2. En el calabozo

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Una fuerte lluvia comenzó en aquella región

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Una fuerte lluvia comenzó en aquella región. El cielo se veía totalmente negro y los relámpagos eran lo único que alumbraban con decencia el castillo de vez en cuando.

Celta había solicitado inmediatamente ver los archivos, lo había dicho de manera tan puntual que era claro su desafío hacia el hombre que la recibía. Durante un buen tiempo pensó que Ífniga era el lugar ideal para encontrar información sobre la simbología y los datos aislados que Dulce había plasmado en las hojas de su cuaderno. Era de vital importancia que descifrara todo antes de que el tiempo se terminara, antes de que el destino de Imperia se viera amenazado por la destrucción total.

Una enorme puerta de hierro se abrió frente a ella, después de que un guardia colocara las llaves correspondientes.

—Muy bien —dijo el barón de Ífniga mostrando a Celta todos los libros y pergaminos que se guardaban en aquel sitio.

Los ojos de aquel no se despegaban de la pelirroja. Estaba seguro de que sus intenciones alterarían los propósitos que guardaba para sí. Lo notaba en la manera tan analítica por la que recorría los pasillos. La forma en que posaba sus dedos por las orillas de los libros, sin la intención de ser tierna o entusiasta; sino marcando su fuerza en cada uno de ellos. Extrayendo con esta simple acción, todo lo que necesitaba saber.

El hombrecillo se aceró un poco más cuando Celta tomó unos pergaminos amontonados en la orilla e, intentando no parecer demasiado obvio, se colocó lo suficientemente cerca como para poder mirar lo que la pelirroja leía.

Celta sabía perfectamente cuáles eran las intenciones del hombre. Tenía total certeza de que su presencia ahí le había incomodado y eso le alegraba. Sabía que si aquella fue la sensación provocada, probablemente se debía a que el hombre tenía oculto algo importante y tal secreto por seguro apuntaba a su objetivo.

—Qué gran colección tienen aquí —dijo la mujer mirando con recelo al dirigente. Aquello lo decía con la intención de demostrar que notaba su acercamiento.

—Una de las más antiguas —respondió con el ceño bien fruncido—. He de suponer que esta improvisada búsqueda no tardará demasiado.

Celta soltó una risa que buscaba aminorar la relevancia del barón. El hombre le devolvió un gesto vengativo y en ese instante, como si fuera parte del destino, algo llamó la atención del barón de Ífniga.

En la cintura de Celta colgaba una pequeña bolsa café que portaba un cuaderno... El cuaderno de Dulce.

Sus ojos se abrieron de par en par al reconocerlo. Si bien en aquella época no era el barón de Ífniga, sí era un hombre de la nobleza que paseaba por el castillo y que estuvo al tanto de toda la historia sobre Dulce Blodin, la institutriz entrometida.

Las sospechas sobre Celta fueron confirmadas.

Con un suave movimiento, indicó a sus soldados acercarse. Todos habían conservado distancia para mostrar respeto a la pelirroja, sin embargo, temían tanto al barón de Ífniga que les parecería impensable desobedecerlo.

Imperia: La guerrera de fuego |  Tercer libro ✨Donde viven las historias. Descúbrelo ahora