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Ningún olor se le comparaba al de la sangre, es fuerte, penetrante y adictivo. El color y el sabor metálico, tan característico, esa sensación culposa pero encantadora.
Era una pequeña descripción para todo lo que podría describir aquel alemán después de devorar y probar con detenimiento aquellos trozos grandes y pequeños, eran extremadamente adictivos, hermosos.
Sus labios se empezaron a llenar de sangre, chorros cayendo y el sin nada que temer seguía mordiendo, el sonido de sus dientes clavándose, y la sangre saliendo, junto con la saliva combinada, daban una sensación encantadora.
La sangre llegó hasta su camisa semi desabrochada, lastima que era blanca, se había manchado toda la parte superior y del cuello, pero nada grave desde su punto de vista, solo quería aquel manjar.
Ni el mismo tenía idea cuando esa piel, aquella carne, la sangre le habían llamado la atención, sentía con locura total la satisfacción otorgada por esa carne humana.
Sin importar lo poco humano que pareciera, eso lo relajaba y entretenía, su pasa tiempo favorito.
Cuando su festín concluyó; procedió a limpiar todo lo que había manchado la preciosa droga humana que minutos antes había complacido sus necesidades.
La habitación estaba impecable, parecía que nada ni nadie hubiera estado ahí, pero solo era una máscara tras todas las personas que pisan alguna vez y no vuelven a pisar ningún sitio más que una bolsa negra plástica dónde ahí terminaba toda su humanidad.
El alemán estaba dispuesto a descansar después del trabajo, el esfuerzo puesto en este y ya hasta había cenado, solo quedaba descansar para mañana volver al trabajo.
Estaba pensando en tal vez conseguir algunas otras drogas de las que él ya tenía y consumía, mañana será un nuevo día para una nueva adicción.
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