Diciembre en Santander.

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El frío recorre mi piel, el vello se me riza con la llegada del invierno, el viento me quema la garganta, recuerdo tu aliento en mi cuello, se me calientan las mejillas, que, ahora sonrojadas, se ahogan con las saladas lágrimas que caen hasta llegar al papel, en el que ahora, escribo unos versos.

Necesito más que nunca tus abrazos, añoranza, hacia los escalofríos que tu calmabas, que, en esta estación del año, más recuerdo, somos cómo Enero y Diciembre, tan cerca y a la vez tan lejos.

Qué sabrán los que hablan, si no probaron tus labios, me has hecho adicta a tus pupilas, a tu piel, a tus caricias, a ese olor a miel, que me dejabas impregnado a mi piel y que sigo oliendo, a cada rincón por el que paso, me construiste un armazón de papel, que tú mismo destruiste al irte, con el que yo hice un avión, para poder ir a Madrid a verte.

Y comprobé, que los ojos de los que me enamoré, encontraron su par, descubrí que ahora tenías con quien dormir cada noche, o con quien quedarte hablando hasta las tantas, ahora será ella la que te eche de menos en Diciembre.

Borré tus recuerdos, y con ellos todo lo que me recordaba a ti, solo me queda darte las gracias, me has enseñado que todo tiene su momento, y yo ya encontré mi momento, y mi todo.

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