Prólogo.

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Cuando era pequeño siempre soñaba con cómo sería mi boda. Me imaginaba a mí mismo con un traje deslumbrante plagado de perlas, y una capa larga con estampado floral ; en un bosque frondoso donde los árboles apenas dejaran pasar la luz, y sonara una lírica sacada de un cuento de hadas.

Imaginaba el banquete que plantearía, con los más exquisitos platos, y coloridos, algo que además de poder degustar, sirviera de decorado y añadiera belleza a la escena. Las personas comían gustosamente mientras charlaban con otros invitados, mientras que algunos se acercaban a felicitarme por la unión y la elección de decorado de la boda. Era un pensamiento idílico.

Lo que nunca me imaginé de pequeño fue con quién compartiría ese momento. En estos pensamientos solo estaba yo, como si una boda no requiriese dos personas. No me venía a la mente nadie con el que pudiera compartir ese momento, y más egoístamente pensando que todo aquello me pertenecía únicamente a mí. Y no quería mancharlo.

Jamás le conté a nadie sobre lo que pasaba por mi mente. Ni siquiera en clase, cuando dejaba la mente vagando, y acababa en el mismo lugar: yo siendo el príncipe del banquete, con las mejores ropas, y la gente adorando el momento.

Incluso cuando mi mejor amigo, Jimin, veía como me despistaba y me preguntaba sobre ello, yo simplemente respondía:

— Nada, he dormido poco.

Mis padres creo que hubieran reprochado mi actitud. Soñar con ese tipo de bodas era un privilegio para personas ricas. No estoy diciendo que fuéramos pobres ; vivíamos en un barrio seguro de Seúl, en una casa acomodada, pero incluso ellos teniendo dinero, tuvieron una boda bastante humilde. La que el gobierno concedía a prácticamente todos los ciudadanos, excepto personas de alto cargo como gobernantes o altos ejecutivos.

Nunca hablaban mucho de aquel momento, y tampoco había casi fotos. Solo tenían colgado en la pared del cuarto de estar un cuadro con ellos dos recién casados, serios, y el sello del gobierno abalando esa unión. Más que un recuerdo cariñoso, parecía una muestra de una titulación oficial.

Alguna vez que quise preguntar sobre el tema, mi madre me regañó, con un tono que en esa época no sabía identificar, pero estaba casi seguro que era tristeza.

— Las bodas son algo oficial y sagrado Taehyung. No nos preguntes sobre ello.

Y yo, al tiempo, dejé de hacerlo.

Cuando cumplí los 15 años, como todo ciudadano, me llevaron a hacer unos análisis psicológicos y físicos al instituto Nacional de Corea del Sur. Era un edificio enorme e imponente, y recuerdo sentir algo de miedo cuando me dirigieron a uno de las miles de salas que había en su interior.

— Espera aquí. — me ordenó una enfermera que llevaba el uniforme oficial del gobierno.

Al poco rato, llamaron por mi nombre, y entré en una consulta muy similar a la de un doctor. Ahí, un señor de unos cuarenta años, con apariencia afable, me invitó a sentarme.

— Buenas, Kim Taehyung — dijo leyendo el archivo que tenía en su escritorio — Te voy a ir haciendo unas preguntas, y tú debes contestarme con total honestidad. Nada de esta información saldrá de los archivos del gobierno; solo se utilizará para fines de asignarte una pareja para la unión  legal que refortalecerá nuestra sociedad.

Yo asentí con la cabeza. En realidad, sabía lo que me iban a decir ya que al cumplir a finales de año, todos mis amigos habían pasado por esto antes y me habían informado sobre sus respectivas experiencias.

— Bien, entonces empecemos,— tecleó algo en el ordenador de su mesa — ¿cuántos hijos quieres tener el futuro?

Me quedé algo chocado con esa pregunta. Jamás lo había pensado antes.

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