DESTINADOS A SER INMORTALES

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Aquella tarde la brisa movía los árboles, llenos de flores rosadas que daban una hermosa vista; el ambiente era rodeado por un aura acogedora y apacible, solo se escuchaba el suave crujido de las hojas marchitas que la brisa arrastraba.

Un joven caminaba alrededor del parque, observando el paisaje: era alto, de alrededor de 180 cm, de piel clara, con un rostro de facciones finas, acompañado de un semblante inexpresivo y a la vez sereno; sus labios eran delgados lucían con desdén, con una mirada mirada un tanto regia y seductora, sus ojos cafés oscuros le daban mayor intensidad a su mirada, mientras eran adornados por pestañas largas y espesas.

Todo en él daba esa impresión de que era sin duda una persona inigualable e inaudita, tan sólo un pequeño rasgo era más que cautivador.

Llevaba puesto un traje, se veía que encajaba perfecto con él, el color rojo lograba resaltar su encanto y belleza,  lucía de buen gusto y primoroso; estaba hecho de casimir, traía puestos unos zapatos oxford lisos negros, a pesar de que lucía como si fuera a un lugar elegante, uno se daba cuenta de que no era el hecho, sino que era su vestimenta “normal”.

Con su mirada perdida y desolada se detuvo a mirar aquellas flores que desbordaban sublimidad, pues éstas provenían de un “Guayacán rosado”, tenia frutos en capsulas largas y angostas con numerosas semillas; sin duda alguna aquel árbol causaba admiración en el joven que se mantenía fijamente mirando las flores y sus frutos.

Al girarse se dio cuenta que un hombre lo observaba a lo lejos, ambos tenían casi la misma altura, pues media 175 cm aproximadamente, su piel era primorosa y grácil, tanto que parecía ser de seda, su rostro se veía jovial y simpático pero se mantenía fino; sus labios eran sutiles y rojizos, sus ojos marrones casi como la castaña estaban llenos de brillo y  entusiasmo, revestidos con pestañas finas y delgadas, su cabello lucía venusto. Tan solo su presencia rebosaba de alegría y encanto.
Vestía una playera amarilla un poco holgada, ésta complementaba su brillante aura; con unos pantalones de algodón algo entallados que resaltaban su buena complexión, llevaba puesto unos mocasines cafés que lo hacían lucir más encantador.

De repente este hombre empezó a caminar hacia él con un paso tranquilo, acompañado de un niño de 3 años. En ese momento aquel joven estaba perplejo y al mismo tiempo, empezó a sentirse desconcertado y melancólico; mientras que el primero se estaba pasmado y atónito, su corazón se aceleraba un poco más con cada paso.

Cuando estuvieron a tan solo unos pasos de distancia el otro el joven hablo.

—¿Luke...?—

Aún estando algo atónito de inmediato contesto un tanto alegre y confundido —¿¿¡Arthur!??, ¿En verdad eres tú?—.

Arthur no supo que decir pero su corazón daba gritos eternos.

Lilas acuáticas florecen en el Gran Río,
Rojo brillante sobre el agua verde; su color es el mismo que el de nuestros corazones.
Sus raíces toman un desvío... pero las nuestras no pueden ser separadas.

Sólo su cuerpo reacciono ante la impresión, lo que le hizo darle un fuerte abrazo a Luke.

—Tanto tiempo sin vernos Arthur, después de 12 años, vaya…sí que pasó mucho tiempo—. Dijo Luke correspondiendo el abrazo.

Arthur — sí, realmente no sé que decir ante está situación.

Luke alejándose dijo: —Todo esto fue realmente inesperado, verte de repente sin saber que te volvería a ver.

El ambiente alegre y conmovedor se había tornado a uno silencioso e incómodo por lo que Arthur dijo — Lo siento pero tengo que irme, tengo algunos asuntos pendientes que atender.

Luke — Ah sí sí, no te preocupes, luego podemos conversar adecuadamente. Dijo con una pequeña sonrisa.

Arthur — Claro, nos vemos.

Luke — Adiós…

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