|3| ¿Ustedes están saliendo?

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—Asi que...

Y allí iba. Había postergado todo lo que pudo quedarse a solas con Simon, pero sentía en Martín cierta ilusión de presentarlos que no pudo decirle que ya se conocían. Que de hecho lo hacían desde que tenían uso de razón y como ninguna persona en la faz de la tierra. Juan Pablo estaba seguro que nadie lo conocía mejor que Simón Vargas y que a él, nadie le leería sus gestos como lo lograba Villa.

—¿Hace cuanto sales con mi hermano?

Desde anoche, y no salimos como tal, sólo fue un encontrón porque estoy despechado y no planeaba encontrarme aquí contigo. Cuándo nos acostamos lo que menos pensé fue en pedirle su apellido y árbol genealógico.

Si, en su mente sonaba demente y decirlo en voz alta pensó que lo sería el doble.

—Hace un tiempo.

Intentó sonar casual, que no pareciera desesperado por volver a tenerlo entre sus manos, pero que tampoco pareciera que era fácil de olvidar, por si existía una posibilidad de que fuera todo algo pasajero. Aún tenía esperanzas no de que fuera mentira, sino que fuera una equivocación, un error que le perdonaría con gusto y superarían de la mano.

—Vaya... No me hubiera esperado que ustedes dos...

—La gente no se espera muchas cosas de otros.

¿Fue un reproche? No lo pretendía. ¿Se mofó de la incomodidad contraria? Si. ¿Fue una indirecta? Si. ¿Lo extrañaba? Siempre. ¿Estaba borracho? Sólo bebía de más cuando estaba nervioso. Cabe mencionar que poco le faltaba para comerse las uñas.

La idea que el moreno supiera que estaba nervioso hizo que el vaso quemara sobre su mano. Lo dejó sobre la barra.

—De hecho no tenía ni idea que era tu hermano.

Ni siquiera se le ocurrió la posibilidad.

—Ya lo conocías.

—No lo veía desde... ¿los 13? Hace 11 años de eso, ¡11!. Y él está bastante cambiado.

Uff, vaya qué está cambiado. No era un niño. Había crecido, madurado y desarrollado.

Villamil recuerda a un Simón de casi 14 años que llegaba llorando a su casa con la noticia de un divorcio navegando entre sus berreos. Era alguien muy maduro, y aunque le doliera, lo aceptaba, sólo que necesitaba desahogarse y su mejor amigo Juan, siempre estaría para él. Tiempo después su padre se había mudado con su nueva esposa y con Martín, su hermano menor a la ciudad colindante. Ninguno fue muy unido, si de hecho hablaban tan sólo porque vivían juntos. La separación de la familia Vargas apenas mantenía las cosas iguales, menos que Simón pasaba los veranos con su padre y los inviernos, los pasaba Martín con su madre.

Para Villamil los veranos y varios fines de semana de su juventud fueron frustrantes sin Simón.

No había visto a Martín desde aproximadamente los 12 años, cuando él chico rondaba casi los 11. Tampoco tenía recuerdos muy claros del hermano de su mejor amigo. Un par de veces haberlo visto mientras jugaban juntos en su niñez, o en los cumpleaños, tal vez un par en el colegio. Un niño rebelde, inquieto, con braquets, terco, de baja estatura y juguetón. Amante fiel de la música y romper reglas.

—Puedes salir con quien quieras. Sólo me sorprendió un poco.

—¿De verdad quieres hablar de lo que pasa entre Martín y yo?

El de lentes de encogió de hombros.

—En fin. Les quedó muy bien la organización de esto. —Paseó la mirada entre el lugar. Entonces reconoció a lo lejos a la madre de Juan Pablo Isaza.

—Gracias, Martín organizó la mayoría.

Villa suspiró.

Miró con deseo el trago, lo anhelaba y extrañaba sobre su boca, tal vez el también planeó irse, ¿con una copa de vino acaso? Elegante y misterioso ¿o con un trago de tequila? Alegre y sin pena.

—¡Papo!, ¡Que sorpresa que halla venido!

Apenas reaccionó, reconoció la característica loción de Juan Pablo Isaza contra su nariz. Para él también resultó una sorpresa haber asistido, principalmente porque no lo invitaron. Conocía al hombre que cumplía años desde que la pubertad llamaba a su puerta.

—No se crea, para mi también es una sorpresa.

Cuando se separó de él lo analizó. Vistió su metro noventa de altura con estilo y porte. De pronto se sintió un poco menos guapo (sólo un poco).

—¿Se conocen? —Martín quien llegaba a lado del más alto preguntaba curioso. Isaza de desconcertó, Simón se incomodó y Villamil deseó que la tierra lo tragase.

—Eh, si, si. Desde hace años de hecho —Miro la sorpresa en Martín, y luego este miró a su hermano— también nos conocíamos Simón y yo.

Los cuatro se quedaron en silencio.

—Esperen, ¿tu y Martín están...?

Dejó la pregunta al aire, tal vez esperando que supieran por donde iban los tiros. Isaza lucía tan incómodo como ellos.

—¿Saliendo? Podría decirse. —Se ánimo a contestar.

Martín le dedicó una sonrisa tímida al suelo. El más alto de los cuatro asintió lentamente.

—Bueno, pues felicitaciones. —Juan alzó la bebida que llevaba entre manos en respuesta a su tocayo. —Mi hermana me estaba buscando.

Villamil observó fijamente como se acercó a Simón, dejó un pico tan espontáneo en sus labios y se alejó.

Esa es la prueba que necesitaba para saber qué no era un mal sueño. Cuando Simón le dijo que estaba saliendo con alguien le caló, pero hasta entonces, la voz que le decía que había una esperanza de que llegara a decirle que él también lo extrañó, había muerto. No por eso lo dejó de querer, al contrario, en ese segundo todo cobró más vida. Deseó no haber estado ahí, que su memoria eliminara ese par de segundos. Pero no cambió nada.

Seguían en silencio, Villamil de verdad deseó no verse tan afligido. Se sintió en un pozo.

—¿Quieres ver la mesa de dulces? Contratamos a alguien que nos hizo una muy cool.

Sin pensarlo habían ambos casi huido de Simón.

—Perdon, de verdad no me acordaba de ti. No pensé que fueras ESE Juan Pablo.

—Yo tampoco pensé que de tratara de justo ese Martín.

Llevó al instante algo de la mesa a su boca, no recuerda que fue, pero sin duda algo comestible porque si recuerda que lo disfrutó como nunca. Martín comía algún panecillo lleno de glaseado.

—Voy al baño.

—Claro, claro, te espero aquí.

Seguía comiendo cosas de la barra cuando a su lado alguien tocó su hombro. Era una de las hermanas de Isaza.

—Juan, hace mucho que no te veía, ¿Qué tal estás?

He estado mejor, pensó:—Bien, bien. Ahí andamos.

Ella le dijo que se alegraba, intercambiaron un par de frases y preguntas para ponerse al día.

—Disculpa, ¿puedo hacerte una pregunta sobre Martín?

—Ya la estás haciendo —sonrió un poco, sólo un poco—, claro.

—¿Están saliendo?

—¿Es demasiado sorprendente?

A ese punto sentía que todo el mundo le preguntaría eso.

—No, no, no. Digo, me refiero a que... Bueno, yo pensé que tú tenías algo con Monchi.

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