Al otro lado del muro

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  Ese maldito muro que les separaba, ese muro de tres metros de alto construido sin ninguna finalidad en concreto. Simplemente estaba allí, y a la gente no le importaba, no le molestaba, no tenían curiosidad por saber qué había al otro lado, quién estaba allí, por qué se había construido. Eso era lo normal, no querer saber más, pero Fargan era diferente.

  Mientras el resto de personas de su parte del muro realizaban las actividades cotidianas, él se dirigía al muro, pegaba su cabeza a la piedra, apartándose los cortos mechones de pelo castaño que se interponían entre su oreja y la pared, y se quedaba totalmente callado, en silencio. Aunque la gente no lo supiese, él hacía lo mismo todos los días por un único motivo: escuchar la voz de un chico que vivía al otro lado del muro.

   No sabía casi nada de él. Ni su aspecto, ni sus gustos, ni su personalidad, pero de algún modo lograba entrar en su vida a través de su melodiosa voz. Hablaba con otras personas de su parte del muro, pero había conversaciones de las que Fargan estaba convencido que eran para él, que aunque no le conociese, el chico hablaba con él, respondiendo las preguntas que surgían en su mente.

  El chico nunca le fallaba, siempre se ponía a hablar con las personas pegado al muro, como si supiese que Fargan le escuchaba.

  A Fargan no le importaban las burlas, los insultos, las acusaciones de estar loco, la etiqueta de acosador que le habían puesto. Solo le importaba el chico del otro lado del muro. Y claro, sabía poco sobre él, pero si todos los días prestas atención a cómo se dirigen a él, te enteras de su nombre. Y se llamaba Willy.

  "Willy..." suspiró el castaño el día que escuchó por primera vez cómo se llamaba aquel chico. Cada día, deseaba poder hablar con él, derribar ese muro que se lo impedía, pero por más que lo intentaba, el muro se mantenía impasible, imponente, indestructible.

  Por más que lo intentase, no lograba que su voz llegase al otro lado, o al menos que Willy la escuchase, por lo que tuvo que recurrir a otra técnica para hablar con él. Haciendo aviones de papel.

  En ellos no escribía frases como "¿Cómo te llamas?" o "¿cuáles son tus gustos?" Estaba seguro de que si le escribía eso, Willy le respondería, pero él quería que fuese diferente. Él quería destacar, que el chico le reconociese fácilmente por una característica, y por ello, Fargan no le escribía cosas típicas. Él le escribía poemas.

  Más largos o más cortos, le escribía poemas, pero nunca se sentía lo suficientemente valiente como para lanzar esos aviones por encima del muro, temía que a Willy no le gustasen. Así, día tras día, semana tras semana, se le amontonaban los poemas escritos que no eran leídos por su destinatario. Los tenía todos preparados, se dedicaba a escribirlos, hacer con ellos aviones de papel y guardarlos en la cómoda de su vivienda.

  El día que creyó saber lo suficiente sobre Willy como para mandarle los poemas, sacó a ciegas uno de ellos. Nada más leerlo, reconoció cuál era, cuándo lo había escrito y cómo se sentía cuando lo hizo. Éste era un poema de los cortos, que decía:

Chico misterioso
de identidad desconocida,
Te quiero, te amo
te necesito en mi vida

Chico misterioso
Que mi alma cuida
Algún día te veré
Y planearemos nuestra huida

  Había escogido el avión con los ojos cerrados, al tacto, pero decidió que era el poema perfecto para ser el primero que leyese Willy. Y esperaba que no fuese el último.

  Cuando la más veloz ráfaga de viento se produjo y el castaño se había asegurado de que Willy estaba al otro lado del muro, alzó el brazo, apuntando el avión hacia arriba, y se desprendió de su tan preciada posesión. Una vez que se aseguró de que el avión había llegado a Willy, cosa que descubrió al oír lo que exclamaban sus amigos, pegó la oreja derecha a la pared y se dispuso a escuchar. Todo estaba en silencio, y en el otro lado del muro éste solo era interrumpido por la voz de aquel chico. El poema era bueno, pero cuando lo recitaba Willy con su voz cambiaba completamente. Cualquier cosa que Willy leyese podría convertirse en arte solo por leerlos con su voz.

  Cuando terminó de leer el último verso, se produjo un silencio absoluto en ambos lados del muro, que solo fue interrumpido por el 'clic' de un bolígrafo. Willy estaba respondiendo al poema.

  No se oían risas de sus amigos, y Fargan apenas podía esperar a ver qué le escribía ese chico. Con la siguiente ráfaga de viento, el avión pasó de nuevo por lo alto del muro, enredándosele en el pelo al castaño, quién lo cogió y lo desenvolvió para leer qué le habían respondido:

  "Ey, chic@, mándame otro de tus aviones-poema. Pero hazlo mañana"

  Fargan no daba crédito a lo que oía, no podía creerse que le había gustado, y menos que quería otro.

  Rápido como un rayo, abrió la puerta de su apartamento y sacó de la cajonera otro poema, sin mirar cuál. Éste decia:

  Vuela conmigo,
  aquí te espero.
  Querido herrero,
  Forja el acero

  de mi corazón ardiente,
  en llamas como el fuego,
  hermosa, serpiente,
  Enciende mi deseo

  Era perfecto, lo que necesitaba para conquistar el corazón de Willy, y lo mejor de todo era que no revelaba su sexo, nunca sabría si se lo escribía un chico o una chica.

  Fargan apenas pudo dormir, estaba demasiado emocionado, habían aumentado sus ganas de vivir. A la mañana siguiente, tras comprobar que el destinatario se encontraba esperando su avión-poema, lanzó el avión que llevaba escritos sus sentimientos.

  De nuevo, se deleitó escuchando cómo Willy lo leía en voz alta. De nuevo, el ruido del bolígrafo que indicaba que se disponía a responderle. Miró hacia el cielo, esperando la llegada del avión, y cuando éste apareció, lo desdobló y leyó el nuevo mensaje:

  Quiero otro. Te pediré uno todos los días, y si hay un día que no recibo uno, entenderé que has dejado de amarme. No soy herrero, pero sí soy explosivo.

  Fargan observó que la última frase estaba más marcada que el resto, esa frase la destacaba. ¿Qué quería decir?No importaba, lo único importante era no dejar nunca de mandarle los aviones-poema.

  Y así siguió, mandándole todos los días un nuevo poema, no había ninguna excepción. Tras una semana, descubrió el significado de esa frase que había destacado Willy "No soy herrero, pero sí soy explosivo". Y lo mejor fue la forma de descubrirlo, escuchar cómo Willy colocaba toneladas de explosivos en su zona del muro, cómo los prendía, cómo el ruido que le dejaba sordo le abría poco a poco los ojos a la figura que desde hacía tanto tiempo ansiaba ver.

  Lo mejor fue ver cómo los ladrillos del muro se derrumbaban, dejándole ver al precioso albino del otro lado del muro.

  Ese día Willy derribó un doble muro: el que les impedía verse, y el que no les impedía amarse.

Al otro lado del muro Donde viven las historias. Descúbrelo ahora