Cap 1

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Kira nunca había estado tan nerviosa en sus 16 años de vida.
Miro por su ventana,mientras el atardecer marcaba el fin de otro día más ,el último.Todo estaba oscuro y vacío y pensó que así se sentía ella.
No tenía ningún sentido haber pasado toda la vida al menos desde que ella recordaba esperando ese momento para no poder ir . No era justo , en absoluto pero ¿de que se extrañaba?¿desde cuando la vida había sido justa con ella?
A lo lejos las luces del aeropuerto rompían la incidente oscuridad. No podía dejar de mirarlas , porque era allí donde ella debía estar en breve. Preparando el viaje, en lugar de encerrada en la casa-escuela aguantando miradas de conmiseración.Pero no tenia que esperar más había tomado una decisión.
Abrió el cajón del escritorio y deslizó los dedos por la parte de abajo allí pegado con cinta estaba la navaja que había guardado tiempo atrás la navaja que había pertenecido a su padre una de las pocas cosas que pudo conservar de el.
No se permitían armas en la casa-escuela bueno realmente no se permitían en ningún sitio ,la cooperativa y sus absurdos discursos de conciliación y no violencia trataba de convencer la idea de que no eran necesarias. Experto quizás en estos casos supuso.
Se preguntó si dolería sentir ese filo agudo sobre su piel se preguntó cómo se soportaría trago saliva y se culpó por ser tan cobarde
*unos golpes sonaron en su puerta*
-Kira ¿puedo pasar?
Era Janna su tutora *cerro el cajón despacio y tamborileo sus dedos sobre la mesa* desesperanzada Kira suspiró ¿porque no pueden dejarme en paz?¿y porque el tiempo pasa tan rápido cuando uno deseaba que se detuviera?
-¿cómo estás?-Janna no había esperado su respuesta para entrar.
-bien supongo...-admitíos desganada. Intento ahuyentarla con la mirada con escaso exito.
-venga Kira-Janna se acercó a ella compasiva.Ella odiaba la compasión -ya sabias que podía pasar .No hagas de esto un drama no lo es.
-para mi si.
Hacia aproximadamente un mes que Lucky tendría que haber nacido pero nada sucedía ni un movimiento que le sacaba un letardo ni un misterio dolor que alertaba que estaba a punto, nada.
Desde que se había conocido la fecha de incorporación fijada de la academia y durante el último medio mes Kira había hecho TODO LO POSIBLE por acelerar su nacimiento. Había probado alternativamente con periodos de reposo y de esfuerzo, con masajes; había dado largos paseos, saltado, comido azúcar en cantidades ingentes, tratando primero de adelantar las fechas y luego de provocar la llegada, pero todo había sido inútil. Lucky —se llamaría Lucky, ya lo había decidido— permanecía ahí dentro, muy a gusto, en su bolsa incubadora, adherido a él, dependiendo completamente de él. Sabía que estaba bien. Era lo único que le consolaba. Lo sabía porque percibía sus latidos y su suave respiración, tranquila, ajena por completo a su nerviosismo. No conocía aún su apariencia, pero sentía ya hacia su mitad el vínculo inquebrantable que los humanos experimentaban automáticamente hacia aquellos seres de apariencia animal que nacían, fusionados a ellos, durante su adolescencia. El problema era que Lucky ya debería haber nacido, como le había pasado a la mayoría de sus amigos con sus mitades. Vale, no había un momento más o menos fijo, como ocurría con el nacimiento de los humanos tras su concepción. Era algo... Kira no sabía cómo explicarlo, algo quizá más relacionado con la madurez, con la transición a la edad adulta, lo que de alguna manera le resultaba humillante, pues le hacía parecer menos mayor y experimentado que el resto de sus compañeros. Había preguntado una y otra vez, pero la respuesta siempre había sido la misma. Sus profesores siempre les explicaban que la mitad se implantaba de manera automática y nacía en el momento en que el cuerpo estaba preparado. Ya está. No había otra. No existía ningún tipo de intervención artificial para provocar el nacimiento de una mitad. Eso habría supuesto interferir en el curso de la Naturalez Y en la Gran Coalición del Oeste nadie cuestionaba los ciclos ni los tiempos, ni siquiera los caprichos de la Madre Naturaleza.
-Kira, vale ya; no te obsesiones —le reconvino la profesora Janna—. Has tenido el último reconocimiento médico esta mañana. Ya lo has oído. Aún no está preparado para salir. Cada mitad tiene su ritmo. Cada uno de nosotros lo tenemos.—La mitad de Lucy ya ha nacido. Hace medio mes... —Se odió a sí mismo por argumentar con las razones de una niña pequeña. -¿No me has oído? —La profesora alzó su mentón con un dedo y le escrutó con sus ojos, de un castaño tan profundo que resultaba hipnotizante—. Ritmos, Kira.Sé que te encantaría controlarlo todo, pero no puedes controlar eso.kira se encogió de hombros, apesadumbrada.  -No podré ingresar junto a Lucy en la Academia. Esta noche es la partida. —Suspiró y buscó en su mirada un hilo de esperanza—. ¿Crees que le dará tiempo a nacer para esta noche?             —No, Kira —confirmó la profesora Janna con seriedad. No estaba dispuesta a dejar que se ilusionara con falsas expectativas—. No se mueve. No hay ninguna evidencia de que esté maduro. Créeme. He visto nacer a muchas mitades... Talía, la mitad ardilla de Janna, correteó feliz sobre sus hombros, como para corroborar sus palabras. Janna acarició su cabecita peluda. Kira les dirigió a ambas una mirada de—¿Es por eso por lo que estás evitando a Lucy? —inquirió Janna—. Ya ha venido a verte en dos ocasiones y no has recibido a Lucy —Ha venido a despedirse —constató Kira con acritud—. Esta noche embarcará rumbo a la Academia
-Sin ti..., ¿no es eso lo que estás pensando?
-Sin mí —accedió Kira—. Llevábamos ciclos soñando con este momento. Desde niños. -
-Kira... —el tono de Janna seguía siendo sosegado—, las cosas no pueden forzarse. No le des más vueltas. No estás aún preparada.        
-¡Pues claro que estoy preparada! Su grito sonó un poco más alto de lo habitual. Ella misma se sobresaltó. Nadie hablaba en un tono tan elevado; nadie daba contestaciones disonantes, y menos a un profesor, a un educador, a un formador. Esas eran las profesiones más apreciadas en la Gran Coalición del Oeste. La educación era el centro de todo y sus profesionales, las figuras alrededor de las cuales todo giraba.
Hacía ya ciclos, muchísimos ciclos —Kira no tenía ni idea de cuántos, aunque probablemente lo había estudiado y lo había olvidado inmediatamente después—. La federación de países que formaban la Gran Coalición había desterrado las viejas y utópicas ideas de democracia y representación popular que tuvieron bastante repercusión durante, aproximadamente, el último par de siglos. «Todos somos iguales», «Un hombre, un voto»... Habían clamado aquellas ingenuas consignas. Durante años, la gente se había echado a la calle, se había manifestado, había luchado e incluso había muerto para conseguir un ideal que hacía mucho tiempo se había revelado ineficiente. ¿Todos iguales? ¡Tonterías! La Cooperativa, el grupo de dirigentes de la Gran Coalición había demostrado de sobra que la pretendida igualdad era una utopía, una idea «políticamente correcta» en su momento, pero muy poco práctica. ¿Acaso el voto de un filósofo, de un gobernante, de un académico podía valer lo mismo que el de un ignorante o incluso —¡que la Tierra nos perdone!— el de un enfermo mental? ¿Acaso el voto de un anciano en su sano juicio, con sus conocimientos y experiencias, podía ser el mismo que el de un estudiante vago y con tendencia a comportamientos ilícitos? ¿El voto de un ingeniero, de un científico podía valer lo mismo que el de un analfabeto? ¡Jamás! Hacía ya mucho tiempo que se habían recuperado los antiguos ideales clásicos de aristocracia, «el gobierno de los mejores». Había costado, pero al final la gente lo había entendido. Aunque ¿quiénes eran los mejores? En un sistema donde apenas existe ya desigualdad social, donde la pobreza ha sido erradicada, donde todo el mundo tiene los mínimos absolutamente garantizados los mejores no son los más ricos —que no existen— ni la nobleza —también desterrada hace tiempo—; los mejores son, sencillamente, los más sabios. Pero los sabios no nacen sabios. Se educan, estudian, se forman y se preparan continuamente para tener la capacidad de analizar la realidad. Por eso los educadores eran las figuras clave bajo el gobierno de la Gran Coalición, porque detrás de cada ingeniero, gobernante, científico o filósofo, en cada una de las etapas de su vida, siempre había un profesor.  Lo siento, Janna. No quería gritarte...
-No pasa nada. Estás un poco nerviosa.Debes controlar mejor tus sentimientos. ¿Ves? Quizá ese sea un síntoma de que no estás emocionalmente preparado, de que aún no has madurado por completo.
Vaya, lo que faltaba, pensó, pero únicamente se encogió de hombros. No quería discutir. Probablemente Janna filtrara luego un informe de sus capacidades emocionales. No quería parecer un desequilibrada. O peor aún, esa cria  inmadura y caprichosa que su tutora pensaba que era.
-¿Quieres que le diga a Lucy que pase? —sugirió ella.
-¿Sigue aquí? —inquirió Kira enfurruñada.
Janna asintió sonriente y se puso en pie sin esperar respuesta. Talía, anticipando sus pensamientos, correteó por su brazo y saltó de su mano al pomo de la puerta. Kira envidió esa secreta complicidad silenciosa entre Janna y su mitad. La puerta se abrió. Un osezno juguetón se abalanzó torpemente hacia la sala, espantó a Talía, que se refugió en una estantería, hizo reír a Janna y derribó a Kira a lametazos. Desde el suelo, riéndose a su pesar, tratando de quitarse a la pequeña mole parda de encima, adivinó la silueta de Lucy. Alta, pelirroja , con el pelo largo y alborotada, recogido en una pequeña coleta en la nuca. Su amiga esbozó una sonrisa un poco forzada, como si se sintiera algo incómodo, como si le sorprendiera que por fin Kira hubiera accedido a verle. ¿Había accedido...?
-¡Vaya! Parece que le gustas.
Kira se incorporó a duras penas. Janna le sonrió antes de dejarlos solos. Juraría que Talía le guiñó un ojo de color avellana.
Y a mí me parece —le rebatió, fingiéndose enfadada— que deberías irle enseñando a distinguir situaciones reales de peligro, para evitar que se comporte siempre como un peluche...
-No es un perro guardián. Es mi mitad. Es muy listo —atajó Lucy—. Y esto no es ninguna situación real de peligro.
En la Gran Coalición del Oeste, en realidad, había pocas situaciones reales de peligro. Cada cual ocupaba su puesto y conocía a la perfección el papel que debía desempeñar. Pocos trataban de salirse del esquema establecido. La Cooperativa velaba por el buen desarrollo de la comunidad y la política del bien común. La Gran Coalición estaba organizada como un hormiguero; lo que importaba era el bienestar del grupo, no de sus individuos aislados. Y funcionaba. Pocas cosas escapaban al control de la Cooperativa. Por eso las mitades, que en su relación inicial con los humanos habían sido un instrumento más a su servicio para defenderse de un exterior hostil, eran ahora, en algunos casos, tranquilas mascotas apenas preparadas para enfrentarse a situaciones de emergencia. 
Ese era otro de los motivos por los que Kira quería partir esa misma noche para ingresar en la Academia. Quería integrar el cuerpo de los Exploradores, que era la única disciplina formativa que incluía el adiestramiento de las mitades, buscando todo el potencial de sus habilidades y de su conexión con los seres humanos, desde su forma de nacimiento hasta su forma de combate, en ocasiones letal. Yoel había leído mucho sobre el tercer estadio de las mitades, que requería de un férreo control por parte de sus humanos, pero jamás había conocido ninguna en esa forma. Le fascinaba ese potencial, pero viendo los ojazos inmensos de aquel osezno, que se lamía sus propias patas, parecía casi imposible de imaginar en actitud agresiva.
-¿Cómo se llama? —Kira sonrió al cachorrón, que, a una señal de su amigo, volvió a colocarse a su lado.
-Grog. —Sonrió Lucy, feliz, y de repente, cobró conciencia de que su felicidad enturbiaba la de su amigo—. ¿Y tú? ¿Cómo vas? —se interesó. A Kira le pareció que su compañera tenía una voz más grave. Llevaba catorce noches sin verle; desde el día en que había nacido Grog y él no quiso ir a visitarle porque su amiga no se merecía sus lágrimas ni su envidia. Le observó con detenimiento antes de contestar. ¿Era posible que pareciese más fuerte? Sus hombros se veían más anchos y había una leve sombra en su mandíbula. ¿Había empezado a afeitarse? ¿Era esa la madurez de que hablaba Janna? -Bueno, esperando. —Señaló su costado, donde su vestimenta ocultaba el pequeño bulto de la bolsa incubadora.
-Todavía queda tiempo... Ya verás, ten esperanza... —arguyó Lucy
Su tono trataba de ser consolador. Kira negó con la cabeza. Su amiga sostuvo su mirada.
-Los dos sabemos que no, Lucy. Salís esta noche. Y yo no estaré allí.
Lucy trató de posar una mano en su hombro, pero Kira se revolvió.
-Venga, Kira. No es para tanto... Podrás ir el año que viene.
-Y ya habrá pasado otro año . Llevo media vida deseando que llegara el momento de ingresar en los Exploradores, de poder recorrer el Este... 
-Lo harás el próximo curso...
-¡No quiero hacerlo sola!
Los dos sabían a lo que se refería. Ocho ciclos atrás, cuando Kira era una niña , su padre, Arbineyán, un miembro de la élite de los Exploradores, había muerto durante una incursión al Este. Según le habían transmitido a la familia, las bandas salvajes de saqueadores habían hecho imposible para la Cooperativa la recuperación del cadáver. Kira había escuchado historias que ningúna niña  debería oír jamás sobre seres malignos de colmillos afilados que se alimentaban de carne en aquella extraña, lejana y amenazante región.
Lucy tomó de los hombros a su amigo para mirarle fijamente. Grog movió su cabezota hacia ambos lados, aparentemente preocupado.
Kira —advirtió seriamente—, puedes hacerlo —bajó un poco la voz—; puedes hacerlo perfectamente tú sola, pero si descubren que tienes miedo... entonces, puede que jamás te consideren apto.
-No tengo miedo —siseó Kira, encendida de furia—, no es miedo. Es solo que... Es que...
Era solo que Arbineyán jamás volvió de su última misión. Se le dispensaron funerales de héroe y en el Jardín de las Almas fue enterrada una urna vacía cuyas semillas, como en una maldición, nunca habían dado fruto. Era solo que su madre, una de las más eminentes consultoras del Consejo, asistió al oficio con la mirada perdida y sin derramar ni una sola lagrima, y que un atardecer, tres noches después del funeral, subió a su habitación a dormir y ya nunca despertó... Era solo que ella se había criado sin familia, en una casa-escuela, con mucho tiempo para pensar en venganzas y en fantasmas. Era solo que se le iban borrando sus caras en el recuerdo.
-Ten fe, amiga —sugirió Lucy—. Quedan aún unas horas. Y los dioses conocen tus motivos.
-Kira no depositaba demasiadas esperanzas en unos dioses que le habían arrebatado a sus padres con apenas ocho años de vida, pero se guardó mucho de decírselo a Lucy. Cualquier cosa pronunciada en voz alta era patrimonio público. El sistema disponía de mecanismos para expresar las quejas por cualquier motivo, incluso aquellas que afectaban al culto a los dioses de la Naturaleza ante los que se postraban. Las críticas no podían ser anónimas y debían seguir los canales indicados. La Cooperativa necesitaba conocer si alguno de sus ciudadanos estaba en desacuerdo con su forma de actuar, por su propio bien. Y cada uno de ellos era responsable de todos los demás. Era así como se funcionaba, como colectivo. La única manera posible. Kira había aprendido muy pronto a callarse todo lo que pudiera hacerle parecer frágil o vulnerable a ojos del sistema. Cualquiera podía presentar un informe sobre sus comportamientos, incluso Lucy. No por maldad, sino porque esa era su obligación; cualquier otra fórmula podría interpretarse como un intento de socavar la estabilidad del sistema. Pese a todo, Kira asintió. Miró a los ojos a su amiga.
-Si no nos vemos esta noche, te deseo que tengas toda la suerte del mundo, Lucy.
_Gracias.
-Cuídate —le rogó. La sombra del padre al que apenas recordaba vagó por su mente—. Es muy peligroso, Lucy. Las pruebas, las misiones..., lo sabemos de sobra porque llevamos ciclos preparándonos para esto. 
-Ya. — Lucy sonrió, restándole importancia—. También sabemos que merece la pena. Hay otras profesiones, pero no valdríamos para ellas. Kira le devolvió la sonrisa.
-No, no valdríamos. En un mundo ideal que había desterrado las guerras, el cuerpo de Exploradores era el único estamento que ofrecía posibilidades para la acción, la improvisación y lo desconocido. El cuerpo de Exploradores había sido creado casi con el único objetivo de adentrarse periódicamente en el Este, para tratar de cartografiar aquel terreno misterioso que no estaba en ningún mapa, que los drones no podían sobrevolar y sobre el que no funcionaba la señal de los satélites. El Este estaba parcialmente poblado por tribus hostiles y escasamente organizadas que vivían del saqueo, ignoraban las más elementales reglas de convivencia y no conocían a los dioses. Los informes sobre ellas y el vasto territorio que controlaban eran escasos y muy apreciados. 
En el pasado, Arbineyán, el padre de Yoel, había formado parte de ese cuerpo de élite al que él quería incorporarse ahora. El acceso requería de un expediente académico intachable, de un rígido entrenamiento y de una espectacular forma física. Aun así, la mortandad entre sus miembros era mucho mayor que en otros sectores, mucho mayor y a edades muy tempranas, sobre todo teniendo en cuenta que aquel era un sistema en el que los seres humanos, una vez eliminadas la mayor parte de las enfermedades, fallecían sencillamente de viejos.
Nadie hacía demasiadas preguntas cuando moría un aspirante a explorador. Quizá porque era algo implícito. No hay gloria sin riesgo, se decían. Las familias no entonaban llantos innecesarios; no estaba bien visto hacer alarde de dolor o de sufrimiento, porque eran signos de debilidad. No todo el mundo conseguía manejar sus emociones con el rigor que exigía la Cooperativa, por eso algunos, como su madre,

THE LEGEND DIRT RAREDonde viven las historias. Descúbrelo ahora