Pasaron veinte años más. Es la época actual, es decir, años cuarenta. Sigue siendo una casa humilde, pero con algunas mejoras: la ventana del descansillo tiene una vidriera de colores, las paredes están blanqueadas, hay timbres en las viviendas y una placa metálica donde se lee “Quinto piso”. Los vecinos echan de menos un ascensor.
Presenta el tercer acto Paca, anciana de una obesidad enfermiza, fatigada por la vida y la soledad, única superviviente de la primera generación; por su charla se sabe que han muerto su marido Juan y Generosa; solo le queda el consuelo de su nieta.
Las puertas cuarta y primera son ahora la vivienda de dos nuevos convecinos, uno más joven que otro, bien vestidos, pluriempleados, que salen a trabajar a sus oficinas y tienen además otros negocios con los que prosperan. Se quejan de los antiguos vecinos, de rentas bajas, que ocupan los mejores pisos, ideales para montar despachos. Hablan de los nuevos modelos de coches. Representan otra mentalidad y otro modo de vida.
En la tercera puerta, la casa de la señora Paca, viven Urbano y Carmina, están casados (aunque su matrimonio ha sido un fracaso: ella enferma del corazón y cargada de amargura y desilusión; él, paciente, deseando haber encontrado en su mujer el amor de su vida) y tienen una hija de dieciocho años, Carmina, alegre, cariñosa con la abuela, desenvuelta. Con ellos, las hermanas de él, Rosa (que fue abandonada por Pepe y siente la tristeza de no haber sido madre) y Trini, ambas muy unidas, pero fracasadas, dominadas por la pena y la desilusión.
La puerta segunda, es la casa de Elvira y Fernando y sus dos hijos: Fernando, de veintiún años, y Manolín. Este cumple doce años; es zalamero, cariñoso, caprichoso, fuma sus primeros cigarrillos, pícaro; está enamorado de Trini que lo mima como a un hijo.
Las relaciones entre los dos matrimonios son muy tensas.
Carmina hija y Fernado hijo, están enamorados, pero sus padres se oponen a esta relación. A ella la amenazan y le pegan para que no salga con él. Carmina, intimidada, respetuosa y sumisa, no acude a las citas. Fernando, más impetuoso, no teme la autoridad ni el escándalo, se rebela contra la prohibición, cansado de los rencores y prejuicios de los mayores, defiende su amor ante su padre tras haber sido calumniado por su vengativo hermano Manolín, que lo acusa de besarse en el descansillo con Carnina.
Urbano y Fernando se pelean en la escalera por este hecho. Se cruzan los insultos entre las familias: Carmina va a ser comparada con la pasada liviandad de Rosa y a Fernando lo tratan como a un vividor, cazador de dotes. Elvira desprecia públicamente a su marido que baja las escaleras derrotado.
Tras esta situación violenta y penosa, Carmina y Fernando, hijos, corren a abrazarse en el casinillo. La obra termina con la declaración de los jóvenes que quieren luchar por su amor. “Tenemos que ser más fuertes que nuestros padres. Ellos se han dejado vencer por la vida.” “Abandonaremos este nido de rencores y de brutalidad.” Fernando repite las mismas palabras que su padre al final del acto segundo: sueña con trabajar para los dos, ser aparejador, ingeniero, ganar dinero…
Contemplan la escena Carmina, madre, y Fernando padre que cruzan sus miradas “cargadas de una infinita melancolía”.