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Sin darme cuenta, se había hecho un costumbre verte en mis entrenamientos, siempre cuando tomaba un descanso estaba ahí, esperándome para darme la botella con agua.
Siempre te quedabas hasta tarde conmigo para ayudarme a practicar mis remates, pero nunca lo agradecí tanto como esa tarde de otoño.
Como normalmente, pedí cerrar el gimnasio para poder quedarme a practicar por más tiempo y tú, te ofreciste para supervisar que dejara todo en orden.
Colocabas de forma torpe la pelota para que yo lograra golpearla, pero en uno de mis remates un fuerte trueno sonó y posteriormente una delgada lluvia comenzó a caer.
Decidimos guardar las cosas para irnos antes de que la lluvia aumente, pero para nuestra buena o mala suerte, cuando estuvimos dispuestos a salir, la lluvia ya era feroz.
Por lo que nos quedamos en la puerta de gimnasio sin saber que hacer.
── Deje mi paraguas en mi casillero ── recordaste de repente.
Pero aun así debíamos cruzar por la lluvia para llegar a el.
── Entonces corramos! ── exclame antes de tomar tu mano y meternos bajo manto de agua que caía sin piedad.
Un poco desconcertada al principio aceptaste mi mano, y un poco después ya estabas corriendo a mi lado sin soltarme. Corrimos los diez metros que habia que recorrer para llegar a la entrada.
No pudimos evitar reír al llegar, a pesar de nuestro esfuerzo estábamos mojados.
Tomaste el paraguas, pero solo era uno.
Después de una larga discusión de quién llevaría a quién, me comprometí de corazón que te llevaría a casa y al día siguiente te llevaría devuelta el paraguas.
Caminamos hombro con hombro, para evitar empapar nos más, y en un impulso tome tu mano para jalarte un poco más hacia la tela impermeable.
Iba a soltarte, porque creí que te sentirías incomoda pero, lo evitaste al entrelazar nuestros dedos sin decir ni una palabra.
Entonces, compartíamos refugio mientras nuestras manos estaban entrelazadas, atravesando la lluvia tranquilamente.
¿Sabes lo difícil que fue contener toda la alegría que sentía en ese momento?
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