página 2

11 3 0
                                    

Trabajo impedirle que me fuera siguiendo por las calles.

Nuestra amistad subsistió así algunos años, durante los cuales mi carácter y mi temperamento ——me sonroja confesarlo——, por causa del demonio de la intemperancia, sufrió una alteración radicalmente funesta. De día en día me hice más taciturno, más irritable, más indiferente a los sentimientos ajenos. Empleé con mi mujer un lenguaje brutal, y con el tiempo la afligí incuso con violencia personales. Naturalmente, mi podre favorito debió de notar el cambio de mi carácter. No solamente, no les hacía caso alguno, sino que los maltrataba.

Sin embargo, por lo que se refiere a Plutón, aún despertaba en mí la consideración suficiente para no pegarle. En cambio, no sentía ningún escrúpulo en maltratar a los conejos, al mono e incluso al perro, cuando, por casualidad o afectó, se cruzaban en mi camino. Pero iba secuestrándome mi mal, porque, ¿que mal admite una comparación con el alcohol? Andando el tiempo, el mismo Plutón, que envejecía y, naturalmente, se hacía un poco huraño, comenzó a conocer los efectos de mi perverso carácter.

Una noche, en ocasión de regresar a casa completamente ebrio, de vuelta de uno de mis frecuentes escondrijos del barrio, me pareció que el gato evitaba mi presencia. Lo cogí, pero él, horrorizado por mi violencia actitud, me hizo en la mano, con los dientes, una leve herida. De mí se apoderó repentinamente un furor demoníaco. En aquel instante dejé de conocerme. Pareció como si, de pronto, mi  alma original hubiese abandonado mi cuerpo, y una ruindad superdemoníaca, saturada de ginebra, se  filtró en cada una de las fibras de mi ser. Del bolsillo de mi chaleco saqué una cortaplumas, lo abrí, cogí al podre animal por la garganta y, deliberadamente, le vacíe un ojo… Me cubre el rubor, me abrasa, me estremezco al escribir esta abominable atrocidad.

Cuando, al amanecer, hube recuperado la razón, cuando se hubieron disipado los vapores demo crápula nocturna, experimenté un sentimiento mitad horror, mitad remordimiento, por el crimen que había cometido. Pero, todo lo más, era un débil y equivocó sentimiento, y el alma no surgió sus acometidas. Volvía su irme en los excesos, y no tardé en ahogar en el vino todo el recuerdo de mi acción.

Curó entretanto el gato lentamente. La órbita del ojo perdió presentaba, es cierto, un aspecto espantoso. Pero después, con el tiempo, no pareció que se daba cuenta de ello. Según su costumbre, iba y venía por la casa; pero, como debí suponerlo, en cuanto veía que me aproximaba a él, huía aterrorizado. Me quedaba aún lo bastante de mi antiguo corazón para que me afligiera aquella manifiesta antipatía en una criatura que tanto me había amado anteriormente. Pero este sentimiento no tardo en ser desalojado por la irritación. Como para mi caída final e irrevocable, brotó entonces el espíritu de perversidad, espíritu

El gato negroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora