Me levanté de la cama como cualquier otro primer día de curso. Por lo menos aquel era el ultimo en ese instituto, porque el año siguiente pasaría a bachillerato, y me iría a Zaragoza a hacerlo. En efecto, el único colegio de mi diminuto pueblo no tenía bachiller. Y, ¿qué mejor escusa que lo estudios para irte lejos? Era la excusa perfecta: ese bachiller de arte de un instituto en las afueras de la (para mí, ansiada) ciudad de Zaragoza, con tanta oferta de diseño gráfico y digital, tan preparado para la carrera que quería estudiar. Mi plan era perfecto.
Abrí el armario. El silencio rutinario que indicaba que todo el mundo dormía en la casa me tranquilizaba. Probablemente se despertaran cuando yo me fuera a coger el autobús. Me vestí con una de mis 17 camisas, la de cuadros rojos y azules. Básica pero suficiente. Los vaqueros azules se me habían quedado grandes, como era de esperar después de tres meses haciendo carreras con mi hermano de 5 años y montando en skate desde mi casa hasta la de mi amigo Dani y volver unas 4 veces diarias.
Bajé y desayuné un par de tostadas. Hice un intento de peinar mi corto pelo, pero como no lo conseguí me lavé los dientes y me fui antes de que mi familia me interrumpiera.
Caminé diez minutos hasta la parada de autobús mientras escuchaba música, más concretamente Anier, mi rapera favorita desde hacía unos años. Me senté en el frío y duro banco de la calle junto a Dani mientas me quitaba los cascos. Su pelo negro brillaba, y su mirada color esmeralda estaba concentrada en un punto fijo del suelo, mientras movía la cabeza al ritmo de alguna canción que sonaba en sus cascos. Se los bajó al cuello y, sin mirarme, me dijo:
-Si fuéramos en skate tardaríamos menos, te lo he dicho mil veces desde que empezamos a patinar.
-¿Y dónde lo metemos mientras estamos en clase, Daniel Castillo? Si casi no sé donde meter los cascos. No me líes con cosas tuyas, que es muy temprano.
Silencio. Siempre conseguía que se callase.
-Cuando se me ocurra la respuesta te dejaré sin palabras- me respondió después de unos segundos, con esa típica sonrisa de lado que me recordaba a una película americana.
-Seguro- reí con ironía.
Empezaban a llegar chicos y chicas, todos menores que nosotros, lo que nos dejaba aún más claro que aquel sería nuestro último año en ese colegio. Tras unos minutos, llegó el autobús. Todos subimos tras enseñar nuestro carné de estudiante. Dani y yo nos sentamos más o menos en el centro del autobús. Podía escuchar que, desde los asientos de atrás, Violeta y sus amigas hablaban a gritos y Álvaro le tiraba piropos a una chica que entraba al autobús detrás de mí. Entonces los gritos de Violeta cambiaron de dirección, yendo hacia la cara de Álvaro. Entre los celos de la novia y los malos piropos a otras del novio, esa pareja se me hacía asquerosa, por no hablar de que ya lo solían hacer por separado. Justo a la vez, Zaida, la mejor amiga de Violeta, le pedía indirectamente que bajara la voz.
-¿Me estás mandando callar?- gritó una voz chillona al fondo del autobús.- ¡Eres una impresentable!
-Violeta, no... Yo solo decía que...-masculló en voz baja Zaida. Pero Violeta no la dejó terminar.
-Mira, no me voy a levantar de aquí porque estamos a cinco minutos del instituto, pero hazme un favor y cállate- escupió, a lo que, por desgracia, su amiga hizo caso.
Odiaba cómo Violeta trataba a Zaida. Ella era la única que la llevaba aguantando desde siempre, y aún así le gritaba y se enfadaba con ella por tonterías como aquella. Tampoco entendía por qué Zaida no buscaba otros amigos, pues, después de todo, Violeta tenía muchos, pero ella no.
-¿Dónde estudiarás finalmente?- le pregunté a Dani por debajo de los gritos de la multitud.
-Aún no lo sé- me respondió.
Daniel llevaba pensando todo el verano dónde hacer bachiller, y eso me hacía dudar. Yo siempre había sabido que me quería ir a Zaragoza, pero él no tenía claro dónde quería estudiar. No me quería separar de él, porque era mi mejor amigo desde tiempos inmemoriales. El mejor y... también el único, desde hacía mucho.
Llegamos al instituto y subimos al aula escrita en la lista de nuestro curso. Nuestro colegio, al ser el único de un pueblo bastante pequeño, sólo tenía una clase de cada curso, así que siempre era obvio que íbamos a estar juntos en clase con quienes nos caían bien y mal. Mi amigo y yo nos sentamos detrás ,junto a la pared. Por la puerta entró un profesor joven y alto, que nunca habíamos visto por allí.
-Buenos días, me llamo Rubén y voy a ser vuestro tutor este curso. Espero que estéis tan emocionados como yo y que disfrutéis este curso conmigo. Seré vuestro profesor de lengua castellana.
Dani y yo nos miramos como signo de aprobación. El profesor comenzó a pasar lista.
-Daniel Castillo- dijo en cuarto lugar.
-Presente- respondió mi compañero.
-Lena Espinel- silencio. No escuché mi nombre, ya que estaba pensando en el solo de batería de un vídeo de Green Day que había visto el día anterior-. ¿Lena Espinel?- Daniel me dio un codazo y volví a la realidad dando un salto.
-¿Eh?¿Qué pasa?- le dije sobresaltada.
Todos rieron y escuché que Violeta gritaba:
-¡Por favor, ni decir presente sabe, ja ja ja!- la miré mal y ella me devolvió la mirada. Zaida también se giró para mirarme, con cara de vergüenza y... ¿pena?
-Estamos pasando lista- dijo el profesor -¿Eres Lena Espinel?
-Sí, sí, soy yo, presente-asentí avergonzada.
-Para la próxima ,estate más atenta-me susurró Dani.
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Tras tres clases de presentación con profesores, salimos al recreo. Hacía calor de septiembre y todavía no era tiempo de llevar sudadera, pero Violeta sí llevaba una. ¿Por qué siempre tenía que ir al revés?
Dani llegó de la cafetería y me tiró un Kinder bueno antes de sentarse a mi lado ,en el suelo, junto a la puerta de la que salían todos. Por no andar, no nos movíamos nunca de ahí. Le di el euro que le había debido costar la golosina. Esto era rutinario desde hacía tanto tiempo, que casi ni me imaginaba que pudiese cambiar en menos de un año.
De repente, Violeta se acercó con una sonrisa maligna y su séquito de zorras detrás. Violeta era una chica alta, delgada, con el pelo lacio, rubio muy claro y largo. Nunca repetía ropa en el mismo... ¿mes? Llevaba siempre ropa de marca y un chicle en la boca, y siempre iba maquillada y tenía las uñas hechas y muy largas.
Sus manos sostenían un vaso reutilizable de plástico con pajita que contenía un refresco. "A ver qué tiene que decirnos hoy", pensaron mis adentros.
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Es ella.
Roman d'amourPodríamos ser desconocidas. Podríamos odiarnos. De hecho, antes era nuestra mayor afición. Pero, sin saber cómo, he acabado besándote en medio de este prado a la luz del atardecer.