Introducción.

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Un suspiro escapó de sus labios. El cuerpo ajeno se movía sobre él con firmeza y agilidad sin reparar en descaro.

Simón nunca se movería así, procuraría ser tranquilo y hacer sufrir su desesperación, que las manos de ambos se enredaran entre las sábanas hasta no poder más.

Las manos ajenas pasearon por sus hombros hasta las suyas, dirigiéndolas a su espalda. Juan Pablo acarició la zona desde la nuca hasta los muslos.

A solo tacto notó la diferencia. Simón no tenía esa curva tan marcada en la cintura y la cadera, ni las piernas tan delgadas y a simple vista, la persona sobre él tenía los hombros más angostos. Adoraba esa parte del hombre y la manera que los hombros anchos se marcaban en cada movimiento, pero no de cualquier hombre, del único que le provocaba una sensación extraña en pecho, tan intensa que juró nunca poder sentir algo igual.

El chico le sacó la camisa sin pena alguna para después deslizar su propia sudadera.

Simón sin duda lo haría con lentitud, con cariño, tentando su paciencia y disfrutando de la locura de ambos. Entre besos que se vuelvan suspiros y risas cómplices.

El hombre sobre su vientre no era Simón. Eso ya lo tenía claro. La sonrisa socarrona en sus labios no se comparaba a la dulce y juguetona que alguna vez deseó besar.

Simón no tenía esas marcas en el abdomen tan visibles ni los brazos tan definidos en duros músculos, fruto de mucho cuidado y tiempo invertido.

No le desagradaba. ¡Diablos! Realmente le encantó cuando pasó la manos sobre la piel más aperlada a la que estaba acostumbrado, pero una parte de si le decía que no podía desear a alguien más. Que sería culpable de algo si lo hacía.

Mientras, la parte del instinto carnal más animal que tenía, se encargaba de acallar al susurro que lo atormentaba con un "él no es Simón". Con el mismo placer carnal se encargó de acariciar su cuerpo con fiereza como si el mundo alrededor se acabara, como si su existencia dependiera de ello.

¿Hace cuanto no había sentido ese descontrol? Esa sensación de estar vivo a flor de piel era lo más cercano a aquello que extrañaba, pero la grieta era muy clara.

En medio de sacudidas y movimientos bruscos tuvo recuerdos del erudito de sus anhelos, amándolo en roces.

El la cúspide de la montaña, cuando diez pequeñas marcas se preparaban para adornar sus brazos y espalda y sus dedos se enroscaban en la pálida piel de las piernas ajenas, sintió la melancolía de esos besos torpes que llegaban antes del final.

Incluso cuando ambos exhalaron agotados entre neblinas de fervor y se miraron, se lamentó no estar en otra cama.

El tipo a su lado no era a quien había considerado el amor de su vida. Ni siquiera cuando abrazó sobre las sábanas la curva de su cadera se sintió tan completo como cuando acariciaba la mano del rey de sus penas.

  Realmente extrañaba a Simon.

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