El señor Maxon salió del bar y se encaminó por la zona residencial hasta su hogar. El portero y vigilante lo dejó pasar. No era raro que su jefe llegara a altas horas de la noche o madrugada ya sea tambaléandose o semi inconsciente. Esta vez, sin embargo, fue extraño. Parecía casi fuera de sí, los ojos desorbitados, su andar pausado y pesaroso... Sin saco ni corbata a la vista, totalmente ajeno a su alrededor. Ésto último, lo supo en cuanto Martha salió a su encuentro y le comunicó la desaparición de Oker.
Cualquier padre, por más ebrio que estuviera, ante aquella noticia abría reaccionado o por lo menos preguntado algo pero Akos Maxon no. Con un aleteo de su mano, la despacho y siguió su camino hasta la entrada de la mansión.
Al abrir la puerta de aquella gran casa, contemplo tristemente cada recoveco, pared, mueble y adorno... Como si quisiera sumergirse dentro de sus pensamientos relativos a cada objeto. Recordaba, sobre la mesita junto a la entrada, un cuenco de cristal repleto de dulces y golosinas. Beth era una fanática de aquellos bocadillos por lo que mantenía siempre en la entrada algo para picar en cuanto llegara a casa. Un mal hábito que le encantaba de su esposa, siempre olía y sabía tan dulce, tan bien. Ahora sobre la mesita solo descansaba el cuenco semi vacío con un par de llaves.
Frente a él se desplegaba un pasillo, el que tantas veces recorrió con su compañera entre risas y abrazos de madrugada, de mañana o tarde, pero siempre embelesado por sentir su aroma y su cuerpo pegado a él. Ahora ese pasillo solo le devolvía el eco de los recuerdos que nunca volverían y el peso de saber que a mitad de camino, las cuatro paredes que habían presenciado sus lágrimas, su dolor y soledad, lo esperaban. Como siempre, ansiosa por engullirlo.
Arrastrando los pies, aceptó su condena y lentamente entró en la segunda puerta. El antiguo cuarto de "juegos de su mujer". Era una habitación llena de vida la que, irónicamente, estaba repleta de olor a muerte. Las fotos de sus viajes en las paredes, de sus momentos más divertidos en el noviazgo. Aquella vez que habían bailado hasta las 5 de la mañana en un concurso que, aunque no ganaron, sí que les dolieron los pies. La ocasión en que Beth se había graduado o esa donde se le veía de perfil con su barriga llena de un nuevo ser. Pero su favorita ¡Oh si! Era aquella que él había tomado mientras su esposa, una mañana de verano, tomaba una taza de café a la luz matinal que la iluminaba desde la ventana. Ella nunca se dio cuenta de que la observaba, ni de que le hubiera tomado foto. Su gesto, tan relajado y natural lo envolvía en un momento mágico.
Se sentó en el reposet y tomó aquella imagen enmarcada en cristal que descansaba sobre la mesita junto a él como siempre lo hacía. Lloró por mucho más de lo que cualquiera que lo conociera hubiera podido predecir. La llamaba desde el corazón a viva voz sin dejar de mirar la puerta como si esperara que de algún momento a otro su querida Beth entrara por ella para destruir la pesadilla en que vivía. Y como todas las ocasiones anteriores, pasó.
¡Beth estaba ahí! No había duda... Ella, aunque traidora, siempre respondía a su llamada. Llegaba cual fantasma, pero eso no le importaba, ¡ella estaba ahí y eso era lo importante! Siempre charlaban hasta que él, presa del alcohol o del cansancio, se quedaba dormido.
-¡Beth! ¡Beth! ¿Que harás ahora? Ya no puedo hacer más.
-¡Como siempre te das por vencido Kos! ¿No lo ves? Es muy sencillo.
-Lo he intentado todo y sigue fallando, desde que te fuiste ya nada tiene sentido, ni la empresa, ni esta casa... ni mi vida- comentó entre lágrimas.
-Kos... - la mujer rubia frente a él, habló con compasión- Aún no lo entiendes. Solo debes terminar lo que empezaste, aquí nadie, incluído tu tiene ningún sentido. La miseria de este lugar ¡es terrible!, las personas que viven en este mundo... Simplemente desperdician su tiempo en guerras, pleitos, violencia, rencores y perversión. ¿Eso vale la pena? - Acercándose un poco más prosiguió- Claro que no Kos, tu me enseñaste eso.
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Etérea
FantasyTodos tenemos sueños. Esos que te hacen vibrar de emoción, que persigues en todo lo que haces con pasión y dedicación hasta altas horas de la noche o con mucha fatiga; pero sin desmayar pues todo vale la pena si lo logras ¿cierto? Russell es un chic...