Ya iba saliendo, abrí la puerta, los muchachos me esperaban.
Te amo, no sabes cuánto lo lamento. -le dije a mi madre. Era la primera vez que lo decía con tantas fuerzas. No iba a volver a ser igual, nada quedaría como antes y tuve razón.
- ¿Lo tienes? -me dijo.
- Claro que no imbécil. -dije.
- No sabes hacer nada ¿eh? Sube rápido, tenemos que irnos. -me empujaron al auto.
- ¡Ya déjenme en paz, no quiero hacer esto! -grite.
- Lo lamento mucho pequeña, tu amigo, el cara bonita, te abandono, es un completo cobarde. Oh, no me había dado cuenta que tenían los mismos ojos. Eso duele ¿Verdad? -me lo dijo, dejando el volante, volteándome a verme.
La verdad duele, me retorcía la idea de verlo, sus ojos iguales a los míos.
- Mira el maldito volante, nos vamos a estrellar ¡No! ¡No! ¡Déjenme! -lloraba, la voz se me hacía más ronca al gritar mi auxilio.
Tenía razón por segunda vez, el maldito auto se estrelló.
Lo último que vi fue su a él saliendo del auto con mi madre.
- Como lo siento Carolina, Te amo. -dijo él.
Lo más doloroso era que yo también lo amaba.