I - Vientos de cambio

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  • Dedicado a Julia Perez Palacio
                                    

-¡Carallo!- Elena, asturiana de nacimiento pero de padre gallego, todavía mantenía ciertas expresiones de su lengua paterna, había estado a punto de olvidarse su estuche verde en su habitación.

Su habitación, de color blanco, es lo que más le gusta de su casa. A pesar de ello, estaba loca por pintarla. En más de una ocasión había insistido a sus padres sobre un color azul celeste, pero siempre recibía la misma contestación.

-La vamos a pintar en melocotón, Elena, el azul agobia y es poco luminoso-, contestaba siempre su madre, fanática de la decoración.

A ella le daba igual el color. Pero no sólo el color, los muebles se le habían quedado pequeños. Había que tener en cuenta que la habían comprado cuando ella tenía todavía siete años. Los bordes del escritorio, palabra que a ella le parecía demasiado para esa mesa, estaban completamente desgastados, tenía muchas pegatinas en la estantería y la cama ya había perdido las tablas laterales de madera que cubrían el somier.

-Todos los años lo mismo, "Elena, hay que mirar habitaciones", pero al final nada-, se solía decir ella.

Salía por la puerta de casa pensando en los misterios que le traería la etapa universitaria. No le había tocado en clase con sus amigos y conocidos del instituto pero tenía una amiga en esa clase, Laura, a la que conocía por otros amigos del instituto. Había quedado con una de sus amigas de siempre, con las que no compartiría clase, Bárbara.

Tras subir en el bus, seguía teniendo cierto nerviosismo por lo que se iba encontrar. Aún así, su confianza estaba al máximo, hacía una semana que se había sacado el teórico para el carné de conducir, y además había superado su última relación con creces. Está con una persona a la que adora y en la que confía pero hay un problema... La puta distancia.

Juan Guirao era un chico murciano, un poco mal estudiante pero que le había entrado por los ojos. Algo no habitual en Ele cuando se trata de alguien poco trabajador. Amigo de una amiga suya, se lo había presentado hacía varios meses. La madre de Juan, asturiana también, tenía una casa en Avilés en la que pasaban veranos y algunos puentes. Sin embargo, en verano ella se había quedado loca con él... y él con ella. Había decidido romper uno de sus principios y salir con él a distancia. Sus promesas de dejar de vaguear e ir a estudiar medicina en Asturias la habían acabado por convencer de intentarlo.

-Venga Ele, sólo quedan nueve meses para vernos y doce para que me venga a vivir aquí, no me llores bonica-, le decía él, siempre tan atento y a su estilo. Ella no podía hablar por las semanas con él (Juan tenía restringido el uso de Internet excepto los fines de semana), pero había recibido un SMS suyo animándole y diciéndole que él estaría ahí para apoyarla en todo.

Elena no hacía más que presumir ante sus amistades de Juan, había tirado la última semana de vacaciones por estar con él, aunque en este caso no importaba tanto. El mismo día que ella, su mejor amiga Sara también había empezado a salir con un chico. Pablo era dos años mayor que ella, estudiante de enfermería y ya era amigo de Elena desde hacía varios meses. De hecho, a ella le había confesado que le gustaba Sara.

-Ele, necesito hablar contigo, me gusta Sara-. Elena se alegraba por ellos, pero hasta cierto punto prefería que no habría ocurrido. Sabía que parte del grupo de amigos se rompería si aquella relación no llegaba a buen puerto o no acababan bien. Y con dos personas como ellos era complicado que, de acabar, acabara bien.

-Pues no sé, Pab, eso lo tendrías que hablar con él, yo no sé nada-. En realidad, Elena si sabía, y a Sara él le gustaba mucho, pero no le gustaba hacer de celestina, la última vez no había acabado bien y prefería mantenerse al margen.

Pero Elena iba a lo suyo, Juan. Ese día ella estaba muy nerviosa y tampoco podía pensar con claridad, había quedado con él después. Tenía que comprar un libro para pasar los días en el pueblo y al día siguiente Elena se iba a Ourense con sus padres a visitar a su familia. Había replanteado muchas veces las posibles situaciones en su cabeza. Incluso ella, muy futbolera, se había memorizado la alineación del Real Murcia (la que había sacado en Oviedo) para impresionarle.

-El portero fue Fernando. En la defensa jugaron Miguel Albiol, el hermano del internacional, además de David Prieto, Jaume, y mi paisano Pumar. En la media el grande de Acciari, además Armando, Jairo, que me gustó mucho su velocidad, Javi Flores y Garmendia. Y arriba el chico este que jugaba mucho de espaldas...¡Eso, Carrillo!. Pero os faltaban Satrústegi e Iván Crespo, ¿no?-. Le había cantado Ele, con un miedo aluncinante a equivocarse en algún jugador.

-Joder Ele, cuánto sabes, yo soy del Newcastle, que mi ex-novia era de allí. Pero tampoco soy un sabio del fútbol, ¡eh! De todos modos ahora Real Oviedo y Real Murcia están en Segunda... Ven a Murcia cuando jueguen allí-, le contestó Juan, en la cola, mientras esperaban para pagar el libro. Minutos después, se estaban besando en el Parque de San Francisco.

-La jodí, Juan, la jodí, a distancia, tócate los cojones-, le espetó Elena entre risas. Sabía que eso no era un problema, lo que podía serlo era que se había colgado por él antes de ese beso. Acababa de salir de una relación que había acabado de la mejor manera posible... cuernos. Por parte de su ex. Y en el caso de Juan también había ocurrido lo mismo. La inglesa se había ido a estudiar a Salamanca y... tachán.

Bárbara sabía la historia, pero nunca había tenido novio, no sabía lo que era eso. Aún así, le escuchaba y siempre le añadía alguna broma a las cosas. Algo que a Elena le sentaba genial. Disfrutaba mucho con ella, pero nunca salía con amigos. Para eso, Bárbara era muy cerrada.

-El día que te saque de casa Barb, soy una nueva heroína-, le decía Elena para picarla.

-Bueno, el año que viene por el verano saldré, ya sabes que yo durante el curso... nada-, contestaba Bárbara.

Ya en la universidad, se había sentado en clase con Laura, que le había presentado a otros tres conocidas, Lucía López, Lucía Neira y Victoria. Tenían dos horas libres, no habían llevado nada para jugar excepto la baraja de Lucía Neira, a la que llamaban Lula. Aún así ella tenía clase, pero las cartas se las había dejado a un amigo de otra carrera ante el disgusto de las otras cuatro chicas.

-Vaya dos horinas nos quedan-, espetó Victoria.

Tras pasar esas dos horas, se acabaron las clases. Camino a casa, se encontró con Sara (que había empezado Mecánica también en otra clase), Julia y Bárbara, que eran sus amigas del instituto.

-¿Qué tal el primer día?-, preguntó Sara.

-Pues muy bien, pero hemos tenido dos horas sin hacer nada, menuda mierda- le dijo Elena.

-Vaya, yo es que ya he tenido laboratorio de Informática, parece divertido. Veremos-, dijo Sara.

-¿Habéis visto que bueno está el de Empresa? Madre mía, que hombre-, dijo Julia, cambiando el tercio de la conversación.

-Vaya pesadas todas, no se habla de otra cosa-, contestó Ele, agotada por las sensaciones y emociones del día.

Tras esta conversación en el bus, hablando un rato de su primer día, Ele había puesto música con sus cascos un rato para desconectar. Un poco de relajación después del estreno universitario en Gijón (Elena reside en Oviedo), nunca venía mal.

-Oh, me encanta esta canción- exclamó Elena, a la vez que en su mente cantaba la letra -Well everybody's hit the bottom; everybody's been forgotten-. Lo que ella aún no sabía es que, próximamente, la última frase se haría realidad.

Mi primer episodio se lo dedico a mi gran amiga Julia, que lo está pasando mal. Gracias por estar ahí.

Un lugar llamado HipocresíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora