes del oficio y terminó hundiendo la compañía. Al retorno del rey, se estabilizó todo, ahora estaba con un pie dentro y fuera de la temible BANCARROTA. Su solución como tirano fue simplemente egoísta en muchos sentidos. Ofreció un matrimonio al hijo varón de su socio acérrimo (cuyo hijo llenaba todas las primeras planas del joven-jefe-talento).
La noticia se dio en la cena obligada de los miércoles. Las reacciones de nosotras, las hijas (a excepción de las menores), fue de total aborrecimiento. Mi madre, que parecía adorar a papa como una deidad, clavó sus ojos en mí. Su mirada de total "es tu deber como la hija mayor". Me retorció el estomago y vomite toda la deliciosa cena. Sería lindo decir que me mandó a mi cuarto con un castigo de por vida, pero no. Estuve en su estudio una hora escuchando sus razones, los beneficios y mi posición como hija primogénita.
Es obvio que mi respuesta era un: NO ME JODAS.
Solo que cuando sentenció a mi segunda hermana a reemplazar este puesto, tuve que recapacitar.
¡Por Dios Santo! Tenia 16, d-i-e-c-i-s-é-i-s años.
Entonces... acepté. El trato quedo hecho.
Los siguientes meses pasaron rápido, la planificación de la boda, selección de fecha, mi estricto plan alimenticio y las PUTAS cámaras. Mi futuro esposo era una jodida celebridad, conocido por ser el jefe más joven dentro del circulo aristocrático de los millonarios culos y acaparaba toda la atención en las presentaciones, reuniones y fiestas. Nuestro primer encuentro fue horrible y es poco decir, no nos parecíamos en nada, ¡NADA!
Luego de ese fallido primer encuentro, no tenía esperanzas en un matrimonio amoroso, no con él. Y desde entonces no lo volví a ver hasta el ensayo de boda. Que fue otro desastre.
Su ego empataba en tamaño con el maldito Everest, su arrogancia me producía unas ganas asesinas difíciles de disimular, y él era consciente de eso. Diablos, las palabras bonitas de madre no ayudaban a seguir en pie con esto. No iba a servir callada, agachar la cabeza y esperar que su palabra fuera ley. Este era el jodido siglo 21. Pero... demonios, no podía simplemente renunciar e irme a buscar un trabajo. Y no porque no pudiera, sino porque pertenecía a este circulo social, era consciente de que si decidía apartarme me iban a aplastar, y a mi familia conmigo.
¡¡MIERDA!!
Resumiendo, el ensayo fue bien, pero lo que pasó una vez terminado el ensayo, eso no fue bien.
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One More Day
Teen FictionCon solo 20 años, he contraído matrimonio con un hombre al que "no amo" ni amaré. Me uní a él para salvar a mi hermana, por orden de padre y, ¿todo para qué? Para que conserve su compañía. Ahora, tengo que mezclarme con aquellos de los hui, aquellos...