I n v i s i b l e [Cap.#01]

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Londres, Inglaterra. Invierno

No sabría como describir a Madeline Ludwing, una joven que rondaba por sus veintes, no era precisamente delgada, pero tampoco gorda, ni agraciada, carismática o socialmente hábil, esos eran algunos de los adjetivos que sus amigos solían utilizar cuando hablaban a sus espaldas.

Realmente no me importaba, para mí visitar a Madeline y verla con ese pañuelo rosado decorado con pequeños muffins cubiertos de chispitas de colores  recogiendo su alborotada melena, ir de un lugar a otro, con bandejas repletas de pastelillos o galletas, embriagándote con ese delicioso aroma a pan calientito recién horneando,  también me hacía un poco de gracia verla con ese trozo de papel encerado pegado a su zapato y colorantes en tonos vibrantes le salpicaban las mejillas, convirtiéndola en una colorida Diosa de la  repostería,  lo cual me dejaba ver las mejores cualidades de la chica y cada una ellas estaba muy  lejos de la mierda superficial en la que vivía.

Madeline era una persona: amable, cariñosa, dulce como los bizcochos de naranja y miel que horneaba cada domingo sin falta, pero sobre todo feliz, Madeline era feliz consigo misma, sin importarle lo que los demás pudieran pensar sobre ella incluso de las personas que llamaba y consideraba "amigos".

Y yo sabía eso, porque llevaba varios meses observándola y no porque este obsesionado con ella o sea una especie de psicópata acosador, simplemente porque su casa (que a la vez hacía de repostería en la planta de abajo) era hogareña, con ese dulce aroma a azúcar avainillado que se impregnaba por todas partes incluso en las ropas de quién visitará "Magdeline Bakery", la mejor repostería de Londres.

Aunque ahora que lo pienso tal vez esas son las palabras correctas para la señorita Ludwing: hogareña, dulce, amable, cálida y feliz.

Cuando llegue a su casa Madeline se encontraba sentada frente al enorme ventanal, con una galleta de chispas de chocolate a medio comer, chupándose los dedos índice y pulgar para limpiar los restos de mantequilla y chocolate derretido. La fría brisa invernal le dió en el rostro, haciendo revolotear los mechones sueltos de su pelirroja melena alrededor de su cara, casi tan blanca como el yogurt griego, llena de pecas y por último un par de grandes ojos verdes, siendo enmarcados por sus enormes gafas de armazón grueso en color negro. Soltó un suspiro y termino su galleta, sacudiéndose las migajas de su ropa.

Pero el día de hoy se veía preocupada, pues siempre tenía una sonrisa amigable y reconfortante, ese tipo de sonrisa que te dice: "Tranquilo, vas a estar bien, estoy aquí contigo".

Madeline se levantó de su lugar y se quedo parada frente a mi, me quedé totalmente petrificado y muy sorprendido al tenerla tan cerca, pude sentir mis mejillas ruborizarse, mientras  apreciaba mejor sus facciones y las pequeñas pecas que salpicaban su angelical rostro, algunas más obscuras que otras, su perfecta nariz pequeña y respingada, incluso pude sentir su aroma a canela, despidiéndose del tejido de punto de su suéter favorito, para colarse hasta a mis fosas nasales, al igual que su sutil aliento a chocolate, simplemente delicioso y tan reconfortante. Fue a ahí en aquel superficial y perfecto momento que sus verdes ojos se iluminaron y una sonrisa enorme se formó en su rostro, ¿Estaba sonriéndome?, ¡Madeline Ludwing me sonreía!, esperen ¿Acaso ella podía verme? No podía ser posible que ella me viera.

No importaba la razón por la cual ella me observaba con tanto cariño, pero era jodidamente reconfortante recibir una sonrisa, sin palabras o preguntas, solo estaba ahí sonriendo como si no hubiera un mañana, sentía mi corazón acelerarse, y las piernas temblarme, sabía que en cualquier momento tendría que  emitir alguna palabra.

Preparándome emocionalmente para responder a esa cálida sonrisa y presentarme ante ella de una vez por todas, mi boca se abrió, pero no salió ningún sonido.

The Death's Fairy TalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora