ocho

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| 18 años |

Juliana había comenzado a trabajar en una pequeña tienda de servicio técnico donde se arreglaban diferentes tipos de artefactos. Desde refrigeradores, pasando por lavadoras, hasta pequeños
microondas. Su mamá obviamente la apoyaba en esto, pues desde siempre le había dicho que los estudios no son todo, que hay diferentes tipo de inteligencia además de oficios, así que ella nunca la presionó con que luego de salir del instituto, ella fuera a la universidad o algo.

Por el contrario, Valentina era un caso distinto. Fue algo difícil para ella retrasarse un año por esa tonta caída que la llevó a meses de reposo y rehabilitación, que la hizo alejarse un poco de su sueño de entrar a la universidad a
estudiar medicina, su deseo desde pequeña, pues tantas visitas al hospital la hicieron interesarse por ese campo.

Ahora Valentina volvía al instituto, a comenzar su último año donde todo era distinto. Ya no estaba Juliana para protegerla, ayudarla y auxiliarla, como tampoco estaban sus otras amigas del colegio.

Ahora todo sería distinto, y ya temía enfrentarse completamente sola a ese desafío.

   —Valen, por favor ve con cuidado. Es tu primer día y no quiero venir por ti porque te sobre exigiste en hacer movimientos. La enfermera y la directora saben que si te
sientes mal, deben llamarme a mí y la lista de contactos de emergencia que entregué.

   —En esa lista, ¿está Juliana? —preguntó con esperanza, estirándose en los asientos traseros para tomar su mochila.

   —Sí, pero dejé escrito que la llamaran en el caso extremo que yo no pudiera venir por ti o no respondiera las llamadas, situaciones muy lejanas a la realidad. Ahora ve, has nuevos amigos y quizás un lindo novio.

   —¡Mamá! —chilló la ojiazul avergonzada, para luego abrir la puerta y bajar del auto, despidiéndose de su mamá.

Suspiró observando la fachada del instituto, posando su mirada en los grupos de chicxs que reconocía de años anteriores. Todos estaban con amigos, todos se reencontraban, todos sonreían y ella estaba sola, esperando que ese año avanzara rápido.

  —Sabes que nadie te va a matar allá dentro.

Se volteó con lentitud y finalmente una sonrisa se instaló en sus labios como la tenían sus compañeros. Juliana estaba a pasos de ella, sonriéndole y acompañándola en aquella etapa que debería enfrentar.

   —¡Viniste!

   —No podía perderme tu primer día de último año.

Valentina olvidó las palabras de su mamá y caminó con rapidez hasta Juliana, cojeando por supuesto, una consecuencia de aquella caída que la perseguiría toda su vida.

Abrazó a Juliana y al separse le dejó un beso en la mejilla como acostumbraban siempre, aunque aquel abrazo duró mucho más tiempo.

   —Val, por favor, cuídate. Ahora estás sin mi, y aunque yo esté angustiada trabajando, no podré venir por ti porque se te cayó un pelo o se te salió una uña. Necesito que estés consciente que debes cuidarte sola, que no podré correr y maldecir a todo el mundo porque te caíste y te raspaste la rodilla y un pequeño besito te quitaría el dolor.

   —¡Eso no lo haces desde que tengo diez! —protestó la adolescente, separándose del abrazo para comprometerse con su amiga mientras la miraba a los ojos—. Pero seré cuidadosa, lo prometo. —Este sería el mejor momento para que te consigas una bonita novia que te ande cuidando y te de sexo como pides con desesperación —comentó Juliana soltando una carcajada, haciendo que Valentina rodara los ojos cansada por esa broma.

Kisses, JuliantinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora