Pʀᴏ́ʟᴏɢᴏ

529 36 8
                                    

El panfleto descansaba en sus manos, más de una vez miraba las grandes letras que decoraban el papel y luego el dibujo de un portal en la otra cara de la hoja. Frunció su ceño, sin entender nada. El sentido de la orientación lo tenía algo atrofiado y tampoco es que ayudara mucho la brújula que su padre le había dado antes de partir de la ciudad. Él, nacido en una gran ciudad y con todas las modernidades y para poder llegar aquel pueblo debía utilizar algo tan anticuado como una brújula. Rubén soltó otro suspiro antes de seguir encaminándose hacia el norte... Si es que ese era el norte, tampoco estaba seguro. No sabía por qué realmente estaba en esa situación, no entendía cómo sus padres habían permitido cometer tal locura como mudarse a un pueblo que debía atravesar por un portal perdido en el mundo. ¿La motivación? Expandir los progresos de los omegas, expandir que ellos no eran simples incubadoras que no valían nada. Porque Rubén había nacido en una ciudad donde alfas, omegas y betas vivían en las mismas condiciones, donde los omegas llegaban a los altos puestos y no eran menospreciados por el resto. Una sociedad donde el segundo sexo dejaba de tener importancia. Los grandes avances médicos habían permitido que tanto alfas como omegas controlaran sus celos, las feromonas dejaran de ser un inconveniente y por ende poco a poco los habitantes habían aprendido a convivir con los diversos olores, mezclándose y que nunca interrumpieran ante el desarrollo de la persona; en otras palabras, habían controlado las feromonas de su cuerpo.

Con otro suspiro, ya ni la cuenta llevaba de los que habían salido de sus labios a lo largo del viaje, volvió a fijarse en la hoja de sus manos. Seguía lamentándose de haberse ido de casa; aunque nunca admitiría que le había dolido que sus padres lo habían tirado a la calle por aquella extraña carta que le había llegado días atrás que prometía un poblado donde diversas personas de distintas comunidades, ciudades y pueblos se reunían para crear una gran utopía ideal. Y sus progenitores lo habían prácticamente tirado a los lobos y antes de que Rubén pudiera decir algo estaba en la puerta de su hogar con una mochila, sus supresores y el mapa en sus manos. Ni un beso le habían dado y lo siguiente que recordaba el moreno era estar siguiendo un camino extraño.

Ahora, estaba jodidamente perdido en aquel bosque. Ni el puñetero mapa y brújula le servían para guiarse. Según las instrucciones debía adentrarse por aquel bosque, girar tras el gran árbol de color azul, seguir el campo de violetas y terminar delante de una gran cueva, de aquella manera encontraría el portal a Karmaland. ¿Un sitio curioso y extraño? ¿Qué estaba acojonado de que aquello fuera una trampa? A Rubén se le salía el puto corazón del pecho y estaba decidido a dar media vuelta y regresar a casa, enfrentarse a la gran bronca que le iba a caer por fracasar. Y cuando el moreno estuvo a punto de dar la vuelta oyó unos arbustos moverse cerca de él, poniéndolo en guardia y tratando de defenderse con la brújula que prácticamente era el objeto más inútil en esos momentos.

— ¡¿Quién anda ahí?! ¡Voy armado! — El tono de su voz era agudo, tembloroso y sentía el sudor deslizarse por su frente.

Los arbustos se movieron y ante el grito de Rubén una cabellera pelirroja se asomó, totalmente llena de plantas y ramas alrededor de su trenza. La chica no se había percatado en ningún momento de la presencia del ajeno, absorta en sus pensamientos mientras miraba un papel entre sus manos. Rubén frunció el ceño y ante la nueva aparición se relajó nada más notar que se trataba de una chica. Sus ojos se dirigieron a lo que portaba en las manos, el mismo mapa/papel que él y todas las ideas de rendirse se esfumaron en un flash. Ahora solo podía verse en su mirada la ilusión y la emoción de encontrar a alguien que compartía su mismo objetivo, al parecer.

— ¡Tú! ¿Vas a Karmaland? —Era como un niño pequeño, parándose frente a la joven.

La chica alzó su mirada del papel y no esperaba encontrarse allí con aquel chico por lo que gritó y su mano de forma automática se estampó en la mejilla contraria. El sonido resonó en todo el bosque dejándolo segundos después en un silencio sepulcral. La joven al ver lo que había causado a un simple desconocido sin intenciones de hacerle nada se sintió totalmente avergonzada buscando en su mochila un trapo y poder empaparlo en su botella de agua, queriendo calmar ahora la gran marca roja que el joven portaba en su mejilla.

𝐓𝐡𝐞 𝐨𝐭𝐡𝐞𝐫 𝐬𝐢𝐝𝐞 ¦ 𝖱𝗎𝗐𝗂𝗀𝖾𝗍𝗍𝖺 + 𝖥𝖺𝗋𝗀𝖾𝗑𝖻𝗒Donde viven las historias. Descúbrelo ahora