Fábula de José Joaquín Fernández De Lizardi
Se cuenta que llevaron
de Plutón los ministros
a Heráclito y Demócrito
al tribunal de Minos.
Heráclito lloraba;
Demócrito festivo,
de todo se reía.
Cuando estuvieron listos,
escucharon los cargos
que el tribunal les hizo.
Preguntan a Demócrito:
—¿Por qué siempre has reído
de todos los mortales?
Sus faltas y extravíos,
¿por qué te causan risa?
Algo turbado, dijo:
Yo, Señor, a los hombres
por locos los he tenido;
los locos, casi siempre,
de risa son motivo;
por eso río tanto
del hombre y sus delirios.
Mal hecho, el juez responde,
y a Heráclito le dijo:
Y tú ¿Por qué, doliente,
traes humedecidos
de lágrimas los ojos,
y aún exhalas suspiros?
Heráclito responde:
—Señor, hermanos míos
son los humanos todos;
por eso su extravío
lamento, y desventuras;
mil daños y peligros
evitarles quisiera,
pero no está en mi arbitrio.
Mi pena desahogo
con mi llanto continuo.
—Tú eres un sabio, dice
el justiciero Minos;
y tú, Demócrito, eres
un loco y un impío.
El nombre de filósofo
que siempre has pretendido
decreto que no logres:
de tanto no eres digno.
Que Heráclito lo goce
por los siglos de los siglos,
pues bien merece elogios
y honores distinguidos,
el hombre que se duele
con pecho compasivo
del mal de sus hermanos,
juzgándolo, benigno.
En cambio, bien merece
el más duro castigo
aquel que a las ajenas
faltas y los delitos,
y los trabajos duros,
y los cruentos martirios,
objetos considera
de risa y burla dignos.