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— Despierta… Shu-chan, abre los ojos

Había una voz. Era suave y gentil. Le estaba llamando, incitandolo a dejar su estado de inconsciencia y mirar el mundo. Sin embargo, no quería hacerlo. Se sentía entumecido emocionalmente y con dolor físicamente, que le era casi imposible abrir sus ojos. Es más, no quería abrirlos… él sólo esperaba no poder abrirlos nunca más.

— Shu-chan, por favor.

De nuevo esa suave voz que lo llamaba,  irradiando una calidez en cada nota, que estaba seguro, no merecía.

— Shūji…

Bien, parece que no podía evitarlo. Hizo un esfuerzo por levantar sus párpados. La luz era casi cegadora y no hacía nada bueno para aliviar su dolor de cabeza. Sin embargo, se obligó a mantenerse firme, y centró su mirada en la mujer que lo acunaba. No era capaz de distinguir su rostro para saber quién era, pero su instinto le decía, que ella no era peligrosa.

Shu-chan — dijo suavemente, y él sintió el suave toque fantasma en su mejilla —. Lo lamento — había una tristeza desgarradora en el tono, que le hizo doler el corazón —. Perdóname, cariño. No pude protegerte otra vez — sintió gotas de agua tibia caer en su rostro. La mujer a la que no podía ponerle un rostro, estaba llorando —. Pero te prometo que es la última vez. Felíz cumpleaños, Shūji. Tu regalo… será la libertad.


— Dazai — una nueva voz —. Dazai, ¿Estás conmigo?

Su cerebro fue incapaz de captar las palabras, cuando el mundo a su alrededor cambió. Ya no sé encontraba en un lugar sin nombre, dónde no podía distinguir nada más que una luz cegadora y la silueta de una mujer. No, ahora era capaz de dislumbrar el sol poniente y el cielo en el atardecer. Había una persona sobre él, pero a esta, si le podía ver el rostro, y oh Díos, era un rostro que conocía más que bien.

— Odasaku — se obligó a murmurar. Su garganta dolía, pero eso no evitó que una sonrisa se formara en sus labios al pronunciar el apodo del hombre que miraban sus ojos marrones —. ¿Alguna vez te han dicho que luces tan hermoso a la luz del sol al atardecer?

El hombre de cabellos rojos, sonrió levemente, antes de moverse y ayudar al más a jóven a enderezarse y posteriormente a levantarse. Una vez que los dos estuvieron sobre sus pies, Oda Sakunosuke, se quitó su saco y lo colocó suavemente sobre los hombros del moreno.

— Necesitarás sacarte esa ropa y ponerte una seca o pescarás un resfrío — dijo con gentileza, mirando como el cuerpo de Dazai temblaba ligeramente.

Dazai asintió con la cabeza, sin confiar en su voz para hablar, mientras se acurrucaba en el abrigo ofrecido. Olía tan bien y era tan cálido. Podía derretirse aquí mismo y estaría felíz. Odasaku era tan amable con él. Casi sentía culpa por saltar al río en busca de su propia muerte.

— ¿Podemos ir a tu casa? — Dazai habló tímidamente, reconociendo el camino hacia su departamento. No quería ir a su lugar. Lo último que necesitaba en estos momentos era lidiar con Chuuya y los sermones de Mori.

— Claro que sí, Dazai — Oda puso gentilmente una mano en su hombro y lo apretó suavemente.

Cielos. ¿Qué había hecho de bueno en su miserable vida para haber conocido a este hombre? No lo sabía.

Mira al cielo y pide un deseo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora