Cuento completo

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Estaba caminando por la calle, era un día común y corriente, y me dirigía a mi casa luego de una larga jornada de trabajo. Había mucho ruido a mí alrededor provocado por bocinazos y la muchedumbre de la ciudad. Estaba agotada de toda esta rutina repetitiva que no se detenía. Poco a poco mi cabeza comenzó a palpitar. Sentía unos mareos, no sabía cuál era la razón de ellos. Repentinamente vi como todo mí alrededor cambiaba: los edificios se convertían en árboles, los autos en aves, las personas en flores. Hasta que me vi rodeada de un paisaje completamente diferente. Los árboles que había en aquel lugar eran mucho más verdes que los que nunca había visto. El cielo era muy azul, como si toda la polución que había en el aire hubiera desaparecido. Todas las flores que había eran de colores distintos, ninguna igual a la otra, y con tantos colores estoy segura que no podría nombrarlos todos.

Mire a mi alrededor y vi una persona de espalda. Llevaba puesto un vestido rosado con un bordado de seda que caía libremente sobre sus tobillos. Desde la distancia que teníamos, aparte del vestido, lo único que podía ver era que tenía el cabello ondulado de un castaño claro muy parecido al mío. Como no veía a otras personas empecé a llamarla para poder hablar con ella. No me oía. Camine a paso rápido hacia ella y le toque su hombro, sin embargo mi mano atravesó su cuerpo sin siquiera poder sentir algo de ella. Me puse frente a ella para ver si se detenía a mirarme, pero algo me impacto. Era yo. Pero no era yo. Tenía mis mismos ojos, mi misma boca, mi misma nariz, mi misma estatura, y sin embargo yo sé que no era yo. Entré en desesperación. Me puse a gritar, a chillar como una loca, pero ni siquiera las aves reaccionaban ante mí. Respiré profundamente y decidí tranquilizarme. Esta mujer de rosa me atravesó como si nada y siguió caminando.

No quise quedarme sentada y esperar a nada así que seguí a esta chica para ver que podría pasar.  Llegamos a un pueblito donde había mucha gente, gente muy distinta. Y cuando digo distinta, no me refiero a algo ligero, eran todos realmente distintos los unos con los otros. Sus pieles eran de colores muy variados, su ropa con estilos muy originales. Y había algo más: todos estaban muy contentos. Era una felicidad inimaginable. Como si de un día al otro se cumplieran todos nuestros deseos y expectativas. Bueno, toma esa felicidad y ahora imagina a esta gente. Mi yo de este mundo, ya que creo que eso era, entró a una tienda o algo parecido, así que entré con ella. Ahí había una mujer adulta que parecía la encargada del local. Las dos se saludaron amablemente y empezaron a hablar. Por mientras, fije mi mirada en un mapa que estaba pegado en la pared, era un mapa del globo terráqueo. No obstante, algo me desconcertaba. Los continentes que conocía estaban todos unidos para formar uno solo. Además, no había fronteras ni nombres de países. Lo único escrito que podía leer era “el mundo”, si bien, las letras que utilizaban era la primera vez que las veía, pero pude leer todo perfectamente.

Sonó una campanita que tintinaba cada vez que alguien abría una puerta y me di cuenta que mi yo rosada había salido de la tienda. Miré atrás antes de salir de la tienda y me di cuenta que mi yo no había comprado nada, ya que el lugar no era ni siquiera una tienda. Atravesé la puerta, puesto que ya me di cuenta que mi existencia no podía influir en nada de este mundo, y seguí a la mujer de rosa.

Estuve mucho tiempo siguiendo a esta mujer, y en todo ese tiempo vi cosas muy asombrosas. La gente podía traer todo lo que quisiera con solo pensarlo, por ejemplo, pienso en un sándwich de queso y jamón, y aparece frente a mí. Sin embargo no vi a nadie que pensara en cosas muy grandes, como una mansión, un dragón, o cosas que cualquiera en mi mundo, o al menos cualquier codicioso, pediría. Y no era porque no pudieran, era simplemente porque no lo deseaban. También vi que mucha gente se comunicaba con los animales, yo no podía entenderlos, pero daba la impresión de que ellos sí.

Ya era de noche, y tenía mucho sueño, pero ella no. Ella siguió caminando. Empecé a preocuparme de nuevo. ¿Qué hacía yo en este mundo tan extraño? Era un mundo tan bello, como el que siempre imaginaba, la gente convivía en paz, el mundo no corría riesgos, el ser humano ya no era un depredador de animales, y pecados como la codicia no estaban presentes. No obstante, todo esto me angustiaba mucho. No era el mundo el que me angustiaba, era mi otro yo.

Acto seguido, unas palabras vinieron a mi mente: “El que ve a su doble es que va a morir” dijo el dramaturgo sueco Strindberg. Esa mujer era mi Doppelgänger; literalmente significa “doble caminante”, y verlo es un presagio de malas vibras.

Pero luego pensé: Esta bien morir así, después de todo si mi otro yo vivía en un mundo tan bello como este, no me importaría morir así.

Por consiguiente, mi otro yo se dio vuelta, y me miró fijamente a los ojos. Sonrió, y yo sonreí. No le temía más, y en consecuencia, ella podía verme. Se acercó a mí, y me abrazó con calidez. Cerré los ojos, y todo mí alrededor comenzó a cambiar: Los árboles se convertían en camillas, las aves en médicos, y las flores se conectaron a mí y se convirtieron en cables.

Los médicos estaban urgidos, corriendo de un lado a otro, mientras yo sonreía. Al ver que tenía los ojos abiertos un doctor comenzó a hablarme, forzándose a estar calmado, pero se notaba su preocupación. Le dije que vi mi verdad, y que de seguro si él la veía estaría en paz. Luego cerré los ojos, y…

Mi DoppelgängerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora