UNA VERDAD

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Freya observaba a su esposo, sus ojos cansados reflejaban una mezcla de determinación y dolor. David, a pesar de su avanzada edad, mantenía una postura erguida, como si estuviera listo para enfrentar las consecuencias de sus decisiones pasadas.

—Lo que más me duele —dijo David, rompiendo el silencio— es saber que esos crímenes quedaron impunes. Las personas que desaparecieron, sus familias, nunca obtuvieron justicia.

Freya asintió, sus manos aún temblorosas sobre la taza de té. Y Emma recordó cómo su abuelo siempre había sido un hombre recto y justo, dispuesto a arriesgar todo por hacer lo correcto.

—Pero abuelo, ¿qué ganamos ahora con sacar todo esto a la luz? —preguntó, tratando de encontrar una razón para detenerlo.

David suspiró profundamente, mirando nuevamente por la ventana. El Fasnacht, con sus colores y alegría, contrastaba fuertemente con la oscuridad de sus recuerdos.

—Ganaríamos la verdad, cielo . Y aunque puede que no cambie el pasado, tal vez sirva para que otros no cometan los mismos errores. Tal vez inspire a alguien más a luchar contra la injusticia —respondió con firmeza.

De repente, un recuerdo inundó la mente de David. Era una noche fría de invierno en 1981. Estaba patrullando las calles desiertas de Dresden cuando encontró a un niño, no mayor de diez años, acurrucado en un callejón. Estaba sucio, hambriento y aterrorizado. Al preguntarle qué hacía allí, el niño solo murmuró el nombre de su padre, uno de los desaparecidos.

David llevó al niño a su casa esa noche, dándole refugio y comida. Al día siguiente, buscó información sobre el padre del niño, descubriendo que había sido un periodista investigando la corrupción dentro del gobierno. Fue entonces cuando David decidió que tenía que hacer algo, aunque le costara todo.

—Ese niño, Freya. Nunca supe qué pasó con él después de esa noche, pero su cara, su miedo, nunca se me borraron de la mente. No puedo seguir viviendo con esto guardado. Debo contar la verdad, por él y por todos los que sufrieron —dijo, su voz quebrándose.

Emma se acercó y tomó la mano de su abuelo. Sentía el peso de la historia, la importancia de la verdad, y aunque tenía miedo, también comprendía la necesidad de liberar esos fantasmas.

—Está bien, abuelo. Si decides hacerlo, te apoyaré. Pero hagámoslo con cuidado. Busquemos la manera de que la verdad salga a la luz sin ponernos en peligro —dijo, con una nueva determinación en su voz.

David asintió, agradecido por el apoyo de su nieta. Sabía que no sería fácil, pero estaba dispuesto a enfrentar lo que viniera. Juntos, empezarían a desentrañar el pasado, buscando justicia y, tal vez, redención.

SOMBRAS DEL CRIMENDonde viven las historias. Descúbrelo ahora