Bitácora de Agoney

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22 de septiembre.
Trenitalia destino París.
23:47 de la noche.

Hoy voy a contar la historia de mi verano en Milán. No tiene nada que ver con la moda que tanto me ha inspirado en mi trabajo como fotógrafo, ni de su increíble galería de Vittorio Emanuele II, ni de las insuperables instantáneas que me ha permitido hacer la belleza del Lago de Como. Lo más interesante que esa hermosa ciudad me ha regalado tenía nombre y apellidos.

Me gustó pasear por sus calles cuando la tarde dejaba paso a una brisa fresca y pasear al aire libre se hacía soportable y agradable. La gente aglomeraba las vías principales con las manos cargadas de bolsas de papel con marcas caras, como peces que se movían con la corriente de un mar de moda que subía y bajaba con la rapidez de las olas. Esa moda que tan rápido se encuentra en la cresta como desaparece con la espuma.

Mi trabajo en el mundo de la fotografía y de las novedades de la moda me hacía disfrutar de pasar las tardes allí, como un pez más que observaba, se empapaba, nadaba y exploraba. Pero una tarde cambié de corriente y acabé en un local nuevo, uno que estaba en lo alto de esa ola de la moda.

Tenía sillas y mesas blancas de madera entre arboles delgados y césped cortado y regado con olor a julio. La iluminación tenue de las velas y de las guirnaldas de luz hacían aún más acogedor aquel lugar. Frente a las mesas, un escenario con un taburete negro y un micrófono llamaban la atención.

Se había convertido en mi rutina veraniega por una razón. Un chico con nombre que sonaba sensual al pronunciarlo. Raoul. De cabellos y ojos dorados que cada noche a las once y media exacta se subía a aquel taburete, acariciaba el pie del micrófono con delicadeza y llenaba el espacio con la erótica de su voz de blues.

Yo solía observarle desde la última mesa como un solitario mirón mientras removía un vaso largo sudado por el frío del hielo y con el sabor amargo de la ginebra, el limón y la tónica en su interior. Aunque el calor que me provocaba en el interior aquel líquido alcohólico no se comparaba al que me provocaba su voz.

A veces descolgaba el micrófono y se paseaba entre las mesas contorneado a la perfección de sus caderas, como uno de esos peces de majestuosas aletas que se desliza ágil entre las algas. Paseaba las yemas por la clavícula marcada de un hombre con traje del mismo color del humo del cigarrillo que fumaba. Acarició el pelo ondulado de una mujer morena con ojos azules que le miraba con lascivia. Rozó la mano de otro hombre de pelo plateado que saboreaba un fuerte whisky escocés, a juego con la personalidad que se intuía de su porte. Se dejaba achuchar y desear por tanta gente que, incluso a veces, llegaba hasta mí, dejando un suave roce en la pierna o en el brazo mientras se marchaba tan pronto como venía. No así era la sensación de su toque, que permanecía en mi piel durante horas.

Mi vez favorita fue cuando canto a mi oído un lento "I want to fuck your love slow" mientras versionaba uno de los temas de Cigarettes after Sex con una voz tan grave que hizo vibrar mis cimientos, acercándose tanto a mí que podría haber devorado su cuello sin moverme lo más mínimo. Pero su fragancia de Chanel mezclada con su voz me embriagó hasta el punto de olvidar respirar. Un frescor vigoroso de mandarina, cilantro, una envolvente Rosa de Turquía, sándalo, vainilla y ambreta. Una mezcla tan apetecible que invitaba a morder.

Aquella noche le hice el amor a su recuerdo. Dejé que el tacto que aún sentía sobre mi pecho por donde había pasado sus dedos me retorciese entre mis sábanas en soledad, vendiéndome al placer de un olor tabú que se había metido bajo mi piel y su voz susurrada clavándose en lo más profundo de mi ser. Pensando suciamente en aquellos ojos miel y en cada historia de falso romance y habitaciones de motel que había tras ellos. E incluso permití que mi sueño me llevase a un imposible, una historia clasificada de comedia en mi vida, algo parecido al amor.

Yo también se jugarme la boca || One-shotDonde viven las historias. Descúbrelo ahora