Capítulo 2: Me embarco en la búsqueda del tesoro (parte 1)

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Aturdimiento, sorpresa, incoherencia, excitación. Así me sentía al darme cuenta de dónde me hallaba. ¿Cómo podía ser posible que estuviera en alta mar cuando hace unos minutos estaba en el jardín de mi casa?

Pronto tuve que olvidarme de aquellas dudas, ya que tuve la sensación de que me observaban.

Y en efecto. Podrían haberse dado cuenta de mi presencia tan solo una o dos personas. Pero al parecer, había estado demasiado tiempo paralizada, observando alrededor e intentando aclarar mis dudas.

Ahora estaba rodeada de un gran círculo de hombres atónitos, murmurando quién podría ser la chica que acababa de aparecer de la nada. Era sorprendente de que nadie aún me hubiera llamado la atención.

-¿Qué pasa aquí?-bramó una voz tolerante a mi espalda. Me volví y mis temores se hicieron realidad.

Alguien por fin se había dado cuenta del silencio en la cubierta y vino a ver qué sucedía.

Un hombre alto, con expresión severa y casaca azul clara con bordados de oro, se hacía paso entre la multitud de gente para saber, qué cosa tan importante había sucedido, como para que la tripulación hubiese parado de realizar sus labores. Comprendí que era el capitán de la nave.

Al verme, se quedó rígido, como si no se esperase a una chiquilla en su barco. Y seguramente no se lo esperaba.

-Un polizón... ¿Quién eres tú?-me preguntó con bravura. No podía negarme a contestar. Sabía perfectamente cómo era la gente antiguamente, y enseguida vi que éste hombre no era muy, que digamos, amable, así que le contesté.

-Soy Nadia Roberts. ¿Y puedo saber quién es usted?

No lo dije en tono arrogante, ni era mi intención. ¡Ni mucho menos! Pero por la expresión de su cara supe que lo interpretó como tal y me preparé para un grito. Un grito que nunca se produjo.

-Se me conoce como Capitán Smollett, -se contuvo.- y dirijo la tripulación de este barco. Y ahora, me gustaría saber también, ¿qué hacéis aquí?

Me mantuve firme, con la esperanza de que no notaran mi frustración y el silencio de las personas que me miraban no ayudaba mucho.

No podía decirles cómo había llegado aquí. Ni siquiera yo lo sabía. Hice un esfuerzo para decirles la verdad, escogiendo las palabras adecuadas para suavizar la situación.

-Le diré la verdad: yo no tenía intención de colarme en su barco. Simplemente estaba en el jardín de mi casa y de repente una ráfaga de viento empezó a borrar todo lo que tenía a mí alrededor y cuando quise darme cuenta aparecí aquí.

Silencio. Horrible silencio que determinaba si había conseguido convencerles o no.

-¿Y dices que debería creerte?-contestó al final el capitán.

-Sí.-respondí. No sabía qué más decir.

-Muy bien.-dijo cambiando de expresión. Ahora parecía más temeroso.-Encerrémosla en el calabozo y ya veremos lo que hacemos con ella.

Varios hombres ya se habían adelantado para cogerme, todos los demás se habían puesto a gritar y el capitán se marchaba mezclándose entre la muchedumbre cuando les aparté y grité:

-¡No!

Parecía que había gritado muy alto porque conseguí callar a la gente de golpe. El capitán se dio la vuelta para mirarme mientras yo corría hacia él. La gente se hacía a un lado para dejarme pasar.

-No me encierre.-le dije- Puedo ser muy útil. Sé hacer muchas cosas y seguro que le beneficiaría mucho tener a uno más para ayudar. Por favor.

Crónicas de Piratas: La Isla del TesoroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora