tenth one.

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Pasos suaves y cautelosos abrieron paso sobre el piso de madera en la habitación que ahora hacía sentir sofocado a Rubén. Las mismas paredes y decoraciones minimalistas que admiraba cada vez que tenía la oportunidad habían quedado en el más profundo olvido.

—Samu, ¿puedo tocarte?— Pronunció con suavidad al sentarse a una distancia prudente del pelicafé.

Los ojos que habían permanecido fijos en una parte del suelo se movieron un poco, dando al menos una señal de seguir con vida. Aquella cabeza descolgada e inclinada hacia adelante intentó asentir con todas sus fuerzas luego de algunos segundos.

Rubén sabía que era humanamente imposible que tuviese la energía suficiente para hablar luego de un ataque de ansiedad. Esa mirada perdida. La alarmante quietud en cada una de sus extremidades. Una espalda tan encorvada como si fuese un curva perfecta. La palidez y la ausencia de vida.

Conocía muy bien ese estado.

Demasiado bien.

—Está bien Samu. Todo estará bien. Estás bien. Estás aquí. No te preocupes. Estoy contigo. No te dejaré.— Decía mientras se acercaba lentamente al cuerpo contrario desde la izquierda.

La pálida y blanquecina mano se extendió hacia el rostro tan blanco como la nieve con un ritmo extremadamente lento y, lamentablemente, dudoso.

El peliblanco no tenía que preocuparse por sus pensamientos cuando se trataba de ayudar a alguien, pero el tocar a otra persona era demasiado. Incluso si el chico frente a él era la única persona en quien confiaba, no quitaba el hecho de que era otro humano.

Una y otra vez sus dedos fueron y vinieron. Contrayendose una y otra vez por segundos que parecieron horas antes de tocar ligeramente la mandíbula definida de aquel pequeño y destruido ser.

Rubén soltó el aire que había estado conteniendo y tomó la decisión de hacer el procedimiento de curación lo más rápido que le fuese posible. Estaba allí para ayudar a la persona que más quería en este mundo, no para hacerlo sufrir más.

—Levantaré tu rostro un poco para no tener problemas cuando ponga el paño con agua fría y luego la venda, ¿está bien?

De nuevo hubo una pequeña espera antes de recibir un lamentable intento de afirmación con un movimiento de cabeza.

Y así, Doblas empezó a curar la herida de De Luque.

Explicaba explícitamente cada una de sus acciones antes de buscar el consentimiento del menor, asegurándose con ello de que el contacto de piel fuese soportable y hubiese algo simple y gentil a lo que Samuel pudiese aferrarse.

Los dedos de Rubén se movían con agilidad sobre aquella piel con pequeñas trazas de una muy bien cuidada barba. Sus ojos cafés viajaban por pequeñas pecas y puntitos que dejaban los molestos rayos de sol sobre ese precioso rostro. Navegaban por el puente de su nariz, sus mejillas resecas por las lágrimas que no pudieron secarse a tiempo y labios destrozados con sangre ya seca.

Cuando volvía a la realidad, se encontraba llorando.

Llorando porque habían lastimado a lo más preciado en su vida.

Derramando pequeñas lágrimas en medio del silencio que se había instalado como un invitado que solo significaba malas noticias.

Así pasaron veinte o treinta minutos. Cada uno en su mundo, el noruego cuidando que sus movimientos no generaran una reacción negativa en el contrario y Samuel, bueno, respirando.

—Samu, terminé.— Susurró el menor con una mirada dolida, contrayendo su mano y limpiando levemente las lágrimas ahora secas en su rostro.— Dejaré esto en su lugar y volveré. No me demoraré. No te abandonaré Vegetitta. No te preocupes.

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⏰ Última actualización: Apr 05, 2021 ⏰

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