Capítulo 1

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Cazador de monstruos

Oliver abrió la puerta. El estado de la entrada le había provocado arcadas pero fue el interior del bar lo que hacía que la muerte por inanición pareciera deseable. Se sentó en la barra y dejó a Romu en el suelo. La bestia rápidamente se subió a su regazo y se limpió las suelas en su pantalón. Un camarero interrumpió la risa del chico. Era bajo y encorvado. Su olor combinaba a la perfección con la estética del bar y su rostro estaba brillante por el aceite que se respiraba en el ambiente.

-¿Qué te pongo?

-Una cerveza.- contestó Oliver mientras vigilaba las migajas que adornaban la barba del camarero.  Rezaba porque ninguna de ellas cayera en su vaso. No hubo suerte. 

El viejo cogió una mugrienta jarra, la llenó y se la puso delante.

-Aquí dentro no se aceptan... Perros- dijo. La última palabra sonó a pregunta. 

-Es un mono.

-¿Seguro?- El joven asintió sin cambiar su expresión. El camarero dudó. Si le hubiera dicho que aquel animal era en realidad uno de esos bebés gigantes y peludos que de vez en cuando se escuchaban en la televisión lo habría aceptado. Esas cosas no eran tan raras. El hijo de una amiga de su hermana pesó 5 kilos al nacer. Es decir, todo el mundo conocía un caso o dos. Pero las historias con monos se limitaban a hurtos de bocadillos en el zoológico.  No conocía a nadie que tuviera uno de mascota. Y eso que conocía a todos en ese pueblo. Ventajas de tener un bar. Era una vida entregada pero gratificante. Pero siempre había algún cliente extranjero que se pasaba por allí con ningún fin aparente. Como ese chico del mono. Tomándolo por paleto. Como si no supiera ver lo forzada que había visto su respuesta. Ese chico ocultaba algo. Y era su misión, como primera línea de defensa del pueblo, descubrirlo y pararle los pies. -Tampoco se aceptan monos. Vas a tener que sentarte fuera.

Oliver se levantó y cogió la cerveza. No había habido suerte con lo de las migajas. Romu se subió a su espalda y ambos se dirigieron a la terraza. El viejo miró por última vez al "mono" antes de seguir con su trabajo.

-Ese tío no tiene imaginación. -le susurró la bestia en el oído, mientras miraba de reojo al hombre. 

-Sshhh...

El pelinegro salió del bar. Las mesas estaban vacías, a excepción de una ocupada por unos ancianos amantes de las interjecciones que se gritaban frases ambiguas. No entendía nada de lo que decían, pero eran los únicos allí, así que tendrían que servirle. 

-Pff... Está el mundo... No habría que dejar a los críos salir. Eso será que se rompería la pierna o algo y los padres a sufrir. -Lo que decía el hombre calvo parecía ser interesante. Si solo se hubiera molestado un poco en estructurar sus ideas, sus palabras le habrían sido de alguna utilidad. 

-Poah, ha pasado un montón de veces ya. Este es el tercero. El tercero. Y el sinvergüenza ese sin hacer nada. -El sinvergüenza debía ser el responsable de todo, significara eso lo que significara. 

-Ese solo sabe cobrar. Deberían echarlo ya.

A Romu, quien había sido herido en su orgullo, no le importaba lo más mínimo esa conversación de bar. 

-Casi todos me comparan con un perro. Yo diría que parezco más bien un animal exótico. ¿No crees?

-Pues se quedará el pueblo sin críos. Ya verás.

-Cállate.

Pero Romu no tenía intención de callarse. 

-Siempre igual. Es salir de casa y volverte un gilipo...

El sonido de un vaso rompiéndose le interrumpió. Oliver giró la cabeza y vio a los señores que antes hablaban con los ojos muy abiertos, observándolos. 

*****

Lena no quería dormir y apenas comía. No entendía de donde surgía el mal que acechaba a su pueblo, pero aquellos ojos que la observaban desde fuera cada noche desde hacía meses le parecían unos buenos candidatos. No podía hablar de ello a nadie.

No había vecino que no viera ojos en sus pesadillas. Rojos o amarillos, curiosos o crueles. Tampoco había vecino que hablara de ello después de los siete años. 

Monstruo busca chicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora