Veintiún años

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Cuando cumplí los diez años recuerdo llorar. Me había acostumbrado tener una cifra de un dígito en mi edad y no me gustaba tener que escribir una más, quería parar el tiempo, dejar de crecer y cuando me di cuenta que aquello que anhelaba era imposible, exploté de la frustración. Yo, con apenas un siglo vivido ya temía a mi cumpleaños por algo tan insignificante como el número de cifras.

Ahora, sin embargo, apunto de cumplir la edad mínima para la asignación de pareja, temía mi cumpleaños más que nunca.

Después de hablar con Hoseok en el banco aquel día, decidí poner un punto final a todo lo que había pasado en la boda. No me atreví a destruir el cuadro de clase, pero decidí guardarlo en un sitio seguro donde no estaría tentado en observarlo. Al final, le había hecho una promesa a un amigo. Y quisiera o no, tenía que cumplirla.

Aunque no me apetecía celebrar nada, Jimin me insistió en montar una fiesta en su casa. Realmente estaba muy pesado últimamente en hacer una gran fiesta, y a pesar de que al final cediera a celebrarla, él torció el brazo en cuanto al número de invitados.

— Quiero que vengan máximo 20 personas.

Jimin me observó con la rabieta de un niño pequeño.

— 30.

Suspiré.

— 25. — le miré con desafío.

— 27,5.

Alcé las cejas.

— ¿Cómo vas a invitar a la mitad de un invitado?

Jimin sonrió divertido.

— Rétame.

Le eché un vistazo de arriba a abajo, queriendo acabar ya con su pequeño juego.

— Entiendo, vas a invitar a una persona de tu altura, ¿no?

Abrió la boca ante mi descaro, y yo, visionario, me puse a correr por la casa para que no me atrapara su agarre.

— ¡Eso es bodyshaming ! — gritaba mientras me perseguía y yo intentaba esquivar todos los muebles de su nueva estrenada casa.

Acabamos llegando al acuerdo de que veintiséis era una buena cifra, aunque para mí como si iban tres, ya que ese evento social, que llevaba mi nombre, se celebraba más por Jimin que por mí. Él adoraba las fiestas, las muchedumbres, y yo solía preferir grupos más reducidos de gente para celebrar. Y más este día que más que ser alegre, era una condena a mi futuro puesto que en cualquier momento podían asignarme.

Sabía que mis padres no me felicitarían. Nuestra relación era bastante mala, desde que les confesé que quería ser artista dejaron de tratarme como hacían antes. Sé que ellos hubieran deseado que siguiera los pasos de mi padre, el cual era doctor, pero yo no pude decir que no a la llama viva que tenía en el interior cada vez que pensaba en el arte. Tal vez el resto estaba predeterminado en mi vida, y si aquella era la única elección libre que iba a tener, así sería. Yo sería artista, con o sin el apoyo de mi familia.

La última vez que tuve contacto con ellos, un contacto real, fue en mi cumpleaños de los dieciocho. Me había recién movido a mi nuevo apartamento, más cerca de la academia a la que iba a asistir, y mis padres, aunque algo reacios, habían decidido pasarse para ver qué tal estaba.

— Falta decoración en esta casa — concluyó mi madre tras un corto recorrido.

No me sorprendía que me dijera algo negativo.

— Lo sé, me acabo de mudar. Ya veré que hacer cuando lleve más tiempo.

Mi padre, mientras, permanecía parado en una esquina, observando a mi perro, que apenas tenías unos meses en ese entonces.

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⏰ Última actualización: Sep 02, 2020 ⏰

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