Acto III [Final]

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[voz femenina]

Los destinos muchas veces se tejen con agujas a la par. Una anclada en el pasado, otra en el porvenir; una en el deseo, otra en el deber. Los destinos más difíciles, como las canciones, son los que se tejen a dos manos. Dos manos que coinciden en el cansancio, en la hechura de gestos mecánicos, en el manoteo vano hacia salidas que se agotan, hasta el vacío mismo.

Manos finales. Una de mujer, cubierta de falsa pedrería y ruidoso esmalte rojo, de uñas largas que en sus huecos anidan ilusiones, aspiradas en los baños de cada bar de la ciudad. Esa mano de un lejano perfume de alelí y verano, tapado por años y manoseos de mercancía.

Prórroga [voz masculina 1]

Fue cosa de un segundo. No la hubiese sorprendido en el sopor dulce antes de dormirse, o entre dos pitadas a un Parliament bien temprano a la mañana, en la parada del micro. Pero en ese momento, al disponerse a hacer lo que ya sabía hacer desde años con una despojada y fría eficacia, el recuerdo de su padre durmiendo la siesta, la radio pegada a la oreja, junto a ella, en un verano de abulia y tereré, apenas una foto amarillenta con los bordes carcomidos, ese recuerdo, ahí, no tenía nada que hacer. Por un instante fue esa tarde, esa siesta de sus siete u ocho años, un momento de prórroga que de inmediato cedió terreno a la penumbra rojiza, a la respiración anhelante del cliente, al sabor acrílico del preservativo.


Pal Tacuarembó [voz masculina 1]

Ahí tirada en el suelo

con los tobillos vendados,

va recorriendo el pasado y

se sienta allí a fumarseló.

Supo de ingratos amores

que le dejaron mediocres fulanos,

flores vestidas de negro

se marchitaron en un jarrón.

De niña fue vagabunda

con la sonrisa tatuada,

el tren que la trajo azorada

le dijo: _aquí, te abandono yo.

Vivió entre maulas y artistas,

entre tahures y escuelas de pooles

Cuando creció su cintura,

el del garete la convenció.

El cuerpo ya resumido

de tanto y tanto alquilarlo.

quizá buscaba en los brazos

de un perejil al primer amor.

Y así se fue jubilando

hasta que un día, volviendo de día,

niño que anoche era niño,

por no pagarle la calcinó.

La vida que no la quería

le puso vacío en sus vasos,

Mujer que vive del frasco

se quiere ir “pal Tacuarembó”

Allí alquilar unas balas

que valgan la pena tragar sin peros,  

un fogonazo fulero y

la sonrisa se la borró.


[voz femenina]

Manos finales. Una se apaga en Tacuarembó y deja caer la aguja de un destino truncado. Su caída repercute, a través del tiempo y las distancias, por las calles de Montevideo: se cuela entre el chico-piano-repique, de otras manos indiferentes a los destinos que tejen los hombres. Una algarabía que tiene algo de cortejo fúnebre, de carnaval endiablado, de cuerpos poseídos de otros cuerpos que debían olvidar el yugo para sortear el filo doble de la querencia. Lo mismo mismo que hoy.


Veredas y huecos de Montevideo [candombe, todas las voces]

Aquel hotelucho viejo estaba lleno

de alegrías escondidas en mulatas.

Transpiraba a bulo, el techo: una frazada

que envolvía a gota fría (antro del bueno).

Se podía contemplar en mansa espera,

la ventana alimentando el cuadernillo.

No hacían falta ruidos: voz del conventillo,

cada cerradura olía a flor de nena.

No hubo trifulcas, ni puterío y rezos,

el exceso de gemidos era libre,

cada cual es quien lo elije y no va preso.

Un refugio de la mugre más mundana

que hace del dolor un morbo para giles

pero sirve como verso de batalla.


[voz femenina]

Las cuerdas se pierden por entre los caseríos. Se apagan las pensiones, los burdeles del bajo, las marquesinas. La otra mano (una mano añosa manchada de tabaco y poblada de tinta) también renunciará, en el gesto final de un lacito, una viga en el techo y una silla que cae, comprimido todo en la pequeña mención que hará el diario de mañana, casi al pasar, como una nota de color en la desteñida ciudad.


Va y ven

Con el sol clavado en la frente

del mediodía

martiriza su silla en la vereda

por última vez, con ojos cerrados

verá más claramente

cada rostro cada gesto cada hijo

en la recta final

Su comedor vacío

la yerba vacía

y las migajas duras

se disuelven en el vaivén

que la soga

dibuja en la silla


Señor Letrina [voz masculina 1 y 2]

La caca en la letrina se ha oxidao

y ha brotado una flor entre la yerba.

El dentífrico se ha petrificao

y ha triunfado el vacío en la botella.

Una leche

cortada en la rejilla,

una mueca

maquillada en el colchón,

un tabaco

arrepentido en la mesita

y el planito

de la muerte que soñó.

El cuerpo como un mueble empolvao,

con la barba plateada y detenida.

En la púa bailaba un disco anclao

en París,  que le dio el último beso.

Y la foto

que el viejo sostenía

con los dedos,

al perito enmudeció.

Y el perito

engayolado en la planilla,

que lo entierren

con la foto, murmuró.

A represa abiertaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora