Epílogo.

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Han pasado más de cuarenta años desde la muerte de Víctor. Nunca me ha gustado demasiado la Navidad. Pero siempre me han encantado los viajes. Y ahora, todas las Navidades viajamos a casa.

Era veinticuatro de Diciembre, y acabábamos de llegar a casa. Llamé al timbre, y mi madre salió a recibirme. Se fundió conmigo en un abrazo. Besó a Nate en la mejilla, y nos invitó a pasar.

-¡Espero que os guste la comida este año! Llevo ya tres intentos con ese maldito pollo. Pero creo que finalmente parece comestible. ¡Es todo un logro!

Su felicidad se nos contagió sin que nos diésemos cuenta. Ni yo, ni ella, ni Nate, habíamos cambiado un ápice. Mi padre ya no vivía, pero al igual que muchas otras cosas, las había acabado superando.

Dentro estaban Daniel y Alice. Estaban bebiendo champán en copas de cristal, muy elegantes. Compartían besos y risas. En cuanto nos vieron, se levantaron para abrazarnos. Ahora Alice era también una sombra. Los detalles de cómo había llegado a serlo, eran irrelevantes. Una historia demasiado larga y demasiado triste. Pero ahora era más feliz. Incluso más que cuando estaba viva. Curioso, ¿eh?

La comida se sucedió con risas, canciones, y demás. Estar con ellos era como comer un pedazo de chocolate detrás de otro, como calentarse las manos al fuego después de un frío día de invierno.

Las luces se fueron apagando conforme pasaba el tiempo. Mi madre se había retirado a descansar a su habitación, dejándonos a los cuatro "jóvenes", como nos llamaba ella, en la sala de estar. Compartimos anécdotas, risas, e historias. Hicimos un brindis tras otro. Daniel y Alice se quedaron dormidos en el sofá, abrazados.

Nate me acariciaba el pelo mientras mirábamos al fuego en la chimenea.

-Te quiero – me susurró al oído.

Desde hace mucho tiempo, he pensado que la felicidad era inalcanzable.

Que solo unos pocos afortunados podían llegar a rozarla con los dedos, sin llegar a sentir su inmensidad.

Y ahora, yo la saboreo. La vivo todos los días. La siento en cada sonrisa, en cada soplo de viento, en cada beso.

Siempre me ha parecido increíble la capacidad que tenemos las personas para olvidar el pasado y seguir adelante. Para olvidar las cosas más rastreras, sucias, y malas que hemos hecho, y disfrutar de lo que nos venga.

Pero yo, como tantas otras personas, lo hago. Y esa es la única manera que he encontrado de ser feliz.

No es que sea lo mejor. Pero algo es algo.

Y así, sé que me quedan muchas cosas por enmendar, muchas cosas por olvidar. Pero no pasa nada.

Porque sé que él estará ahí. Que ellos estarán ahí.

-Yo también.

Sombras II: Renacer.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora