Ayudo a mi madre a guardar los recados lo más rápido posible pero, como son muchos y ella se entretiene contándome lo que le ha pasado hoy, tardamos cerca de media hora. No paro de pensar en Alex. ¿Seguirá en mi armario o me lo encontraré tumbado en mi cama porque se ha cansado de esperar tanto? Me río al pensarlo, aunque quizás esté siendo un poco cruel. Él se lo ha buscado... ¿Para qué viene?
Abro lentamente la puerta de mi cuarto y me lo encuentro husmeando entre mis cosas. No se ha percatado de que estoy aquí y me permito el placer de observar qué hace durante unos segundos. Está leyendo papeles sueltos que tenía en un cajón, sentado en mi silla de escritorio. Cierro la puerta de forma sonora y se sobresalta asustado. Suelta todos los papeles en la mesa y se levanta. "Claro, haz como si no hubieras hecho nada...".
—¡Eres un cotilla! —reviso los papeles que hay sobre la mesa esperanzada de que ninguno sea humillante.
—¡Y tú una tardona! ¿Eres consciente del tiempo que estado en tu armario? —me pregunta alzando las cejas.
—¿Y qué querías que hiciese? "Hola, mamá, mira que nuestro sexy vecino ha venido a ver una película conmigo y hemos terminado en mi cuarto" —pongo una voz aguda y chillona.
Se queda quieto unos instantes tratando de analizar la frase y se acerca hacia mí con unos andares sensuales.
—¿Vuestro sexy vecino? —me dice en un susurro y con su intensa mirada azul.
"Abbie, ¿por qué eres tan bocazas?".
—¡No me cambies de tema! —digo impotente.
Él hace caso omiso a mis palabras y cada vez se acerca más a mí hasta que estamos a unos centímetros. Me besa lujuriosamente y me siento aliviada por fin. Cuánto echaba de menos su boca...
Me levanta del suelo y, casi como un espasmo, le rodeo con mis piernas la cintura. Me sigue besando y me sienta encima del escritorio, apartando todos esos papeles que ojeaba. El hecho de tenerle entre mis muslos aunque sólo nos estemos besando me parece muy íntimo.
A medida que nos besamos se va intensificando el beso. De vez en cuando abro un ojo furtivamente para verle y darme cuenta de que no es un sueño... ¡Está pasando! ¿Por qué este chico tan atractivo se iba a fijar en mí? Aún sigue siendo todo un misterio.
Nos separamos y echo un vistazo a la ventana. La luna no es más que una delgada línea y está todo oscuro. Miro la hora en mi móvil.
—Ya es tarde... —le miro esperando que me diga algo y no lo hace—. ¿Cuándo piensas irte?
Odio decir este tipo de cosas tan explícitas. Hace que suene molesta. Lo cierto es que no quiero que se vaya.
—Tu madre está en el salón viendo la tele... ¿Quieres que me vea salir de tu cuarto?
Tiene razón. Pero entonces... ¿Qué piensa hacer? ¿Se va a quedar aquí toda la noche? Sus ojos se percatan de mi duda y me sonríe pícaramente.
—Así que sólo queda una opción... —prosigue—. Dormimos juntos.
Mi corazón da un brinco en mi pecho. ¿Me lo está diciendo en serio o no es más que una broma de las suyas? Ante su perspicaz sonrisa decido ponerme sarcástica.
—¿No te importa dormir en el suelo?
Su expresión cambia completamente y yo me he hecho a reír. Qué bobo es...
—¡No te puedes quedar! Mañana es lunes. Tengo clases, ¿recuerdas?
—"Tengo clases, ¿recuerdas?" —me imita con una voz absurda que, aunque divertida, molesta—. Abbie, ¿por qué te preocupas tanto por todo?
¿Qué? Le miro perpleja.
—¿Por qué no puedes ver la parte positiva de que me quede a dormir contigo?
—¿Cuál es la parte positiva?
—Pues... que me quedo a dormir contigo —me sonríe entrañable y hace que me den ganas de darle un achuchón.
No puedo luchar contra mi Abbie impertinente y le suelto un par de quejas.
—Pero, ¿y si nos pilla mi madre en mitad de la noche? ¿Y si no consigo pegar ojo? ¿Y si llego mañana tarde? ¿Y si...
Me interrumpe callándome con un suave beso en los labios.
—Yo creo que sigue ganando la parte positiva —dice en un susurro y con una tímida sonrisa.
Aún no sé cómo Alex me logró convencer y aquí estamos: sentados ambos en mi estrecha cama mirando la televisión y rezando porque a mi madre no se le ocurra entrar. No puedo evitar mirarle de reojo de vez en cuando y sonrojarme cuando se percata. Demonios... ¿¡Cómo le voy a decir que no con esos ojazos que tiene!?
—Anuncios... —dice recostándose en mi cama con un bostezo—. Nos da tiempo a hacernos una ensalada... ¿Voy plantando la lechuga?
Río ante su comentario de burla. Lo cierto es que duran más los anuncios que los programas en sí.
—¿Tienes sueño? —me pasa un brazo por encima y me estrecha contra él.
Dejo caer la cabeza en su pecho y escucho los latidos de su corazón. Asiento con la cabeza entrecerrando los ojos hasta que poco a poco consigo dormirme.
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Hola, vecino... ¿Tienes sal?
Novela JuvenilCuando tu vecino es un dios griego digno de ser alabado como se merece y deseas desesperadamente hablar con él, no se te ocurre otra cosa que llamar a su puerta y pedirle sal.