Virginia.
La mansión para la que trabajo parece un palacio pero no le pertenece al rey.
No era la propiedad de una familia aristocrática pero no tenía nada que envidiarle a mi vieja casa, aquel palacete decrépito en la cima de la colina. Los portales de fierro intrincado, los enormes jardines repletos de fuentes y flores multicolores, las paredes de piedra gris y los altos techos podrían perfectamente haber sido parte de la mansión de un grupo de marqueses pero los Von Hoefken no pertenecían a la nobleza a pesar de ser obscenamente ricos, la familia más rica después de la familia Imperial.
La mansión era tan grande que podrías perderte dentro de ella y yo frecuentemente tenía que seguir las guías pegadas en las paredes para poder orientarme en el lugar. Antón se río mucho cuando le confesé la razón por la que llegaba siempre tarde a las recámaras. " ¿No estás acostumbrada a las casas grandes?" Se burló de mi desde detrás de sus gruesos libros de filosofía. "Mi padre tuvo que vender gran parte de nuestros palacios" Le confesé. Pareció sorprendido al enterarse de eso, pero no quizo insistir más. Mi palacio ahora era suyo, aunque burlonamente el padre de Antón me lo ofreció como regalo el día que nos casáramos.
El matrimonio se veía como una opción razonable, al menos para mi madre, pero yo era orgullosa. Quería casarme con alguien a quien amara, por mucho que mi padre hubiera dilapidado nuestra fortuna y ahora nuestra familia dependiera de los Von Hoefken y yo dependiera de Antón.
No era un mal trabajo de todas maneras. Antón era bueno, aunque al inicio no lo supe percibir. El primer día que llegué a la mansión le traje un pastel de limón. Me había esforzado al hacerlo y lo decoré con cuidado. Ese primer día nos sentamos en el invernadero, esa pequeña casita de vidrio al lado rodeada por las piscinas de la propiedad. Las sirvientas nos abrieron la puerta y su propio padre arrastró la silla de ruedas de Antón. Puse la torta en el centro y la partí en secciones, pero a pesar de que su padre alagó el postre Antón no tocó su porción.
- Es un día soleado y el glaseado va a derretirse si no comes tu parte--
- Ya lo sé--
Aquello me sorprendió. No supe que decir ante una respuesta como esa, por que sus palabras eran groseras pero su rostro no lucía burlón ni mortificado si no que traslucía una emoción que no supe decifrar. Como mucho, Antón parecía confudido y aquello me desconcertaba por que no sabía si realmente no entendía que había sido maleducado o si se estaba burlando de mi.
- La señorita Váliere desea que te comas tu parte, Antón--
- No como postres glaseados--
Agusto Von Hoefken suspiró. Era un hombre alto y fornido, a diferencia de su hijo, que aunque era alto era más bien delgado y daba un cierto aire de nostalgia y fragilidad. Ambos tenían los ojos azules y el cabello rubio y rizado, pero era muy distintos, tanto físicamente como en personalidad.
- Está delicioso, Virginia-- Me alagó. Estiró el cuello hasta que escuchamos un chasquido, y comió otro poco del pastel-- ¿Lo preparaste tu misma?
- Es una receta de familia-- Le confesé-- Solía ayudar a mi madre a recoger los limones en el castillo, ella me enseñó a hornear.
- Suena interesante ¿No crees, hijo?--Agusto sacudió el hombro de Antón suavemente, intentando sacar a su hijo de su ensoñamiento. Antón apartó el brazo de forma brusca y tiró el pastel al suelo-- !No es posible!--gritó Agusto. Ahora Antón si parecía mortificado. Su rostro se había transformado completamente por la angustia y apretaba las mangas de su camisa de seda blanca-- No, no hagas eso--Agusto intentó zafar las manos de Antón de su brazo pero lejos de aflojarse el agarre se hizo más severo. Antón se inclinó sobre sí mismo hasta que su pecho quedó pegado a sus rodillas, jadeaba y pedía perdón-- Antón, compórtate. Hemos hablado de esto...
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La Danza de Los Claveles Rojos
RomanceVirigina de la Valiére es la huérfana de una familia aristocrática caída en la desgracia por el estado psicótico de su madre y las deudas por las apuestas de su padre, que ha despilfarrado la fortuna familiar. Debido a ello es asignada como dama de...