Capítulo 6

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Cuando desperté, me dolía el cuerpo entero, desde las puntas de los pies hasta el nacimiento del pelo, no lo identificaba como agujetas por el carrerón que me había pegado mientras huía, aunque pensándolo bien, no sabía si huía de mí o de aquellos a los que había visto, por todo lo que había escuchado y de la cantidad de ideas que se habían aglomerado en mi cabeza. Despejé mis pensamientos con un giro de cabeza mientras me llevaba las manos a la cara para aclararme los ojos, tenía que poner en orden mis prioridades, empezando por saber dónde estaba.

Me había despertado en una cama grande, en una habitación muy amplia y luminosa en la que no recordaba haber estado nunca, tenía un gran ventanal, del que colgaban unas grandes cortinas de apariencia pesadas pero elegantes, unos muebles de madera maciza, no de esos viejos que te sueles encontrar en un caserón viejo, estos tenían aspecto viejo pero elegante. Unos cuadros que colgaban de las paredes, eran bastante grandes y tenían motivos caninos, podría hacerme una ligera idea de donde podría encontrarme pero aún así seguía bastante dormida. Al lado del armario había un gran espejo, alto, ancho y bastante elegante, me llamó bastante la atención, yo no era muy de mirarme en un espejo pero tenía la sensación de que podría tirarme mirándome en el espejo mucho tiempo sin cansarme jamás.

Me fui a levantar de la cama y me dí cuenta de que estaba completamente desnuda, a pesar de que me dolía todo el cuerpo no era un dolor que molestara, al contrario, me sentía diferente a como me debía sentir, noté un hormigueo en la palma de las manos, y otro recorriéndome la espina dorsal, era una sensación placentera, no la había experimentado nunca, o al menos nunca al despertarme. Me senté sobre la cama con el cabello revuelto y cuando alcé la mirada de nuevo justo en frente mía había un butacón con lo que parecía ser ropa, no la mía claro, pero sí ropa nueva, así que la cogí y me la puse. 

Cuando terminé de vestirme me miré al espejo para verme mejor y me quedé asombrada, me veía bastante bien pero la ropa que llevaba era demasiado atrevida para lo que se permitía llevar, llevaba una falda negra lisa sin bordados con una apertura en un lateral que me llegaba hasta la parte de arriba del muslo y la combinación de arriba era igual que la falda, negra pero dejaba al descubierto casi por completo la espalda, me llegaban las mangas de la blusa hasta los codos, se ceñía mucho, no me resultó incómodo pero no era lo que estaba permitido llevar en mi región,ni en ninguna otra, me miré el pelo lo seguía teniendo alborotado y me caía libremente por la espalda cubriéndome gran parte del pecho por delante, disimulando el gran escote que ofrecía la blusa. Busqué unos zapatos que ponerme pero no los encontré por ningún lado, así que tampoco hice muchos esfuerzos por seguir buscándolos, no me iba a poner a revolver los armarios en una casa que no era la mía.

Escuché unas voces que provenían de fuera y me dirigí al ventanal, me quedé asombrada mirando al exterior, vi a dos hombres con el torso al descubierto peleando entre ellos mientras reían, uno de ellos me resultó familiar, pero no conseguía recordar porqué, me hice consciente del dolor de cabeza que tenía pero me gustaba mirar como peleaban entre risas, supuse que estarían entrenando, era digno de ver, jamás había visto algo así, la elegancia con la que lanzaban los golpes y la maestría con la que realizaban cualquier movimiento, si uno caía el contrario le ayudaba a levantarse.

Escuché abrirse la puerta tras de mí y al girarme me llevé una gran sorpresa, era la abuela. y traía una bandeja con comida y una gran sonrisa con ella, me miró con ternura y justo en ese instante me dí cuenta de que no estaba enfadada con ella y me sentí estúpida por haber salido huyendo.

- Creo que tenemos que hablar de muchas cosas jovencita.- Me dijo mientras yo la asentía con la cabeza al mismo tiempo que me acercaba a ella. - Te espera un largo día mi niña.

Dejó la bandeja en la mesa y acto seguido me lancé a sus brazos y con unas lagrimas traicioneras la pedí perdón. - Lo siento abuela, siento mucho haber salido corriendo, no sé porque lo hice...

- No te preocupes mi niña no estoy enfadada, ahora tomate el desayuno que tengo cosas que contarte.

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