¿Quién es ese Volkov, qué me mira y me degrada?

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—Maldito abuelo, de verdad te lo digo —anunció con molestia Gustabo, lanzando un puñetazo al aire con su teléfono en la mano— ¿Cómo tiene los cojones de obligarnos a esperar 2 puñeteras horas en su oficina para una reunión de mierda?

—Calma, Gustabo —intentó persuadir su hermano— De seguro el superimpertinente está en alguna parte del Norte…

—Follandome a tu madre, capullo —la inconfundible voz del mayor retumbó el despacho una vez que entró en este, abriendo la puerta de golpe— Bien, niñas, por fin estaís aquí… —acomodó su corbata mientras pausadamente caminaba hacia su silla.

—¿Cómo qué "por fin"? —elevó su tono de voz el rubio, observando de manera asesina al de traje blanco— Llevamos dos puñeteras horas sentados en estas sillas de mierda, explícanos eso.

Conway con su típica expresión neutra tomó asiento en su respectiva silla de jefe, volteó hacia su computador y comenzó a teclear por varios minutos.

El sonido de las teclas hacía eco en toda la habitación, llenando los espacios incompletos del lugar con su toquetear del plástico.

—¿Nos vas a decir algo? —pregunta el de ahora cresta roja— Nos llegó un comunicado a nuestros teléfonos de que requería de nuestra presencia.

Nuevamente volvió el toquetear de las teclas del computador a ser el único sonido que ocupaba el lugar. Aquello incomodó por sobremanera a Gustabo, quien desde un principio del día había intentado ser lo más amable posible con todos, lo cual comenzaba a hacerse difícil.

—Supernenas —habló el superior después de un largo y profundo suspiro— Les tengo una misión de suma importancia, ¿podrán hacerlo?

—Claro, Conway, estamos aquí para servirle —se sinceraron ambos chicos; Gustabo con una mueca y Horacio con una sonrisa nerviosa en sus labios.

—Perfecto, bellezas —asiente terminando de escribir en la página de la policía y voltea a ambos hombres— Largaros de aquí —sentencia colocándose enfrente de ellos y cruzando sus dedos sobre la mesa blanca.

Ambos chicos con ojos bien abiertos y confusos no pueden creer lo que acababan de escuchar, por ello decidieron preguntar.

—D-disculpa —habló Gustabo lanzado una ligera risa nerviosa donde demostraba que comenzaba a ponerse en "modo diablo" — ¿Cómo dice?

—Quiero que os larguíes de mi puta oficina —confirma con seriedad.

—No entiendo —dice Horacio iluso— Hemos recibido un mensaje hace dos horas donde dice que requería de nuestra presencia —asiente sacando el teléfono y mostrándoselo al superior, este evade mirarlo.

—Solo quiero que os largueís, eso es todo.

—Pero vamos a ver, abuelo —responde exasperado Gustabo— Hemos estado aquí esperando sus siguientes órdenes, ¿cómo espera que...?

—Dije "largo".

—Me cago en la puta—exasperado se levanta Gus de su asiento común, arrastrando la silla y empujandola lejos de su puesto— Abuelo de mierda… —farfullaba en lo bajo maldiciones mientras salía de la oficina a grandes zancadas.

Quedando solamente el superior y Horacio dentro de la oficina en un rotundo silencio, el menor aprovechó la oportunidad de hablar con él, intentado no perder la cordura y no armar un escándalo.

—¿Me podría explicar por qué nos hizo esperar tanto tiempo por usted y al final nos eche de su oficina?

—Sí —elevó la mirada hacia el de cresta, sacó un cigarro y encendió este con un mechero amarillo que se hallaba sobre el escritorio— Quería saber quien lidiaba mejor esperando por órdenes, y como lo supuse terminaste siendo tú —calló unos segundos para darle un par de caladas al cigarro— Buen trabajo, supernena —con sarcasmo incluido botó el humo lentamente.

—¿Esto es en serio, Conway? —preguntó enarcando una ceja con inquietud y un poco de molestia— No me jodas —levantó la cabeza y dio un puñetazo algo suave a la mesa— Pudimos haber patrullando o algo mejor que esto, ¿Qué hubiera pasado si hubiera un QRR?

—Eso pregunto yo, ¿Qué hubieraís hecho? —pregunta con tranquilidad.

—¿Eh? P-pues acudir… ¿no?

—Muy bien, se nota que sois maderos, ¡me cago en la puta! Felicidades, has agregado un punto de IQ para tu pequeño cerebro… Ahora, largo de aquí.

Era de esperar semejante burla por parte de Conway, y por más que dudaba por el objetivo de dicho llamamiento, prefierió callar y salir de la oficina con sus manos dentro de los bolsillo de su pantalón de policía.

Con el paso del tiempo, y poco a poco parecía ser que la vida de policía comenzaba a sentirse aburrida, exceptuando las partes donde Horacio abatía a los ladrones en los atracos y los roba coches.

Por otro lado, cuando les llamaban la atención por cometer una metida de pata -la cual era cada 5 minutos- sentía una correa en su cuello, así como lo describía Gustabo. Se sentían prisioneros, lo cual odiaban.

Odiaban también el hecho de que sabían que hacían las cosas bien, pero nadie los congratulaba por su esmero y dedicación. Creían merecer más y ellos lo sabían sin duda alguna.

Supongo que después de confesarme a Volkov… Toda la magia en Comisaría acabó.

Pensó el de cresta en la parte trasera de Comisaría, justo enfrente del estacionamiento y la puerta enorme que dirige a las escaleras para bajar al calabozo.

Dio un par de caladas más a su cigarro, sentado solitario en el cemento que hacía de muro, y disfrutando el cantar de los grillos junto el pasar de las motos y coches de la avenida.

—¿A dónde iras esta noche, Volkov? —La familiar voz de Leonidas junto a un par de pasos hicieron acto de presencia al otro lado de Comisaría, saliendo de esta.

—A casa —respondió sin más, parando en su lugar al pie de las escaleras del estacionamiento— ¿Usted a donde irá esta noche? —sacó un cigarro y lo encendió— No tengo problema en llevarlo de nuevo.

—A ninguna parte especial —elevó sus hombros sin mucha importancia— Debo de esperar hoy a Gustabo, me pidió quedarse en mi casa esta noche, al parecer no tiene a donde ir...

—¿No tiene casa? —pregunta con confusión, sacándose el cigarro de la boca y alejandolo de su cuerpo— Pensé que se quedaba con Horacio. ¿Acaso pelearon?

—¿Que dice? Horacio no tiene casa —niega— ¿No se enteró?

Ni siquiera por el tono de voz Horacio podía identificar el estado sentimental del ruso, ¿estará preocupado? ¿Feliz? O tal vez, ¿molesto? El hombre de cabeza pequeña al estar de espaldas del mayor menos podía saber su reacción.

—No lo vi irse del edificio, supongo que al vivir unos pisos más arriba ni me enteré.

Confesó el ruso con un toque dubitativo, o eso parecía ser, solo eso junto a una bola de humo que lentamente se fue volando y deshaciendo con el viento.

—Claro… —asiente Horacio a unos metros de distancia al oír las palabras del Comisario— Qu-Que… —atropella las palabras en susurros, su garganta ahora estaba hecha un nudo— Qué idiota soy en creer que podía importarle.

Sin seguir escuchando la conversación se retira del lugar, botando el cigarro al suelo y pisandolo para apagarlo. Vuelve a entrar a Comisaría dando un fuerte portazos sin querer.

—¿Mm? —Leonidas voltea confundido en dirección al ruido— Creo que cerraron mal esa puerta…

—Llegué —anuncia el de enorme chaqueta roja caminando velozmente y llegando a un lado de los hombres— Estuve atendiendo una denuncia.

—De acuerdo —asiente Volkov llevando el cigarro a su boca, dando un par de calladas antes de sacarlo— Los llevaré, ahí está mi coche.

El trío terminó de bajar las escaleras del estacionamiento y dirigieron su rumbo hacia el coche del ruso. El cual estaba tan limpio que brillaba como la luna de esa noche.

—Pensé que usted se quedaba con Horacio, Gustabo —inquirió Volkov a mitad del camino en auto.

—¿Mm? Ah no, no… Hace tiempo que no nos quedamos en el mismo lugar a dormir los dos.

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El Volkacio pa' miDonde viven las historias. Descúbrelo ahora