¿Mi nuevo y guapísimo vecino me está insistiendo para que coma en su casa con él? ¿Está loco? A lo mejor es un psicópata que quiere secuestrarme y utilizarme a su antojo. Aunque yo me dejaría... De acuerdo, la loca debo de ser yo.
—No hay nada más que hablar, te quedas —él sonríe triunfante y luego yo me doy por vencida y también sonrío.
—De acuerdo —digo suspirando—. Pero sólo porque me gustan demasiado los macarrones con queso y porque mi madre solamente me ha dejado 3 yogures caducados en la nevera.
Alza una ceja y me mira irónico.
—¿Sólo por eso?
"NO. NO. NO. ¡¡Sólo por ti!!" me gustaría decirle pero, como no podía ser de otro modo, miento.
—Sí.
Me quita la mirada decepcionado y niega con la cabeza.
—Cambiarás de opinión —se dirige a la cocina y enciende la vitrocerámica.
Le he ayudado a hacer la comida a pesar de que no tengo mucha mano en esto de la hostelería, pero huele de escándalo.
Llevamos cada uno nuestro plato a la mesa que está en el salón, rodeado de cajas.
—¿Y las sillas? —digo confusa al no haberme dado cuenta antes.
—Ah, no, aún no me las han traído.
Ambos reímos por no haber caído en ese "pequeño" detalle hasta ahora.
—¿Y qué hacemos? La mesa es muy alta... —me quejo entre dientes.
—No pasa nada.
Veo como se va hacia su cuarto sin decir ni palabra más. Cuando vuelve aparece con una gran sábana blanca arrugada. La echa en el suelo y la estira. Coge una caja en la que pone "objetos" en una pegatina y la pone en medio de la sábana. Se sienta colocando los dos platos y cubiertos encima de la caja de cartón.
No puedo evitar mirarle con una sonrisa tonta en la cara. Me toco la barbilla sutilmente para comprobar que no se me está cayendo la baba. Todo en orden.
Alex me hace un gesto con la mano para decirme que me siente frente a él. Así hago.
—¿Ves? Estamos de picnic sin ni siquiera salir de casa.
A continuación pincha unos macarrones en su tenedor y se los mete en la boca. Yo no puedo dejar de mirarle los labios. Son tan... apetecibles.
Despierto de mi insomnio y pincho también en mi plato. La verdad es que están muy buenos. "¡Como él!" pienso por dentro.
Sus ojos azules me hipnotizan... Uau, casi puedo verme reflejada en ellos.
—¿Te gustan? —me pregunta mirándome con atención.
—¿Qué?
Pego un bote. ¿Me está leyendo la mente? ¿Sabe que estoy mirando sus ojos? "¿Eres tonta, Abbie? Pues claro. Para eso sirven los ojos... ¡Para mirar!".
—Los macarrones, ¿te gustan? —vuelve a metérselos en la boca y se pasa la lengua por los labios para no mancharse. ¡Demonios, deja de ser tan tentador!—.
—Ah, sí, sí. Están muy buenos.
Cuando ambos terminamos apoya los codos en la caja, entrecruza sus dedos y se los lleva a la barbilla.
—Háblame de ti, Abbie. Quiero saber cosas de ti.
—No tengo mucho que contar...
—Da igual, habla. Me gusta escuchar tu voz —sonríe dulcemente.
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Hola, vecino... ¿Tienes sal?
Teen FictionCuando tu vecino es un dios griego digno de ser alabado como se merece y deseas desesperadamente hablar con él, no se te ocurre otra cosa que llamar a su puerta y pedirle sal.