fourth one.

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Los días transcurrían con cierta normalidad. Samuel asistiendo a sus clases en la universidad —estas sacándole a veces de quicio por la carga en cuanto a deberes— y Rubén con sus ocurrencias diarias que se tomaban un pedacito del corazón del primer ocupante del piso.

Sin embargo, la fuerte música que embargaba el espacio con los tres gatos y hacía temblar las paredes fueron totalmente desconcertantes para el recién llegado estudiante de arquitectura.

Rubén no solía poner la música tan fuerte. Nunca lo hacía. De hecho, odiaba los sonidos demasiado fuertes, no importaba si eran las voces más angelicales del universo o los gritos infernales de Samuel que podrían romper el mismo sol.

Por ello, no pasó mucho tiempo antes de que la maleta repleta de planos y detallados apuntes fueran tirados al piso como si de basura se tratase. ¿Y si alguien había entrado a casa con malas intenciones?¿Rubén estaría herido? Por favor, que no estuviese herido. Maldita sea. Debía estar bien ese malditamente hermoso hombre.

En otra situación, De Luque hubiese optado por llamar a la policía y tomar un objeto con el cual defenderse —aunque, siendo honestos, sus brazos tenían la misma fuerza y tamaño que un pedazo de hierro—, pero, como dije, en otra situación. Ahora estaba en juego la integridad de su compañero de piso. Podía haberse lastimado y podría ser algo mortal, en el peor de los casos.

Mierda. Rubén debía estar bien. Podía ya irse la vida de su ser si no era así.

Subió entonces las escaleras con prisa y desesperación. Sentía aquella energía creciente en todo su cuerpo, esa pequeña característica que tan solo significaba que estaba a punto de entrar en ese estado que tanto tiempo le había hecho pensar de la vida como un sinsentido.

—¡Rubén!— Gritó, desgarrando incluso su alma, al abrir la puerta de la conocida habitación, importándole poco que la manija hubiese dejado un hoyo en la pared.

Se quedó sin palabras ante la imagen frente a él.

Rubén se hallaba con una camisa y un pantalón que podrían superar su talla por dos o tres más, dándole un aspecto inocente y una imagen completamente nueva al recién llegado. Nunca le había visto en pijama. Ni tampoco se había percatado de que el noruego podría estar agitado y con pequeñas gotas de sudor deslizándose por su marcadas y maravillosas facciones.

—¿Qué haces?— Dijo el pelinegro cuando había recuperado el suficiente aire como para hablar normalmente y haber bajado el volumen de la melodiosa voz de half alive en Tip Toes. —Me diste un susto que ni te imaginas Doblas—.

—Uhm, estaba intentando ver qué se sentía estar en una fiesta. —Recitó con cierta vergüenza y pesadez. Claro, era entendible cuando le cuentas algo que te hace ver como un perdedor a alguien en quien confías —aunque también estaba intentando ignorar el hecho de haber escuchado a Samuel gritar su nombre como si la vida se le fuese en ello—.

¿Su garganta estaría bien? Probablemente gritó con tanta fuerza porque odiaba su música y le parecía estúpido el verle en su pijama.

Seguro y ahora Vegetta le iba a decir que se fuera de su apartamento, ¿cierto?

A lo mejor y le gritaría una y otra vez que nadie querría vivir con un puto raro como él.

Samuel no le quería. Seguro y le tenía fastidio pero era demasiado cortés como para demostrarlo.

La había cagado. Mierda. Mierda. Mierda.

—Oye.— Pronunció suavemente De Luque al ver la mirada perdida del más alto. —Me gusta tu fiesta, ¿puedo estar, o necesito invitación que viene en papelito y toda la cosa formal?— Dijo con una sonrisa mientras los bolsillos en su hoodie resguardaban sus manos, frías y víctimas del nerviosismo que le había embargado hacía pocos momentos.

La sonrisa del peliblanco reflejó un resplendor de honestidad y felicidad exuberante, que no hizo más que mostrar su perfecta dentadura e iluminar por primera vez su rostro.

—Súbele a esa mierda Vegetta.— Gritó entonces Doblas, saltando y haciendo una extravagante coreografía que aún no tenía mucho orden.

—Esa boquita Rubén.—Refunfuñó juguetonamente el, ahora tranquilo, Samuel mientras seguía al pie de la letra lo que había dicho esa ternura de persona frente a él.

No tardó entonces la música —ahora con un aire ochentero gracias a la indescriptible obra de arte, Crazy Little Thing Called Love por la talentosa banda Queen— en llenar cada uno de los vacíos en el hogar de aquellos estudiantes tan perdidos como para encontrarse el uno al otro.

Las horas transcurrieron como si de suspiros se tratase, y los chicos estaban exhaustos para cuando su fiesta con algunos refrescos y una caja de pizza yacía vacía en algún rincón de la tenuemente iluminada habitación.

Esa había sido la primera fiesta que Rubén había disfrutado. Y sería la única que Samuel recordaría como la más perfecta a la que alguna vez hubiese asistido.

rubén, ¿qué haces? Donde viven las historias. Descúbrelo ahora