24 de Diciembre, 1914.
Dado que contábamos con el permiso de los oficiales, durante buena parte del día nos dedicamos a decorar las trincheras con los arbolitos de Navidad que nos habían enviado y, por la noche, incluso nos permitieron beber y cantar villancicos.
Reinaba un ambiente agradable y todos cantábamos y festejábamos la llegada de la Navidad, a pesar del frío y de que estábamos en las trincheras, lejos de nuestras familias. Junto con muchos otros, soy de la opinión de que, en realidad, esta alegría venía provocada por el estado de embriaguez.
—¿No sabéis cantar más fuerte? —exclamó un grupo de soldados de mayor edad entre carcajadas—. ¡Estos jóvenes de hoy en día son unos debiluchos!
Algunos se lo tomaron a pecho y aumentaron el tono de voz hasta casi gritar. Acabaron el villancico prácticamente a grito pelado.
—Seguro que no podéis aguantar ni cinco minutos así —se burló uno de los veteranos.
Y así, entre pique y pique y un montón de ebrias risotadas, los soldados más jóvenes acabaron compitiendo contra los más viejos por ver quien cantaba más alto.
—¡Eh! ¿Escucháis eso? —gritó uno de los hombres que vigilaban la tierra de nadie.
Aunque al principio no entendimos a qué se refería, poco a poco nos dimos cuenta. El viento traía consigo un leve rumor desde las trincheras británicas, que cada vez se iba haciendo más fuerte y claro:
—Silent Night, holly Night. All is calm, all is bright...
—Los ingleses nos están respondiendo —estas palabras salieron de mi garganta en la forma de un ahogado susurro.
Nos miramos. Todos teníamos una idéntica expresión de asombro. ¿Cómo podía ser aquello posible?
—¿Por qué dejáis de cantar? —preguntó el mismo veterano que se había burlado de los más jóvenes—. Nos han respondido. Por educación, nosotros debemos hacer lo mismo.
En aquel momento no me percaté de ello, pero ahora me doy cuenta, y es que aquel hombre no había tocado ninguna de las botellas en toda la noche, por tanto, él, a diferencia del resto, estaba sobrio y era plenamente consciente de sus acciones.
Después de unos cuantos segundos más de duda, comenzamos a cantar de nuevo. A cada verso de la canción, los británicos nos respondían con su versión en inglés. Finalmente, cuando terminamos de cantar, algunos mandaron felicitaciones a las trincheras británicas.
—¡Feliz Navidad, Alemania! —respondieron ellos.
Al poco rato comenzaron ha haber llamados para reuniros en la tierra de nadie. Fui uno de los primeros en salir.
Los soldados de ambos bandos se acercaron, con cautela, los unos a los otros, apretando sus armas contra el pecho, con una mezcla de curiosidad y nerviosismo. Una de las cosas más de aquellos momentos era pensar que con quienes estabas hablando eran hombres que podrías haber matado o, lo que era aún más escalofriante, que podrían haberte matado.
—Buenas noches —tendí la mano a uno de los soldados británicos.
***
—¡Venid a jugar! —unos ingleses habían sacado una pelota y los soldados se habían puesto a jugar un partido de fútbol.
—¿Vienes? —le pregunté al soldado inglés con el que había estado conversando, señalándole el lugar donde estaban jugando.
—Por supuesto —respondió, asintiendo.
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Stille Nacht [Concurso de relatos históricos]
Ficção HistóricaRelato corto basado en la Tregua de Navidad.