-Llegamos, señora -anunció Henry.
Mientras se estacionaba dejó abierta la ventanilla, pude ver los coches tras los cuales hacíamos fila. Esta visión de los asistentes me desalentó más, si es que eso era posible. Hundida en el asiento, solo deseaba que me tragara la tierra. Y no tenía nada que ver con lo que usaba, no, claro que no...
¡Ese maldito bastardo había comprado ropa muy vulgar!
Reconozco que no imaginaba vestirme como monja. Pero, al menos, esperaba que mi vestido cubriera mi espalda y me proporcionara calor, por no decir que esperaba que me hiciera sentir segura. Por el contrario, el vestido que se me había asignado era todo lo contrario a lo que yo usaría en pleno uso de mis facultades. Ebria, estaría cómoda en este manojo de tela. Cuerda, como estaba, me sentía muy avergonzada.
Baje la vista a la piel que el vestido no cubría. Mis pechos estaban apenas cubiertos por dos trozos de tela que se sujetaban en el cuello con un lazo simple. Mi espalda al descubierto hasta la base de la cadera, donde empezaba la falda que caía de largo hasta el tobillo. Una abertura en la pierna me daba movilidad y como la falda era pliegue sobre pliegue, a menos que caminara no notarias la existencia de dicha abertura. Tener los brazos al descubierto me hacía sentir fatal, ni que decir de los rollitos que sentía formarse mientras estaba sentada.
Abochornada, empecé a darme aire con la mano, mientras sentía a mi corazón dispararse contra mi pecho. Iba empezar a sudar, lo cual era un agregado horrible para mí, ya de por sí, demacrada apariencia. Y no, no porque sabía o me creía fea, sino porque era consciente de que aún quedaban rastros de papada en mi cuello, mis brazos seguían rechonchos y no estaba segura de hasta qué punto eran visibles mis estrías.
Mierda, mierda, mierda...
Inhalé profundo, conté hasta diez y solté el aire. Repetí el proceso unas cinco veces más. Cuando mi corazón estaba ya más calmado, abrí los ojos.
Recité mi mantra mental, me dije a mi misma que todo iría bien. El peinado que había escogido disimularía muchas cosas, mi cabello estaba suelto y en ondas, un par de horquillas en forma de flores de cristal evitaba que se superpusieran a mi rostro arruinando el maquillaje.
Oh... el maquillaje.
Con la sesión de limpieza facial, mi piel estaba muy bien. Me había comprado cremas, sueros y jabones para mantenerla igual. Recibí asesoramiento y regalos por mi compra; así mismo, obtuve una sesión gratis de exfoliación. Ya en el salón de belleza, me enseñaron lo esencial para que el maquillaje se vea natural y no sobrecargado, que es lo que usaba ahora. Labios rosas con tinta, piel con base suave, un poco de corrector al que llamaremos magia y polvo para mantener todo en su lugar. Además, agregaron en los pómulos algo de rubor y contorno que daban profundidad. Me pusieron pestañas postizas, sombra del color del vestido, así como otros tonos para matizar y darle brillo a mi mirada. Un delineado que nunca podría imitar y para finalizar, iluminador.
Llevaba un collar de cadena plateada y un solitario dije de luna, también plateada. Aretes pequeños y pegados a la oreja, una luna nueva con diamantes incrustados que pasarían desapercibidos. Sí, realmente me veía muy bonita. Pero lo malogré en cuento me puse el chal, porque obviamente estaba usando un chal, tanto para cubrir mi espalda como para escapar del frío. Se hizo el infierno al escoger este chal. "No combina con la tela negra escarchada del vestido", o eso afirmaban ellos. Y, aunque la señorita que me asesoró con la ropa se mostró disgustada, igual me quede con la prenda encima.
Niña mala.
La puerta fue abierta, Henry extendió una mano para ayudarme. Otra respiración profunda y tome su mano para salir. Ni bien estuve en toda mi estatura, la falda cayó libremente envolviendo mis piernas y dejando al descubierto los tacos plateados, donde sus detalles de estrellas y lunas resaltaban a la vista. Pedicura perfecta en combinación con mi blanca piel.
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One More Day
Novela JuvenilCon solo 20 años, he contraído matrimonio con un hombre al que "no amo" ni amaré. Me uní a él para salvar a mi hermana, por orden de padre y, ¿todo para qué? Para que conserve su compañía. Ahora, tengo que mezclarme con aquellos de los hui, aquellos...