trois

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Al día siguiente, ambos chicos se reencontraron, cumpliendo así con su dulce promesa.

A Jaemin le pareció curioso el hecho de que el extraño se viera exactamente igual que el día anterior; sus ropas no habían cambiado, poseían aquellos brillantes colores y llamativos motivos que capturaban por completo la atención de los transeúntes que le dedicaban miradas curiosas. Pero el principito era ajeno a ellos, tenía su mirada clavada en el chico que le dedicaba una sonrisa como saludo.

Esa tarde, entre risas y palabras compartidas, (aunque las risas le pertenecían más que nada al principito y las palabras a Jaemin; salvo cuando el más pequeño se atrevía a lanzar sus curiosas preguntas, pues ahí no había quién pudiera callarlo), Jaemin descubrió algo nuevo.

¡El planeta de origen de su amigo era apenas más grande que una casa! Él estaba muy poco interesado en las cifras, pero por si algún adulto se atrevía a preguntar por el principito, él tenía grandes certezas de que su planeta era el asteroide B 612. Este hecho, por supuesto, nunca había salido de la boca del principito, quién consideraba más importante preguntar sobre por qué los árboles se mecían por el viento en determinada dirección y no cuántos árboles había, propiamente.

A Jaemin le hubiese gustado decirle a los adultos que en su visita al parque conoció a un extraño muy pequeño y curioso, cuya prueba de su existencia es que era encantador, que reía y quería un cordero. Querer un cordero es prueba de que existe.

Pero los adultos seguramente se reirían en su cara y lo acusarían de infantil, así que debía hablarles en un lenguaje que, aunque no le gustara, ellos podrían entender. Decirles que provenía del asteroide B 612 era una prueba irrefutable de su existencia, ¿qué adulto se atrevería a cuestionar una cifra? Solo así quedarían convencidos.

Esa misma tarde, mientras el sol se escondía tras los árboles que tanto intrigaban al principito por su imponente tamaño, el pequeño de rubios cabellos le pidió que lo dibujara.

Jaemin, vaciló. Él, quién solo tenía dominio en el arte de las boas abiertas y cerradas a la edad de seis años, no se consideraba capaz de retratar la belleza de quién tenía frente a sus ojos; incitándolo a dibujarlo, con una mirada seria y los brazos a los costados de su cintura.

Fue imposible negarse a la petición del más bajo, quién le suplicaba con la mirada y de sus labios no se agotaban las palabras, las cuales se volvían más insistentes con cada rayo del sol que se ocultaba tras el verde horizonte.

Jaemin hubiese preferido simplemente tomarle una foto e inmortalizar su existencia a través de una imagen viva en colores, pero el pequeño no quería eso y él no estaba dispuesto a contradecir sus deseos. Después de todo, por mucha alta definición que tuviese la cámara, la esencia del principito nunca seria capturada a través de ella.

Esta vez, como si de un caprichoso deseo del destino se tratase, había colocado en su mochila una caja de lápices de colores, los cuales estaban listo para llenar de vida el blanco papel. Una vez hecho su dibujo, el cual no le convencía demasiado pues las proporciones no le parecían las más adecuadas; en unas el principito era demasiado alto y en otras demasiado pequeño, se dispuso a pintarlo.

Uso su lápiz dorado para el cabello, el cual le recordaba al sol que jugaba a las escondidas con la llegada del anochecer. Con un poco de rojo y azul pintó su traje, el cual no se veía tan llamativo como realmente era, pero lograba asemejarsele bastante.

― ¡Dejame ver! ¡dejame ver!

Su obra no era perfecta, pero era especial. Quizás el mérito era de la musa, quién posaba con mucha convicción, más que del artista; el cual solo retrataba una belleza que siempre estuvo ahí, plasmándola a través del papel en pos de conservar algún recuerdo del agradable extraño.

― No se parece a mí. ― Comentó, concluyendo con una risilla.

¿No? ¿Y a quién se parece sino? El más alto le dedicó una ojeada a su obra maestra y luego observó atento al principito real, reparando con atención en sus facciones, corroborando que ningún detalle se le hubiese escapado del papel. A sus ojos, tanto el dibujo como el principito real se asemejaban entre sí. Quizás solo era cuestión de perspectiva.

Aun así, Jaemin sostenía que ni con mil bocetos podría lograr plasmar tal cual el encanto del principito, aquello no era visible a los ojos. ¿Cómo dibujas una risa? Pensó.

Y aquella noche, regresó a casa a bordo de su bicicleta, con la mirada perdida en algún punto lejano y su cabeza reviviendo una y otra vez la risueña melodía de su risa.

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¡ha pasado mucho tiempo! disculpen la eterna demora, yo realmente no tenía entre mis planes retomar esto y actualizar pero un día me volvieron las ganas y aquí está, espero que les guste, iré publicando más capítulos. ☆

le petit prince ― renmin.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora