Capítulo 1

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La nieve caía copiosamente en esa mañana de invierno. Algunos caminaban bajo un paraguas, otros dejaban caer los copos sobre sus cabezas cubiertas con gorros. El aroma a café estaba más que presente, el ruido de las tazas blancas sonaban entre ellas. Suspiró El reloj marcaba las 11:30, muchos pedían café para llevar, con expresiones serias y palabras apresuradas; con la esperanza de calentarse en su camino a quién sabe dónde. El día estaba calmo, aunque por momentos extrañaba el murmullo de personas reunidas o risas de jóvenes. Veía la nieve caer, concentrándose en el mando que se formaba en el suelo. Otro suspiro. La campana avisó la entrada de alguien, quien tomó la mesa más alejada, pero a un lado de la ventana. Vestía todo de negro, dejó el tapado en el respaldar de la silla y de la mochila sacó un libro. Se acercó a él.

- Buen día. ¿En qué puedo ayudarlo?

- Buen día. Me gustaría un café cargado, gracias.

- Bien, en un momento traigo su pedido.

Se quedó pensando en sus facciones, en especial esos ojos rasgados, oscuros y profundos. Esperó la orden dando la espalda a la puerta, hablando con compañeros. Al regresar, el joven dejó a un lado a un libro, volviendo a él al estar en su propia compañía. El muchacho parecía estar en su propio mundo, devorando cada página, sin prestar atención a su alrededor, como si en el mundo sólo existiese el libro y la taza de café humeante.

El tiempo parecía detenerse cuando lo veía, tan absorto en la lectura, como si fuese el Amo y el Señor del tiempo. Le miró por encima del libro con una expresión neutra, pero que le hizo sonrojarse y apartar la mirada. Unos minutos más tarde, el joven guardó el libro, dejó una propina y partió, perdiéndose entre el mar de gente. Le siguió con la mirada hasta perderlo de vista, ya se había ido pero todavía sentía su presencia. ¿Era eso acaso posible? No importaba, al menos no ahora.

Al terminar su turno partió a casa con las manos en los bolsillos, tarareando en su mente la canción de moda. Al entrar abrió las cortinas encendió la calefacción y miró las cajas aún sin abrir. Aprovecharía el fin de semana para terminar de acomodar lo que faltaba, con los auriculares tapando el, poco, ruido exterior, bailando al ritmo de la música disco.

Cenó en silencio, mirando por la ventana el cese de la nieve iluminada por las luces callejeras y la de los demás departamentos. Cuando terminó, buscó los audífonos, subió el volumen y respiró hondo antes de abrir las cajas para finalizar de una vez, la mudanza.

Pasada la medianoche frenó un momento para estirar su cuerpo, suspirando al ver que faltaba poco. Miró e reloj, eran las 2:30 de la madrugada, llevó la vista a la última caja, pensando en dejarla para el día siguiente.

Mientras tanto, en otra parte de la ciudad, el muchacho de ojos rasgados tecleaba en su computadora consiente de estar encorvado, acodomose, acarició a su gato quien dormía a su lado y regresó la mirada al monitor, lo único que pintaba su rostro con luces blancas, no convencido de lo escrito; borró un párrafo entero, se llevó las manos al rostro bufando ante el famoso bloqueo de escritor. De la nada, a su mente volvió aquel muchacho de ojos ámbar, sonriendo cálidamente y una idea se le plantó. Tecleó la imagen, tan vívida, casi real, describiéndola lo más que pudo sonriendo satisfecho. Sí, tenía que pulirla, cambiar o modificar un par de cosas, pero estaba satisfecho. Todavía era temprano, pero su cuerpo le pedía descanso. Orión, un hermoso Ruso Azul le acompañó acostándose a un lado ronroneante.

Las nubes escondían a la Luna, quien buscaba algo de atención de los pocos transeúntes que se animaban a salir pese a las bajas temperaturas en búsqueda de un poco de fiesta, refugio temporal en un bar o club nocturno, entre mares de personas desconocidas o no tan desconocidas al final de la noche.

Café de mediodíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora